
Una tímida
Aclaración, en la sección de cartas de los lectores de
Más Allá, llamó mi atención la semana pasada mientras hojeaba el número 189 (noviembre de 2004) de la revista dirigida por
Javier Sierra. Dice: «En junio de 2001, la revista
Más Allá entregó un CD titulado
Sonidos del más allá en el que se recogieron varias psicofonías obtenidas por
Luis de la Fuente, y que en aquel entonces se divulgaron sin que el autor de las mismas diera permiso expreso para su publicación. Aun pese al tiempo transcurrido, deseamos dejar constancia de la disconformidad del autor de ese material con su divulgación a través de un soporte como aquel CD, ya que para él se trata de material en vías de investigación y no deseó nunca que se comercializara con él. Esta revista le expresa sus disculpas». Bonito, ¿verdad? Qué bien queda decir que «se divulgaron sin que el autor de las mismas diera permiso expreso para su publicación». No parece lo mismo que afirmar que se distribuyeron masivamente una grabaciones sin permiso de su propietario. Así, a secas, como en una especie de
top manta paranormal.
Me acordé de la historia al leer un comentario sobre el último episodio del culebrón de las caras de Bélmez en
Bajo el volcán, la bitácora escéptica de Gerardo García-Trío, y seguir el enlace de rigor hasta la web donde De la Fuente denunciaba cómo
Más Allá se apropió de algunas de sus grabaciones, las copió, las reprodujo y se las regaló a sus lectores como gancho promocional. La víctima del pirateo indicaba, además, que en el disco «se dan informaciones incorrectas en cuanto a dos de las grabaciones obtenidas, muy probablemente, con el único fin de hacer más impactante», y que, a pesar de que escribió a Sierra el 21 de junio de 2001, no recibió respuesta del periodista hasta el pasado 2 de octubre. Y la respuesta se las trae. Después de admitir el «grave error» de haber reproducido las psicofonías sin permiso, Sierra argumentaba como atenuante que «aquel CD no se vendió ni reportó dinero alguno (de hecho ese punto constaba bien visible en el CD). Se trataba de un obsequio promocional de la revista y, en cierto modo, de un homenaje a las labores radiofónicas de Miguel Blanco, presentador del CD».

Sí, han leído bien. El director de
Más Allá intenta justificarse con la excusa de que el CD «no se vendió». ¿Seguro? ¿No había que comprar la revista para conseguir el disco? ¿Con qué derecho se apropió
Más Allá de un material y le impuso la siguiente leyenda: «Prohibida su reproducción total o parcial, así como su radiodifusión sin permiso expreso del titular del copyright. © Más Allá de la Ciencia, 2001»? ¿Si se hubieran regalado las grabaciones sin más, la violación de los derechos de autor no habría sido tal? ¿Admitiría Sierra que mañana se colgaran de una web sus libros enteritos para que quien quiera se los pudiera descargar
gratis total o que alguien los regalara para promocionar un producto sin que el se llevara ni un céntimo de euro? ¿Vería con buenos ojos la editorial de
Mas Allá que alguien distribuyera la revista gratis por Internet?
Esperaba otro tipo de respuesta de este divulgador de lo paranormal. Lo que sucede con quienes se apropian del trabajo intelectual ajeno es que, cuando les pillan, ni siquiera tienen la mínima dignidad. Hace cuatro años, cuando se descubrió que su novela
Sabor a hiel incluía páginas enteras de dos obras de Danielle Steel y Ángeles Mastretta, la periodista Ana Rosa Quintana dijo al principio que
todo se había debido a un error informático por el que los párrafos en cuestión habían aparecido mágicamente en mitad de su novela y acabó culpando de los hechos a un colaborador que le había
ayudado a escribirla. ¡Pobrecilla, había tenido que recurrir a un negro!
Juan José Benítez elevó el listón de la desfachatez hasta la estratosfera en 1987, después de publicarse en España las pruebas que demostraban que en su saga
Caballo de Troya había fusilado páginas enteras del
Libro de Urantia, supuestamente revelado por seres extraterrestres y publicado por primera vez en 1955 por la
Fundación Urantia. Fernando Lara, entonces consejero delegado de Editorial Planeta, admitió en
Interviu que el novelista navarro se había ‘inspirado’ en la obra estadounidense. «Sabíamos que estaba copiando, pero no si lo estaba haciendo con tres párrafos o con ocho páginas seguidas. Es que debe aclararse que
Urantia no ha sido un
bestseller en Estados Unidos, sino que ha tenido una circulación restringida, y es un libro comercialmente infumable», decía. «La naturaleza de tales textos -argumentaba, por su parte, Benítez-, de origen extra-humano, me autoriza a
beber o inspirarme en ellos, de la misma forma que podría hacerlo (y otros muchos lo han hecho) con cualquier libro sagrado o de inspiración divina. Legal y moralmente, el asunto del
copyright es, cuando menos, discutible».
Sierra podía haber respondido a De la Fuente algo parecido: «Mire, en todo caso quien tendría que reclamar los derechos de autor son los dueños de las voces que se escuchan en sus grabaciones». Más que nada por seguir la estela de su maestro. Sin embargo, ha optado por admitir la metedura de pata. Eso sí, tres años después y haciendo todo lo posible para que pase desapercibida. Además, con esa condescendencia que tienden a mostrar algunos cuando les acorralan, dice: «Particularmente, considero la transcomunicación instrumental como uno de los campos más serios de investigación en el campo de lo paranormal, y quienes trabajan en él merecen mis mayores respetos». La transcomunicación instrumental es el nombre con el que desde hace unos años se intenta disfrazar el disparate de las psicofonías y las psicoimágenes, de las voces y las imágenes atribuidas al Más Allá y grabadas en cintas magnetofónicas y de vídeo. Y una de las
autoridades en este campo es
Pedro Amorós, presidente de la
Sociedad Española de Investigaciones Parapsicológicas (SEIP) y personaje al que dentro del mundo paranormal se achaca
la creación de las últimas caras de Bélmez.
El domingo pasado, escribí a De la Fuente para informarle de cómo
Más Allá había reconocido por fin el pirateo y pedirle que me ampliara la historia. Dos días después, la denuncia de la actitud de Sierra desapareció de la web de la víctima y, en su lugar, hay ahora
una nota de agradecimiento al periodista esotérico.
Magonia cuenta, sin embargo, en su archivo con
una copia del escrito original que estuvo colgado de la web hasta hace unos días, incluidos los mensajes de correo electrónico que se cruzaron Sierra y De la Fuente, y éste publicó en Internet. Más que nada, por si ahora alguien intenta maquillar la historia.