Hace seis años, después de hacer un entrevista a un científico español en su laboratorio, le pregunté off the record qué le llevaba a hablar de su especialidad en programas esotéricos. Días atrás, le había escuchado en un espacio radiofónico dedicado a lo paranormal, empaquetado entre un vidente y una sección de noticias increíbles y, por supuesto, falsas. No era la primera vez. Mi interlocutor no me dio tiempo a terminar la pregunta. Me interrumpió y me dijo, con malos modos, que a eso no iba a responder. Volví a intentarlo, y el resultado fue el mismo. De nada sirvió prometerle que lo que dijera quedaría entre nosotros.
Sigo sin saber qué lleva a un científico de prestigio a prestarse al juego de los traficantes de misterios. Es algo cada vez más habitual desde que el grupo PRISA apostó abiertamente por la pseudociencia en la persona de Iker Jiménez. Personificación de un periodismo chapucero y sensacionalista para el que todo vale, ha conseguido que haya expertos de renombre que participen en sus programas de la Cadena SER y Cuatro hablando de hallazgos arqueológicos o del estudio del cerebro, por ejemplo, en un segmento intercalado entre apariciones de fantasmas, abducciones y exorcismos. No niego que esos científicos hayan dicho, ante el perennemente asombrado Jiménez, cosas sensatas de los campos que dominan; pero tampoco de que han contribuido a la difusión de la irracionalidad.
Cada vez que un científico aparece en un programa esotérico da credibilidad al espacio y a todo lo que en él se dice. Da igual que sólo hable de lo suyo y que lo haga en un segmento aparentemente aislado. Quienes antes o después que él dan pábulo a ideas conspiranoicas o exponen sus investigaciones en casas encantadas se colocan, ante el público, al mismo nivel que el científico genuino, ganan en credibilidad. No hay ninguna justificación a tanta irresponsabilidad por parte de esos investigadores, como no la hay a la actitud de algunos periodistas científicos que también se prestan a ese juego. No sé si unos y otros lo hacen por dinero, por tener sus minutos de gloria, por ambas cosas o por simple estupidez; lo que sí sé es que nadie critica públicamente ese indigno proceder.
Llámenme radical si quieren, pero los científicos y divulgadores que actúan así están atacando a la ciencia y a la razón. Y da igual los galardones que tengan, los descubrimientos que hayan hecho y dónde escriban. ¿Nadie se anima a hacer un registro de intervenciones de investigadores y periodistas científicos en programas esotéricos para mayor gloria del charlatán de turno? Estaría bien un blog que dejara constancia de esas complicidades vergonzosas para poner a cada uno en su lugar, como hace Fernando L. Frías, del Círculo Escéptico, en La Lista de la Vergüenza con las universidades españolas que organizan cursos y seminarios pseudocientíficos.
Publicado en amazings.es el 1 de julio de 2010 y en Magonia el 5 de julio de 2010.