Acupuntura en el frente de batalla, en Afganistán

El comandante Keith Stuessi trata con acupuntura a un soldado en el frente de Afganistán. Foto: NARA & DVIDS.
El comandante Keith Stuessi trata con acupuntura a un soldado en el frente de Afganistán. Foto: NARA & DVIDS.

Un médico militar estadounidense, el comandante Keith Stuessi, está tratando a algunos soldados en el frente de Afganistán con acupuntura. Ha habilitado una sala en el campamento Letherneck, una base del sur del país, con lucecillas en el techo y música New Age. Y ahí, a media luz, clava a los infantes de marina agujas para ajustarles «las vías neurales». «Es como recablear un ordenador; pulsas ciertos nervios del cuerpo. Así, en vez de mandar una señal de dolor al cerebro, mandan una señal diciendo que todo está bien. Es casi como engañar al cerebro», ha explicado el militar en The Sydney Morning Herald.

Stuessi, de cuyas andanzas me he enterado gracias a Alfredo Riva, asegura que la Marina ha adiestrado ya a 50 médicos en la denominada acupuntura del frente de batalla, una variante de la tradicional desarrollada por un médico de la Fuerza Aérea. Él la emplea en Afganistán para tratar mareos, pérdidas del equilibrio, zumbidos en los oídos, insomnio, aversión a la luz y dolores de cabeza. «Estoy viendo resultados increíbles», sostiene. Y seguro que es así, seguro que su fe y la esperanza de los soldados que se someten a sus tratamientos consiguen la curación de esas dolencias mediante el efecto placebo. Porque, después de décadas de estudios, todavía no hay ninguna prueba real de la eficacia de la acupuntura más allá del placebo, ni parece que la vaya a haber alguna vez. Un sanador espiritual o cualquier otro mercachife conseguiría resultados parecidos.

Al parecer, la semana pasada, responsables del Departamento de Defensa de Estados Unidos y del Centro Nacional para la Medicina Complementaria y Alternativa (NCCAM) de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) mantuvieron una reunión para hablar del uso de la acupuntura en el campo de batalla. Sería mejor que el Pentágono garantizara un buen tratamiento médico y psicológico a sus hombres, en vez de confiar en hechiceros con título universitario y abonar la creencia en supercherías.

¿Habrán contado los representantes del NCCAM a los militares que, en sus casi 20 años de funcionamiento y después de haber gastado miles de millones de dólares, ni su centro ni la Oficina de Medicina Complementaria y Alternativa para el Cáncer (OCCAM), también dependiente de los NIH, han desarrollado una sola terapia efectiva contra una enfermedad? El NCCAM y la OCCAM absorben al año 240 millones de dólares de fondos públicos que malgastan en estudios sobre la homeopatía, la acupuntura, el reiki y otras prácticas pseudocientíficas, cuando ese dinero podía destinarse a la medicina real.

Nota publicada en Magonia el 14 de febrero de 2011.


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