Tenía siete años recién cumplidos cuando el hombre llegó a la Luna. Y me acuerdo perfectamente de dónde estaba: en la cama. Mis padres no me dejaron quedarme a ver la hazaña porque, dijeron, era demasiado pequeño para estar despierto a esas horas de la madrugada. Siempre les he dicho, con cariño, que es algo que nunca les perdonaré. Así que aquella histórica noche me fui a dormir con la incertidumbre infantil de si Neil Armstrong y Buzz Aldrin se hundirían en una especie de arenas movedizas o tendrían que hacer frente a algún monstruo, como pasaba en las películas de ciencia ficción. Muchos años después, tuve el placer de hablar un rato con Buzz Aldrin sobre su aventura y hacerme una fotografía con él. Guardo como un tesoro su famosa imagen en el Mar de la Tranquilidad, autografiada. Y sueño con ver la llegada del hombre a Marte.
Publicado originalmente en La conspiración lunar ¡vaya timo! (Editorial Laetoli), libro de Eugenio Manuel Fernández Aguilar.
Nota publicada en Magonia el 20 de julio de 2009.