La primera ministra australiana, Julia Gillard, ha desautorizado en público a un lider sindical y miembro de su partido que dijo el miércoles en la radio que la versión oficial del 11-S «no aguanta un análisis científico» y que los atentados de Washington y Nueva York fueron fruto de una conspiración urdida por el Gobierno de George W. Bush, los militares y los servicios secretos estadounidenses. «Obviamente, no estoy de acuerdo con esas observaciones. Es obvio que son estúpidas y erróneas», dijo horas después la jefa del Ejecutivo ante una pregunta parlamentaria de la oposición, que le pidió, además, que impusiera medidas disciplinarias al protagonista.
Kevin Bracken, presidente del Consejo Sindical de Victoria y secretario del Sindicato Marítimo de Australia en el mismo estado, llamó el miércoles por la mañana por teléfono a una emisora de radio local de la Abc que había pedido la opinión de los oyentes sobre la intervención del país en Afganistán. «Bueno, pienso que la versión oficial [de los atentados del 11-S] es una teoría de la conspiración que no aguanta un análisis científico», dijo para empezar. El presentador, Jon Faine, le preguntó si iba de broma, y él respondió que no y añadió que «el combustible de los aviones no pudo calentarse lo suficiente como para fundir el acero» y que «los edificios [del World Trade Center] fueron demolidos controladamente». El periodista no se amilanó y tachó esas afirmaciones de ridículas e inaceptables, ante lo cual Bracken le retó a mantener un debate sobre el asunto.
Además de la primera ministra, el secretario del Consejo Sindical de Victoria, Bryan Boyd, también se ha desmarcado de las declaraciones de Bracken porque las considera erróneas, aunque, en un alarde de equilibrismo político, no duda del buen juicio y credibilidad de su colega. ¿La razón? «Es su visión personal sobre el asunto», ha dicho antes de añadir que lo que le incomoda es que hiciera las afirmaciones como presidente del Consejo Sindical de Victoria. La jugada me ha recordado a la del PSOE justificando anteayer el uso de la pulsera Power Balance, un producto milagro, por la ministra de Sanidad, Leire Pajín, como un asunto personal ante el que el partido no tiene nada que decir porque no se pronuncia «sobre prendas o adornos». No, como ya he escrito en Amazings, la estupidez, cuando se pone al frente de la cosa pública, es un asunto público. Y eso afecta a la confianza de la titular española de Sanidad en un producto milagro, a la conspiranoia del sindicalista australiano y a otras actitudes similares de otros cargos públicos.
Por cierto, ¿se imaginan que, en España, Mariano Rajoy se hubiera desmarcado de los conspiranoicos del 11-M, políticos y periodistas, con la misma celeridad y rotundidad que lo ha hecho la premier australiana de Bracken?
Nota publicada en Magonia el 21 de octubre de 2010.