Cosmos vuelve a los quioscos españoles, esta vez en formato DVD y por iniciativa de un diario madrileño, en trece entregas dominicales. Treinta años después de su estreno, la serie de Carl Sagan sigue siendo indispensable para los amantes de la divulgación y, por eso, es una magnífica noticia que un periódico la incluya entre sus promociones: habrá gente que nunca haya oído hablar de ella y que mañana se lleve a casa el primer episodio junto con el pan y la prensa. Si algunos dan el siguiente paso de sentarse a ver el DVD, parte de ellos no podrá dejarlo porque el entusiasmo del fallecido astrofísico es contagioso. No en vano, Sagan es el científico que mejor ha conectado con el gran público, y Cosmos, su obra maestra.
Se han rodado muchas series de divulgación científica -algunas, magníficas- desde el estreno de Cosmos, pero ninguna ha tenido tanto impacto. Como otros muchos, la descubrí en TVE cuando la estrenaron, me compré el libro inmediatamente, años después me hice con los vídeos, luego con la banda sonora y más recientemente con la edición original actualizada de la serie en DVD. Cosmos fue para quienes la vimos a comienzos de los años 80 un descubrimiento de las maravillas de la ciencia y de un apasionado astrofísico que lo mismo montaba en bicicleta que viajaba por el espacio en una nave con forma de diente de león o caminaba por un inmenso calendario para demostrarnos lo insignificante de nuestras existencias. Tan importante fue para mí lo primero, descubrir que la ciencia no era el tedio de las clases del colegio, como lo segundo, la capacidad divulgadora de Sagan, un científico que ya hace treinta años combatía la astrología y otras pseudociencias, y rechazaba ante millones de espectadores la necesidad de un Creador.
Si no conocen esta obra maestra de la divulgación científica, les invito a acercarse a ella. Se sorprenderán. Será un soplo de aire fresco en esta época de telecinquización. Tengan presente, como decía el siempre apasionado Sagan, que somos polvo de estrellas y, por el momento, la única forma de la que tenemos constancia a través de la cual el Cosmos puede conocerse a sí mismo.
Nota publicada en Magonia el 25 de septiembre de 2010.