«Las coincidencias sólo significan lo que nosotros queremos que signifiquen», dice el narrador de Mobius Dick (2004), una novela de Andrew Crumey. El comentario tiene su origen en dos personajes que se conocen en el comedor de una universidad cuando uno lee a Thomás Mann y el otro un libro de física sobre la ecuación de Erwin Schrödinger. El primero recuerda que La montaña mágica trata de un personaje que va a un sanatorio de los Alpes suizos, se publicó en los años 20 del siglo pasado y, «poco tiempo después», Mann ganó el Nobel. El segundo indica que, al año siguiente de la publicación del libro de Mann, Schrödinger «visitó un establecimiento parecido e hizo su famoso descubrimiento». «Ambos obtuvieron el premio Nobel por sus trabajos, y se convirtieron en respetados filósofos de su tiempo. ¿Existe alguna conexión entre ambos? absolutamente ninguna», concluye el narrador.
Los paralelismos entre Mann y Schrödinger recuerdan a los existentes entre John F. Kennedy y Abraham Lincoln que destacó Iker Jiménez en su programa Cuarto milenio hace un par de años y repitió hace un par de meses. Con su teatralidad habitual, aseguró en 2006 al público de Cuatro que se trataba de «una historia increíble», que ambos mandatarios «parecen estar ligados por un hilo invisible durante cien años». Y lo demostró.
¿Juegos del destino?
«Abraham Lincoln fue elegido congresista en 1847. Un siglo exacto después, cien años después, Kennedy es elegido», destacó Jiménez, quien añadió que los dos llegaron a la presidencia de Estados Unidos con cien años de separación. «Por cierto, que ambos medían 1,83 y, como habrán comprobado, sus apellidos, por los que son célebres, tienen siete letras». Jiménez continuó diciendo que a los dos se les alertó de que no fueran al lugar donde luego les asesinaron. «Más curioso todavía es pensar que el secretario general de John Fitzgerald Kennedy se llamaba Lincoln y que, cien años antes, el secretario de Lincoln se llamaba Kennedy».
¿Les parece poca coincidencia? Pues, vean lo que pasa con los magnicidas: «El asesino de Lincoln disparó desde un teatro, el teatro Ford, y se escondió en un almacén. El asesino supuesto de Kennedy disparó desde un almacén y se escondió en un teatro», apuntó Jiménez. ¡Ah!, y no se olviden de que Kennedy sufrió las heridas mortales cuando iba en un Ford Lincoln, los nombres de los asesinos tenían quince letras –John Wilkes Booth y Lee Harvey Oswald– y «habían nacido también con un vínculo exacto de cien años». El periodista esotérico recordó, para acabar, que los vicepresidentes de Lincoln y Kennedy habían nacido también con cien años de diferencia y que los dos se apellidaban Johnson. «¿Casualidad, azar, juegos del destino? Que cada uno piense lo que quiera», concluyó. Pensemos, pues.
Abraham Lincoln -catorce letras, el nombre completo- nació en 1809 y murió en 1865. John Fitzgerald Kennedy -veintiún letras, el nombre completo- nació en 1917 y murió en 1963. Sus nombres completos no tienen el mismo número de letras, y tampoco hay un siglo de diferencia exacta entre sus nacimientos y muertes. Lincoln fundó el Partido Republicano; Kennedy era demócrata. Sí fueron elegidos con cien años de diferencia como congresistas y presidentes, pero mientras la carrera de Lincoln se contó por fracasos en las urnas entre 1846 -no 1847- y 1860, la de Kennedy fue ascendente desde 1946 -no 1947- hasta 1960. Lincoln, además, fue reelegido para el cargo, mientras que Kennedy no acabó su primer mandato en la Casa Blanca.
Elegir bien
Aunque Kennedy tuvo una secretaria llamada Evelyn Lincoln, no hubo secretaria de Lincoln que se apellidara Kennedy. Oswald se escondió en un cine, y no en un teatro, y asesinó al presidente a distancia, mientras que Booth lo hizo de cerca. Es falso que los dos magnicidas nacieran «también con un vínculo exacto de cien años», porque Booth lo hizo en 1838 y Oswald, en 1939. Que los vicepresidentes se apellidaran Johnson es tan sorprendente como que, dentro de cien años, haya habido dos González o Rodríguez como presidentes españoles. Y podíamos seguir recorriendo la vida de ambos mandatarios encontrando algunas similitudes y muchas diferencias. Pasa lo mismo con todo el mundo: al comparar la vida de dos personas, si seleccionamos sólo en lo que coinciden, acaba creándose la sensación de que estamos ante algo sorprendente, cuando en realidad no es así.
Busque puntos en común entre usted y un vecino, y verá que hay muchos. Busque diferencias, y verá que hay muchas más. ¿Pero qué pasa si sólo se fija en las coincidencias? Es lo que hacen los defensores de la conexión entre Lincoln y Kennedy. El químico Bruce Martin, de la Universidad de Virginia, publicó en 1998 en la revista The Skeptical Inquirer un artículo en el que desmonta las presuntas coincidencias presidenciales y recuerda que los dos mandatarios no nacieron ni murieron el mismo día ni el mismo mes, no fallecieron a la misma edad y los nombres de pila de sus esposas no eran el mismo, entre otros detalles olvidados por Jiménez.
Lo mismo pasa con Thomas Mann y Erwin Shrödinger. El escritor era alemán y el físico, austriaco; y, contado como lo cuentan los personajes de Mobius Dick, parece que tenían una conexión secreta, pero sus biografías fueron muy diferentes. Basta convertir las fechas aproximadas en exactas para que las similitudes se difuminen. Mann nació en 1875 y murió en 1955, mientras que la vida de Schrödinger discurrió entre 1887 y 1961. La obra más famosa de Mann, La montaña mágica, se publicó en 1924 y recibió el Nobel en 1929; Schrödinger desarrolló su célebre ecuación en 1925 y ganó el Nobel en 1933. ¿Dónde están las coincidencias?, ¿en que un escritor centroeuropeo ambientase una novela en un sanatorio de los Alpes suizos y un físico centroeuropeo pasase una temporada en un centro de ese tipo?
La revista
The Skeptical Inquirer: es la mejor revista dedicada a los fenómenos extraños. Desde 1976, han escrito en ella Isaac Asimov, Martin Gardner y Carl Sagan, entre otros. La misma organización publica en español la revista Pensar.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 7 de agosto de 2008.