Todo creyente es creacionista en el sentido de que cree que en el principio hubo un creador; pero no todo creyente es creacionista en el sentido de creer que estamos aquí por ser el fin de esa creación. Conozco cristianos que sitúan la acción divina antes del Big Bang: Dios habría echado a rodar el Universo y luego se habría apartado y dejado hacer a las Leyes de la Naturaleza, incluida la selección natural. En esta concepción de la realidad, hay un hecho prodigioso al principio; pero no estamos aquí porque Dios nos haya creado ex profeso del barro o haya guiado el proceso evolutivo. Dentro del creacionismo, el extremo opuesto a esta visión es el de los literalistas bíblicos, que leen el Antiguo Testamento como un libro de historia y biología universales. Más cerca de estos últimos que de los primeros está José Ignacio Munilla. El recién nombrado obispo de San Sebastián es partidario del diseño inteligente, de que la evolución de la vida en la Tierra ha sido guiada por un entidad superior.
«El gran logro del diseño inteligente ha sido el de resistirse ante uno de los mitos de nuestro tiempo: la teoría darwinista. La casualidad no existe. La casualidad es el nombre que damos a nuestra ignorancia», escribía el ahora obispo en El Diario Vasco hace cuatro años, cuando era párroco de la iglesia de El Salvador en Zumarraga (Guipúzcoa). En su artículo «Diseño inteligente: ¿casualidad o causalidad?», salía en defensa de esa interpretación religiosa de la evolución de la vida tras la sentencia del juez John J. Jones III, quien dictaminó en diciembre de 2005 que «enseñar el diseño inteligente como alternativa a la teoría de la evolución en una clase de la escuela pública [como pretendían los creacionistas en Pensilvania] es inconstitucional» en Estados Unidos porque viola la separación de Iglesia y Estado.
Munilla admite que el Cosmos no tiene los 6.000 años que calculó, a mediados del siglo XVII, el clérigo anglicano James Ussher a partir de la Biblia, sino que han pasado unos 15.000 millones de años desde el Big Bang. Pero rechaza que la vida en la Tierra haya llegado donde ha llegado sólo gracias a la selección natural y al azar. «Su posición [la de los defensores del diseño inteligente] es muy matizada -dice-, ya que el hecho de afirmar la existencia del diseño tampoco les impide aceptar la evolución e incluso, en una cierta medida, la posibilidad de que haya una selección natural de las especies según las reglas de Darwin, que pudiera explicar los cambios dentro del mismo genotipo (sería una microevolución). Pero, rechazan la explicación darwiniana para dar razón de la evolución de especie a especie (llamada macroevolución)». A Munilla se le olvida recordar a sus lectores que sólo hay dos científicos que defienden el diseño inteligente y que carecen de toda credibilidad.
Para el obispo de San Sebastián, si el hombre desciende de un simio, eso se debe a la actuación divina. Una intervención bastante chapucera que, por ejemplo, hace que muchos de los nuestros sufran dolores y molestias por el mero hecho de caminar sobre dos patas y que, como me contaba hace un par de años el biólogo Francisco J. Ayala, deja a Dios en bastante mal lugar. Suele recordar el biólogo de origen español que el 20% de los embarazos acaba en aborto espontáneo durante los dos primeros meses. «Dado que los partidarios del diseño inteligente mantienen que hay un ser humano desde el momento de la concepción, Dios sería el mayor asesino de la Historia», sentencia. Piensen en el terremoto de Haití, con sus decenas de miles de muertos. Si la divinidad ha dirigido el proceso evolutivo, eso implica que actúa en el día a día y que cabe achacar a ella todo lo que pasa, incluidos los muertos de Haití, de todas las catástrofes naturales, de todas las guerras, de todos los crímenes, de todos los accidentes… de todo lo malo que pasa. Ése es el Dios de Munilla, Rouco y compañía.
Nota publicada en Magonia el 19 de enero de 2010.