
Del 25 al 31 de agosto de 1835, vieron la luz en el periódico seis entregas de un serial titulado Grandes descubrimientos astronómicos hechos recientemente por sir John Hershel en el cabo de Buena Esperanza. Sin firma, se presentaban como extractos de un artículo escrito por Andrew Grant, discípulo de William Hershel -descubridor de Urano y padre de John Hershel-, para el Supplement to the Edinburgh Journal of Science. Compañero de viajes y «amanuense» de Hershel hijo, Grant aseguraba que este había desarrollado un nuevo tipo de telescopio con el que había hecho «los más extraordinarios descubrimientos en todos los planetas de nuestro sistema solar» y visto «planetas en otros sistemas solares».
Los hombres murciélago
Tras un primer artículo dedicado a las características técnicas del telescopio, el segundo se centraba en la primera observación de la superficie lunar, donde podían verse objetos con la misma claridad que «la simple vista los distingue en la Tierra a la distancia de 90 metros poco más o menos». Cuando el 10 de enero de 1835 Hershel apuntó su instrumento óptico hacia el satélite, vio árboles, ríos, un lago, cascadas, «una playa de brillante arena blanca», cuadrúpedos de color pardo que parecían bisontes, una especie de cabra con un solo cuerno, pelícanos, grullas, peces y otros animales.

Los hallazgos lunares hicieron que las ventas de The Sun -un diario considerado serio- se dispararan de 8.000 ejemplares a más de 19.000, con lo que se convirtió en el periódico más leído del mundo. Pero tuvo que suspender la serie porque, informó, un incendio accidental había destruido el telescopio de Ciudad del Cabo. Para entonces, otros diarios y revistas de Nueva York habían empezado a reproducir la historia para hacerse con su trozo de la tarta. Aseguraban haber tenido acceso a la fuente original, pero lo cierto es que esta no existía. Ni el Edinburgh Courant había publicado ningún anuncio como el del 21 de agosto, ni un tal Andrew Grant había escrito nada sobre la Luna en ninguna revista científica escocesa, ni el astrónomo John Hershel sabía nada del asunto.
Todo había sido un invento de Richard Adams Locke, un periodista inglés que trabajaba para The Sun. Aunque nunca admitió abiertamente la autoría del engaño, poco después figuraba como autor del librito que se publicó recopilando los artículos. Murió a los 71 años en Staten Island el 16 de febrero de 1871. Tres días después, The Sun, que nunca había admitido el fraude hasta entonces, publicaba su obituario en primera página. Decía: «El señor Locke fue el autor del engaño de la Luna, la broma científica más exitosa jamás publicada, que apareció originalmente en The Sun. La historia fue contada con una minuciosidad en los detalles y un uso tan diestro de frases técnicas que no solo fue aceptada como real por el lector ordinario, sino que también engañó y desconcertó a los hombres de ciencia en un grado asombroso».
En España, un año más tarde
La historia llegó a España en 1836, cuando varios diarios la reprodujeron y una imprenta barcelonesa publicó el librito Grandes descubrimientos astronómicos hechos recientemente por sir John Hershel en el cabo de Buena Esperanza, firmado por Richard Adams Locke. «La Luna contiene en su superficie objetos admirables y está poblada de vegetales, aves, animales y diferentes razas de seres alados, semejantes en lo demás a la especie humana», aseguraba en la introducción el traductor, Francisco de Carrión. «Decir no lo creo porque no lo he visto u otras trivialidades, o por lo chocante que parezca el que haya hombres con alas en la Luna, y antojarse, sin más examen, paparrucha inventada por la imaginación fecunda de un burlón no es modo de raciocinar», sentenciaba.