«La NASA busca desesperadamente un todoterreno lunar soviético», titulaba Pravda el lunes una información. El texto contaba cómo los cuatro reflectores láser en servicio dejados en la Luna por tres misiones tripuladas estadounidenses y una automática soviética se están deteriorando y reflejan cada vez menos fotones, y cómo la NASA intenta «desesperadamente» dar con una segunda sonda soviética que portaba otro espejo y se dio por perdida en 1971. «Los estadounidenses están tratando de encontrarla por alguna razón, buscando en la superficie lunar con un rayo láser». Además, el autor alertaba de que el deterioro de los cuatro reflectores en funcionamiento «hará pronto imposible [usarlos para] hacer mediciones» y que la única explicación para su deficiente rendimiento es que estén cubiertos por polvo lunar o hayan sufrido rayones. «Pero ¿qué puede hacer que el polvo lunar se mueva en cuatro lugares diferentes al mismo tiempo? No puede ser el viento», señalaba el periodista, quien añadía que el deterioro de los espejos «no explica por qué los estadounidenses buscan el robot soviético. Podrían pensar que su reflector todavía funciona».
La información de Pravda contiene el caldo de cultivo ideal para una de esas conspiraciones lunares que tanto gustan a algunos y que se sumaría a las de que los alunizajes fueron un montaje, que los astronautas encontraron ruinas en el satélite terrestre y que las grandes potencias tienen una base secreta en la cara oculta desde hace décadas. Todas ellas excluyentes entre sí; pero compatibles si se tiene la suficiente caradura. Lo que viene a decir el periódico ruso es que no hay explicación lógica a los daños que sufren los reflectores láser que están en la Luna desde hace unos 40 años -«Pero ¿qué puede hacer que el polvo lunar se mueva en cuatro lugares diferentes al mismo tiempo? No puede ser el viento»- y que la NASA busca «desesperadamente» un quinto espejo llevado por una sonda soviética perdida. Estamos, una vez más, ante la mezcla de verdades, medias verdades y mentiras descaradas que alimenta el pensamiento conspiranoico. Vayamos por partes.
Hay en nuestro satélite cinco reflectores láser dejados por tres misiones tripuladas estadounidenses y dos automáticas soviéticas. Cuatro están localizados en el Mar de la Tranquilidad (Apollo 11), en el cráter Fra Mauro (Apollo 14), en la fisura de Hadley (Apollo 15) y en el cráter Le Monnier (Lunokhod 2); el quinto lo llevaba el todoterreno soviético Lunokhod 1, que desde hace 39 años no se sabe exactamente dónde está en el Mar de las Lluvias. Estos espejos han servido a los científicos, por ejemplo, para medir al milímetro la distancia que separa la Tierra de la Luna por el método de emitir hacia ellos un rayo láser y cronometrar lo que tardan en regresar a la Tierra los fotones reflejados. Así, sabemos que la distancia que nos separa del satélite es de 384.403 kilometros y aumenta 38 milímetros al año. Pero no sólo eso.
«Los reflectores han proporcionado algunas de las mejores pruebas de la relatividad general y la gravedad, en general, incluyendo las mejores pruebas del principio de equivalencia fuerte, la tasa de variación de la constante de gravitación; la veracidad de la ley del inverso del cuadrado de la gravitación; el gravitomagnetismo; y la precesión geodésica. Además, nos han servido para aprender sobre el interior lunar y determinar la tasa de precesión del eje de la Tierra, y han contribuido al conocimiento de la orientación de la Tierra», me ha explicado Tom Murphy, astrónomo de la Universidad de California que dirige la Operación de Medidas de Distancia a la Luna por Telemetría Láser desde el Observatorio de Apache Point (APOLLO, por sus siglas en inglés).
Un puñado de fotones
Los 300.000 billones de fotones de cada disparo láser desde el Observatorio de Apache Point (Nuevo México) cubren un área de más de 2 kilómetros cuadrados cuando llegan a la Luna, por lo que se calcula que sólo uno de cada 30 millones da en el reflector al que apuntaban originalmente y emprende viaje de regreso a la Tierra. El rayo de fotones reflejado en la Luna abarca de vuelta a nuestro planeta unos 15 kilómetros cuadrados y sólo uno de cada 30 millones de fotones reflejados llega al detector terrestre de 3,5 metros de diámetro. Si se restan, además, los que absorbe la atmósfera, al final quedan un puñado: 30 detectaron en el Observatorio de Apache Point el 19 de octubre de 2005 de un pulso mandado al espejo dejado por el Apollo 11. No fue hasta hace dos años que Murphy sospechó que algo pasaba con los espejos, porque su equipo detectaba menos fotones que los previstos.
¿A cuándo se remonta el deterioro?
«Hemos descubierto algunos problemas en los datos históricos de finales de 1970, unos diez años después de la colocación de los reflectores en la Luna. Creo que serán útiles durante décadas, pero no está claro si la degradación va a continuar o ha alcanzado un valor estable: no tenemos datos suficientes para decir», explica el astrónomo. Así pues, en contra de lo que dice Pravda, los científicos no temen quedarse pronto sin esos valiosos equipos y, también en contra de lo que sostiene el diario ruso, saben a qué puede deberse su deterioro: al polvo levantado no por el viento -que no lo hay en la Luna-, sino por los impactos de micrometeoritos. Ese polvo se habría depositado sobre la superficie reflectante o la habría rayado, o habría hecho ambas cosas.
Claro que otra explicación, sin duda más del gusto de los vendedores de misterios, es que los extraterrestres cuyas ruinas encontraron Neil Armstrong y Buzz Aldrin están desescombrando sus instalaciones y levantando grandes cantidades de polvo.
Tampoco hay nada misterioso en la búsqueda del todoterreno soviético Lunokhod 1 por la NASA, que no está intentando desesperadamente dar con él. «De vez en cuando dedicamos algún tiempo a buscar el Lunokhod 1, pero la incertidumbre sobre el lugar en el que puede estar implica que debemos buscar en un espacio de parámetros dolorosamente grandes y aún así cabe la posibilidad de que no lo veamos incluso si estamos mirando al lugar correcto porque puede no estar en condiciones para que se le vea», indica Murphy.
Nota publicada en Magonia el 25 de febrero de 2010.