Fenicios, griegos y romanos clásicos, bereberes, árabes, mandingas, vikingos… Todos esos pueblos pisaron América antes de 1492, según Juan José Benítez. «Colón fue el último», dice el periodista en el quinto episodio de Planeta encantado, la serie que emite Televisión Española (TVE) y que ya ha empezado a venderse por entregas en los quioscos. Metido a historiador, el ufólogo, quien ya nos descubrió que Jesús estuvo sentado en las gradas del Coliseo romano antes de que se construyese, confunde posibilidad con realidad y presenta pruebas tan convincentes de los viajes precolombinos cómo las que hay de que nos visitan seres extraterrestres en platillos volantes.
Hay restos materiales que demuestran que, antes de la llegada de Cristóbal Colón, los vikingos visitaron lo que luego se llamó América. Pudo ocurrir alrededor del año 1000, después de que Erik el Rojo se instaló en Groenlandia tras ser desterrado de Islandia por haber matado a dos hombres, y está narrado en la denominada Saga de Groenlandia y Saga de Erik el Rojo. Tras el descubrimiento accidental de nuevas tierras al oeste por parte de una barco extraviado, Leif Erikson, hijo de Erik el Rojo, llegó a un lugar que bautizó como Vinland (tierra del vino), donde hacia 1022 se estableció un asentamiento de vikingos groenlandeses, pero los colonizadores cayeron ante los indígenas. Hoy en día, no se sabe dónde estaba Vinland, pero podría tratarse de cualquier sitio entre la isla de Terranova, al norte, hasta Cape Cod, al sur. Sea cual sea el caso, los vikingos desembarcaron en América antes que Colón y, aunque el experimento les salió mal, hay algunos artefactos precolombinos y un asentamiento al norte de Terranova que lo demuestran. Sin embargo, su descubrimiento no supuso nada ni para Europa ni para América.
En El secreto de Colón, Benítez equipara los viajes de los vikingos con los de otros pueblos.
¿Pudieron fenicios, griegos y romanos clásicos, bereberes, árabes y mandingas visitar América antes de 1492, al igual que al parecer ocurrió en el caso de los descendientes de Erik el Rojo? Claro. ¿Lo hicieron? No hay pruebas. Decir que hubo expediciones trastlánticas de esos pueblos es, sin restos arqueológicos que lo apoyen, simple y llanamente especular. Por supuesto que los vientos y las corrientes marinas pudieron arrastrar hasta el Nuevo Mundo alguna nave romana, griega o del pueblo que se quiera. Pero que algo sea posible no quiere decir que haya ocurrido en realidad. ¿Dónde están las mezquitas que cita Benítez, las estatuas a Júpiter y Atenea u otros restos culturales inequívocamente no americanos? El autor de Caballo de Troya sostiene, además, que en ciertos puertos andaluces se comerciaba antes del Descubrimiento con mercancía «típica americana» y cita, entre otros productos, el maíz, al que se hace «expresa mención» en textos anteriores a 1492.
William Stiebing explica muy bien, en Astronautas en la Antigüedad (1984) porque éste y otros intentos de recurrir al idioma para demostrar la existencia del maíz en Europa antes de Colon «han fracasado. En su mayoría dependen del dudoso supuesto de que los nombres vernáculos para el maíz después de los tiempos de Colón también se refieren al maíz de antes de 1492. El error de dicho supuesto se puede demostrar observando la palabra inglesa corn. Este término proviene de una palabra anglosajona que se refiere a las semillas de cualquier tipo de cereal (todavía se emplea con este significado). No obstante, en el uso coloquial se aplica al cereal que más se cosecha en cada una de las diversas regiones donde se habla inglés. De este modo, en Escocia e Irlanda corn se refiere a la cebada, en Inglaterra al trigo y en Estados Unidos y Australia al maíz. De la misma manera, las palabras para el maíz en portugués, italiano y otros idiomas del Viejo Mundo no significaban necesariamente maíz en los tiempos precolombinos».
El gran secreto
Pero el gran secreto de Cristóbal Colón -el que da título a este episodio de Planeta encantado– es, según Benítez, que sabía que América estaba allí gracias al testimonio de un navegante al que conoció en Porto Santo, en las Azores, años antes de salir de Palos de Moguer. La idea no es nueva. Surgió poco después del Descubrimiento como rumor y quedó plasmada en algunos textos de la época. Se conoce como la leyenda del piloto anónimo y parte del hecho de que una nave que viajaba de África a Europa, a mediados del siglo XV, se habría desviado hacia el Caribe empujada por un temporal. A partir de aquí, hay distintas versiones, de las que el autor navarro se inclina por una en la que los expedicionarios accidentales navegan durante dos años de isla en isla, se mezclan con los nativos y regresan a casa sólo después de haber contraído «la temible sífilis». En su lecho de muerte, uno de los supervivientes de esa aventura habría hablado a Colón de la existencia de lo que luego se bautizó como América.
«Esta asombrosa y secreta historia, guardada celosamente por el Almirante, me fue facilitada hace ya veinticinco años por el entonces prior de los franciscanos de La Rábida, Francisco de Asís Oterín», afirma el periodista, como si estuviera hablando de algo nuevo, cuando desde fray Bartolomé de las Casas (1472-1566) ha habido autores que han hablado de un piloto que informó a Colón. Falso secretismo al margen, al igual que no hay pruebas irrefutables de que algunos pueblos de la Antigüedad pisaran América, tampoco las hay de la existencia real del navegante desconocido, cosa que, obviamente, Benítez oculta a sus televidentes. Se sabe que Colón conocía los trabajos de Toscanelli, geógrafo florentino que defendía que podía llegarse a Asia oriental -a las Indias- por una ruta occidental, ya que en aquella época la idea de que la Tierra era redonda ya era un lugar común entre los estudiosos. Las cartas marcadas de Colón a las que alude Benítez, en referencia a la información facilitada al Almirante por el prenauta -como llama el periodista al desconocido piloto-, no son nada más que una leyenda, mientras no se demuestre lo contrario. La Historia no se escribe sobre rumores, sino sobre hechos y rastros materiales; al igual que el periodismo. Lo que, desde hace casi tres décadas, hace el director de Planeta encantado es otra cosa.
Reseña publicada en Magonia el 10 de noviembre de 2003.