
«Sin lugar a dudas, Kinchen es un ardiente nazi entrenado en el uso de armas y explosivos, la escuchas telefónicas, la química, la psicología, las toxinas y los venenos, la electrónica, la reparación de automóviles, el sabotaje y la fabricación de estupefacientes», explicaba Dick en una segunda carta fechada el 4 de noviembre. La información codificada daba por cierta la existencia de una nueva cepa de sífilis que «no puede curarse, es de acción rápida y destruye el cerebro», e iba a usarse en un ataque contra EE UU. El escritor decía, sin embargo, haber averiguado que tal variante de la enfermedad no existía y creía que lo que pretendían los conspiradores era que algunos escritores de ciencia ficción incluyeran esa información en clave en sus novelas para luego «romper su propio código, hacer pública esa información falsa y provocar la histeria colectiva y el pánico» que dejarían al país a merced de sus enemigos.
El autor recordaba al FBI que una de sus obras, El hombre en el castillo (1962), «describe un mundo alternativo en el que alemanes y japoneses habrían ganado la Segunda Guerra Mundial y ocupado Estados Unidos», y, por si las moscas, dejaba claras sus ideas al respecto: «Mis novelas son extremadamente antinazis». Y es que ya había sido investigado por su oposición a la guerra de Vietnam. La agencia concluyó poco después que la conspiración neonazi no era digna de crédito y, según Redfern, Dick dejó de mandar cartas al FBI en cuanto se dio cuenta de que la historia no les interesaba. El escritor, que llevaba años experimentando con drogas, llegó a convencerse en 1974 de que había entrado en contacto con una entidad superior que bautizó como Sistema de Vasta Inteligencia Viva (VALIS, por sus siglas en inglés) y al que dedicó una de sus novelas.