
No basta con investigar, con estudiar los hechos enigmáticos y darles una explicación, con descubrir dónde mienten los fabricantes de misterios. Ésa es sólo la primera parte de una tarea que, como indica Borgo, es doble: hay que comunicar lo investigado, estudiado y descubierto. Ojalá las palabras del escritor argentino alienten un debate en el seno del movimiento escéptico español, sumido desde hace tiempo en un inexplicable letargo y que nunca ha conseguido acercarse al gran público. Dice el director de Pensar, en una entrevista publicada hace casi dos meses en Dios!, que le gustaría que la revista llegara «a la comunidad científica, a los docentes y a los periodistas». «Hay que comenzar allí donde se gesta la educación», explicaba a su colega Alejandro Agostinelli. Coincido en esa prioridad -la apunté en «Científicos, educadores y periodistas ante la tentación demoniaca»– y lamento que la realidad demuestre que ninguno de esos tres colectivos ve en España como un peligro el auge del pensamiento mágico.Esa apatía -ese encierro en la torre de marfil de investigadores, profesores y comunicadores- es en gran parte culpa nuestra, de los escépticos, quienes no hemos sabido ni convencer a los periodistas científicos de la importancia de mantener una actitud beligerante hacia la pseudociencia. Me alegra que Borgo sea periodista -también lo es Kendrick Frazier, director de The Skeptical Inquirer– porque lo que necesita el movimiento escéptico hispano es gente que sepa comunicar, y un profesional con ideas claras al frente de una revista garantiza que los textos sean interesantes y claros, que no maten de aburrimiento al lector.
Suscribirse a Pensar cuesta sólo 12 dólares por un año y 20 por dos a través de Internet o del correo convencional, usando en el primero de los casos la tarjeta de crédito y en el segundo pudiendo, además, recurrir al giro postal.