‘La homeopatía, ¿quimera o ciencia?’, se pregunta hoy El País en un extenso reportaje que intenta aparentar imparcialidad, pero da como buenas las afirmaciones de los homeópatas y, sin embargo, se olvida de todas las pruebas científicas que han demostrado que la efectividad de esta pseudomedicina no es mayor que la del placebo. Porque, aunque aparecen como fuentes creyentes y críticos, hay una desproporción evidente a favor de los primeros de 5 a 2 y el resultado final es indudablemente favorable a la práctica homeopática. Si no, lean el último párrafo:
Pero, convenza o no, la homeopatía cuenta cada día con mayor número de adeptos, no sólo entre los pacientes, sino también entre los médicos. El número de pediatras que optan por estos tratamientos se ha disparado en los últimos años, sobre todo por el perfil de seguridad de los medicamentos y la facilidad de administrarlos. Y sí, son medicamentos, no chuches, según todas las directivas europeas y la Agencia Española del Medicamento. Como tal, se venden en las farmacias. «Efectivamente, estamos hablando de medicamentos con eficacia demostrada con estudios científicos y ensayos, al igual que sucede con los medicamentos convencionales, los alopáticos», comentan representantes de la Agencia Española del Medicamento. Si no, no estarían en el mercado.
El reportaje es tramposo de principio a fin. Al inicio, el autor, Josep Garriga, intenta mantenerse en la línea del medio y escribe que la homeopatía cura poniendo el verbo en cursiva, diciendo que hay científicos y médicos a quienes «les parece una patraña» y que nadie ha demostrado cómo interaccionan los productos homeopáticos en el organismo. Y sentencia que «la homeopatía despierta filias y fobias, y suscita maniqueas opiniones». Luego, explica brevemente cuáles son los principios de esta terapia y empieza el desfile de opiniones, claramente sesgado a favor de los prohomeopatía (5) frente a los escépticos (2).
Joan Ramon Laporte, jefe del servicio de farmacología del hospital de Vall d’Hebron de Barcelona, es de los segundos y deja claro por qué la homeopatía no puede funcionar: «Para comenzar, [los productos homeopáticos] no contienen nada porque la concentración del supuesto principio activo es infinitesimal. Y si dividimos por infinito, el resultado es nada. No hay un principio activo que desencadene una respuesta fisiológica en el organismo que mejore su estado de salud». Sin embargo, tan concluyente argumentación es desactivada recurriendo a Luc Montagnier, creyente en la homeopatía, de quien se recuerda su premio Nobel por el descubrimiento del virus de inmunodeficiencia humana (VIH) y que sostiene que se ha demostrado el agua tiene memoria en forma de «vibraciones electromagnéticas». El periodista no nos dice dónde se ha publicado tan extraordinario hallazgo por el que Jacques Benveniste ganó su primer premio Ig Nobel, lo da por cierto sin más a pesar de lo disparatado de la idea, que puesta en boca de un Nobel puede parece a algunos digna de crédito.
Olvidos y trampas
Como me recordaba en 2005 el biólogo marino Vicente Prieto, miembro del Círculo Escéptico, el agua no surge de la nada, sino que tiene un ciclo en el que pasa por la atmósfera, se filtra por las rocas, entra en contacto con miles de sustancias… Los homeópatas, Montagnier incluido, sostienen que la memoria del agua se activa cuando la agitan después de cada una de las sucesivas diluciones, y Prieto se pregunta: «¿Es que sólo recuerda los buenos elementos que hemos echado en ella en un momento determinado? Pensar que el agua tiene memoria y que, además, puede seleccionar aquello que más le conviene al enfermo resulta alucinante. Es concederle al agua memoria, bondad, conocimientos médicos e inteligencia. Si al agitar un vaso se activasen los compuestos con los que ese agua ha tenido contacto -incluidos venenos y productos radiactivos-, caeríamos fulminados tras beberlo». De ser real la memoria del agua, todos los controles de calidad carecerían de sentido, tanto en lo que se refiere a la potable como al agua de mar en la que se crían moluscos y peces. El líquido conservaría el recuerdo de las sustancias tóxicas empleadas en su potabilización y de todo tipo de microorganismos y metales pesados.
El reportaje de El País se olvida de todo esto y no sólo asume que el funcionamiento de la homeopatía está demostrado -poco importa que toda la literatura científica diga lo contrario-, sino que, además, recurre al juego sucio para hacer creer al lector que estamos ante algo más que hechicería disfrazada de ciencia: dice que la practican 10.000 médicos, que cada uno de ellos viene a dedicar a sus pacientes una media de 60 minutos por visita, que la Sociedad Catalana de Medicina Familiar y Comunitaria la recomienda para algunas patologías, que la Organización Médica Colegial (OMC) la ha reconocido como acto médico y que los productos se venden en farmacias como medicamentos. Nada de esto demuestra, sin embargo, que la homeopatía tenga base científica alguna: que muchos profesionales practiquen algo no implica que ese algo sea válido, sólo que lo practican; que organizaciones gremiales respalden las prácticas de sus asociados no otorga a éstas automáticamente una bendición universal; y todos sabemos que en las farmacias se vende casi cualquier cosa.
El autor no sólo no exige a los partidarios de la homeopatía las pruebas de lo que dicen -habría bastado un simple: ¿dónde se ha publicado eso?-, sino que, además, pasa por alto todas las publicaciones científicas que demuestran lo contrario, que son las que han llevado al Parlamento británico a pedir que la sanidad pública deje de financiar esta pseudomedicina. No menciona, por supuesto, al metaanálisis publicado hace cinco años por The Lancet, cuyos resultados llevaban a la prestigiosa revista a pedir a los médicos que fueran «valientes y honestos con sus pacientes acerca de la ausencia de beneficios de la homeopatía, y consigo mismos acerca de los fallos de la medicina moderna a la hora de cubrir la necesidad del paciente de atención personalizada». Y, por si eso fuera poco, el reportaje concluye con una falsedad. Asume como cierto que los productos homeopáticos tienen que demostrar su efectividad para recibir la autorización de la Agencia Española del Medicamento, cuando no es así; les basta con demostrar su inocuidad. ¿Y qué hay algo más inocuo que un poco de agua o una pastillita de azúcar?
Nota publicada en Magonia el 6 de marzo de 2010.