Mucho antes de que Chris Carter eligiera Scully como apellido de la agente escéptica de Expediente X en honor a su locutor deportivo favorito, hubo un Scully famoso en el mundillo de los ovnis. Se llamaba Frank, era columnista de la revista Variety y publicó en septiembre de 1950 Behind the flying saucers (Detrás de los platillos volantes). El libro, del que vendió en dos años 60.000 ejemplares en tapa dura, estaba dedicado a los ovnis estrellados.
Scully aseguraba que, desde que Kenneth Arnold había visto los primeros platillos volantes en junio de 1947, el Gobierno de Estados Unidos había recuperado tres de esos ingenios y 34 cadáveres de sus tripulantes. La primera nave, en la que viajaban dieciséis visitantes que habían muerto achicharrados en el espacio, había realizado un aterrizaje forzoso mediante el piloto automático cerca de Aztec (Nuevo México); otros dieciséis alienígenas fallecieron durante el aterrizaje de un segundo ovni cerca de una instalación militar en Arizona, y dos más murieron «cuando intentaban abandonar la cabina» de otra nave en Paradise Valley (Arizona).
El periodista había sabido de la historia a través del magnate del petróleo Silas M. Newton, a quien se la había contado un científico, de apellido Gee, que era «el mayor especialista en magnetismo de Estados Unidos». «Ha estado trabajando para el Gobierno en proyectos de defensa de alto secreto durante siete años y ha tomado parte en 35.000 experimentos en tierra, mar y aire, en los cuales han participado un total de 1.700 científicos», escribió el reportero. Cuando Scully habló con Gee, éste le dijo que había participado en el estudio de los platillos volantes accidentados. Los visitantes procedían, según él, de Venus y sólo se diferenciaban de nosotros en su pequeña estatura -alrededor de un metro- y en que sus dentaduras eran perfectas, sin caries ni empastes
Charla en la universidad
Frank Scully destacaba en su libro, como apoyo a la autenticidad de los hechos, que Newton había hablado del asunto en la Universidad de Denver ante cientos de estudiantes en marzo de 1950. Se le olvidaba añadir que la conferencia había sido un experimento de un profesor de ciencias, Francis F. Broman, después de que un alumno propusiera que un experto en platillos volantes les diera una charla. Broman quería que sus estudiantes escucharan al especialista y evaluaran la verosimilitud de sus afirmaciones. Newton les habló de los ovnis estrellados, y los universitarios otorgaron a su discurso un cero en autenticidad, aunque lo consideraron muy divertido. Lo mismo que pasa con el libro de Scully.
Porque tanto Newton como Gee -en realidad Leo GeBauer- no eran sino unos consumados estafadores, según reveló el periodista J.P. Cahn en la revista True en 1952. Llevaban lustros haciendo de las suyas en el mercado de valores y vendiendo todo tipo máquinas inútiles a incautos que, por ejemplo, querían encontrar petróleo. Scully nunca se retractó: todavía no se sabe si fue engañado o cómplice del engaño.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 11 de agosto de 2009.