«Una astronave sobrevuela El Cairo y orienta el objetivo de su cámara hacia abajo, verticalmente. Una vez revelado el negativo, se nos ofrece el siguiente cuadro: todo cuanto se encuentra en un radio de 8.000 kilómetros, más o menos, bajo el objetivo fotográfico aparece reproducido correctamente, pues se halla en los planos verticales de la lente. Cuanto más se aleja nuestra mirada del punto central, tanto más desfigurados vemos los países y continentes». La escena, descrita por Erich von Däniken en su libro Recuerdos del futuro (1968), habría sucedido hace miles o millones de años. La prueba de ello sería el mapa del almirante turco Piri Ibn Haji Mehmed, una cartografía del siglo XVI en la cual se ven la Península Ibérica, la Bretaña francesa, el abombamiento de África Occidental, el océano Atlántico, la costa oriental americana y numerosas islas.
El documento fue descubierto en el palacio de Topkapi de Estambul en 1929, cuando estaba siendo convertido en museo. Es parte de un mapamundi desaparecido en dos terceras partes. El fragmento que queda es lo que se conoce como mapa de Piri Reis (reis significa almirante). Está dibujado sobre piel de gacela, mide 90 centímetros de largo y 65 de ancho, y esta centrado en el Atlántico. Lo más llamativo es que la costa americana se conecta al Sur con unas tierras que parecen corresponder a la Antártida, continente que no fue descubierto hasta 1819. Las inscripciones informan de que el autor es el almirante Piri y lo hizo en el año 919 después de la Hégira, nuestro 1513, a partir de cartografías anteriores.
Conocimiento imposible
El mapa de Piri Reis es uno de los primeros en incluir América. Su fama actual se debe al cartógrafo Arlington H. Mallery y al historiador estadounidense Charles H. Hapgood, quienes se interesaron por él a mediados de los años 50 del siglo pasado. Mallery dictaminó que la posición de África y Sudamérica eran extraordinariamente precisas para la época y creía que las tierras del Sur eran la Antártida antes de que se cubriera de hielo hace 14 millones de años. Casi al mismo tiempo, Hapgood, profesor de la Universidad Estatal de Keene (New Hampshire), llegó a las mismas conclusiones después de un examen del mapa «sin ideas preconcebidas» y llamó la atención sobre una cordillera que identificó como los Andes. ¿Pero cómo podían figurar los Andes en una cartografía de 1513, cuando Pizarro no los avistó hasta 1527?
Para Hapgood, la respuesta a esa pregunta y a la presencia de la costa antártica libre de hielo era que Piri Reis había bebido para su mapa de otros muy anteriores, levantados por alguien capaz de volar. La idea fue popularizada por Louis Pauwels y Jacques Bergier en su libro El retorno de los brujos (1960). «¿Será copia de mapas todavía más antiguos? ¿Habrá sido trazado partiendo de observaciones hechas a bordo de una nave volante o espacial? ¿O serán notas tomadas por visitantes venidos de Fuera?», se preguntaban hace casi cincuenta años quienes pusieron de moda la búsqueda de visitantes de otros mundos en el pasado.
Los defensores de su origen extraordinario argumentan que el mapa de Piri Reis es de una exactitud increíble. Von Däniken dice que para su elaboración se usó tecnología espacial, las máquinas voladoras de los extraterrestres que, según él, se ocultan tras los dioses de las antiguas tradiciones. Sólo eso explica, a su juicio, la inclusión de la Antártida y que tanto las costas como el interior de los continentes estén reflejados con «singular precisión; las cadenas de montañas, los picos, ríos, lagos y altiplanicies están diseñados con absoluta exactitud».
El continente perdido
Los historiadores ven en el documento algo muy distinto, detalles que pasan desapercibidos a los lectores de obras en las que nuestro pasado no se entiende sin la benéfica intervención de alienígenas. «No es necesario apelar a los astronautas o navegantes de una civilización desconocida anterior a la era glaciar para explicar el mapa de Piri Reis», indica en su libro Astronautas en la Antigüedad (1984) el historiador William Stiebing. Para este experto, la cartografía del navegante turco es lo que dice su autor en una nota al margen, una recopilación basada en mapas anteriores. De la misma opinión es el cartógrafo Gregory C. McIntosh en su libro The Piri Reis map of 1513 (2000). ¿Y la Antártida sin hielo, los Andes, la extraordinaria precisión geográfica…?
Una mirada desapasionada, que no busque extraterrestres ni avanzadísimas civilizaciones desaparecidas -como propuso Hapgood en su libro Maps of the ancient sea kings (Los mapas de los antiguos reyes del mar, 1966)-, ve muchas cosas que no casan con la exactitud atribuida al mapa de Piri Reis: faltan el estrecho de Magallanes y el océano Pacífico; no hay nada parecido al istmo de Panamá, el golfo de México y la península de Florida; el Caribe no existe y las islas de la región están desplazadas; los Andes discurren por mitad de Amazonas y llegan hasta el Sur no más allá de la latitud de La Paz; faltan casi 1.500 kilómetros de la costa sudamericana…
Tampoco la Antártida se ve en el mapa. La costa que Hapgood identifica con la del continente helado es la de Sudamérica doblaba por el dibujante hacia el Este por debajo del Río de la Plata. Y los Andes mal colocados no son los Andes: corresponden a las montañas que dibujan a veces los cartógrafos medievales y del Renacimiento en el interior de los continentes al tuntún. Si se suma a eso la presencia de animales imaginarios, queda claro que el mapa de Piri Reis -cuyo autor atribuye a Colón el descubrimiento de América- presenta errores propios del siglo XVI y de las cartografías anteriores en las que se inspiró el dibujante. O eso o los tripulantes de la astronave que, según Von Däniken, sobrevoló El Cairo en un pasado remoto para hacer un mapa de la Tierra eran unos chapuceros de tomo y lomo.
El libro
The Piri Reis map of 1513 (2000): el cartógrafo estadounidense Gregory C. McIntosh firma una monografía que responde a todas las preguntas sobre la cartografía del almirante turco.
Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 28 de agosto de 2008.