No sé a cuántos fines del mundo he sobrevivido. Nunca me he molestado en contarlos. Cuando en 1999 Paco Rabanne -de profesión, sus trapos- profetizó la caída de la Mir sobre París en coincidencia con un eclipse solar y Jean Charles de Fontbrune -el principal intérprete de Nostradamus- vaticinó el principio del fin, escribí un reportaje en la que recogía las muchas veces que visionarios de tres al cuarto han puesto a la Humanidad fecha de caducidad. Me he acordado de ello leyendo el último número de la revista Pensar, cuya portada protagoniza un artículo de Ricardo Campo titulado «Apocalipsis: crónica de un final anunciado».
El filósofo y miembro del Círculo Escéptico recorre los finales predichos por adventistas, mormones y otras sectas cristianas, además de hacer parada en las profecías de los apóstoles de la Nueva Era y los más fanáticos seguidores de los platillos volantes. Ninguna de todas esas catástrofes ha ocurrido, pero no por eso sus anunciantes han perdido adeptos ni crédito. «En la crítica a los cultos apologéticos, a los profetas contemporáneos y a las predicciones astrológicas no es suficiente con poner de manifiesto la ausencia de pruebas o indicios racionales de sus afirmaciones o los múltiples fallos predictivos de catástrofes finales», señala Campo.
La polémica la siembra Hernán Toro en la sección Controversia. «Nadie debería tener la riqueza suficiente como para manipular la voluntad pública para beneficio propio. Esto se reflejaría en un Estado que controle los medios, pero que, a la vez, los ponga a disposición de las ideas políticas de forma equitativa, tanto en duración como en franja temporal», escribe el escéptico colombiano al reflexionar sobre el pensamiento racional en política. Toro apuesta por medidas que parecen sacadas de ideologías hace décadas superadas. Y no lo digo porque no esté de acuerdo con que en este planeta hace falta más justicia, sino porque creo que ni la limitación de la riqueza privada ni el control público de los medios de comunicación -medidas por las que aboga- harían de éste un mundo mejor.
El control público de los medios de comunicación no es garantía de más democracia. Podríamos citar todas las tiranías que han hecho del poder mediático un instrumento clave de su opresión; pero no hace falta llegar a ese extremo. En España, una democracia, tenemos dos cadenas de televisión de ámbito nacional y una multitud de canales autonómicos, todos ellos dependientes del Estado. La realidad es que esas televisiones públicas son instrumentos del partido en el poder en el Gobierno nacional o regional correspondiente, y su credibilidad es, por eso, poca. Quizá lo primero que haya que preguntarse es quién tiene la culpa de que la opinión pública sea tan fácil de manipular y por qué los gobiernos, de todos los colores, no hacen lo posible por formar ciudadanos responsables. ¿Alguien cree que lo harían si controlaran toda la riqueza y los medios?
La revista en español del Comité para la Investigación Científica de las Afirmaciones de lo Paranormal (CSICOP) dedica cinco páginas a la Primera Conferencia Iberoamericana sobre Pesamiento Crítico, celebrada en septiembre en Buenos Aires, presta especial atención -a través de Juan de Gennaro, responsable de Argentina Skeptics y de Proyecto Darwin– al avance del diseño inteligente contra la teoría de la evolución en Estados Unidos e incluye las secciones habituales de noticias breves, reseñas y cartas. «Con este número damos comienzo a nuestro tercer año», indica en el editorial Alejandro J. Borgo, el director de Pensar, una publicación trimestral del CSICOP que tiene 28 páginas y cuesta 12 dólares por un año y 20 por dos. Pueden suscribirse a esta revista -que no se vende en tiendas- a través de Internet o del correo convencional, usando en el primero de los casos la tarjeta de crédito y en el segundo, además, el giro postal. Los residentes en España pueden hacerlo mediante un ingreso bancario en euros previa consulta con el autor de estas líneas. Los números atrasados pueden conseguirse por los mismos medios.
Nota publicada en Magonia el 24 de enero de 2006.