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Cómo silenció Carlos de Inglaterra a Edzard Ernst, el principal experto europeo en medicinas alternativas

Su prestigio hizo que en 1993 le invitaran a poner en marcha la cátedra de Medicina Complementaria de la Universidad de Exeter. Se convirtió en el primer catedrático de esa disciplina en el mundo, y el heredero británico le pidió una copia de su discurso inaugural. «Esto es grande, pensé. Me emocionaba que alguien tan influyente como el príncipe Carlos estuviera interesado en mi trabajo. ¿Qué podía ser mejor que tener apoyo en las alturas?», escribe en el capítulo que dedica al episodio, titulado «Off with his head!» (¡Que le corten la cabeza!).
Las obsesiones del príncipe
No tardó en descubrir lo confundido que estaba. Comprobó que, desde los años 80, el príncipe de Gales «había promocionado la medicina alternativa infatigablemente, mostrándose a menudo reacio o incapaz de distinguir entre el auténtico cuidado de la salud y la flagrante charlatanería, entre la medicina y el aceite de serpiente, o entre la verdad y algunas obsesiones de su propia cosecha». Carlos de Inglaterra «parecía ser un firme defensor de la sinrazón y un formidable oponente a cualquier intento de trasladar la ciencia o el pensamiento crítico a la medicina alternativa». El príncipe de Gales, destaca el científico, se ha llegado a mostrar orgulloso de ser «un enemigo de la Ilustración».
En Exeter, Ernst, el principal experto europeo en terapias alternativas, sometió esas prácticas a los mismos filtros experimentales que las convencionales. Constató que la mayoría carece de efectividad, y que la homeopatía y la quiropráctica, además, son peligrosas porque animan a abandonar tratamientos que funcionan y causan graves lesiones, respectivamente. El establecimiento de su cátedra coincidió en el tiempo con el de la Fundación del Príncipe para la Salud Integral, creada por el heredero y que cerró en 2010 entre acusaciones de fraude y lavado de dinero. Al principio, hubo relación entre ambas instituciones, pero pronto se distanciaron por las críticas de Ernst a las terapias alternativas.

En agosto, le pidió su opinión un periodista de The Times a quien alguien había filtrado el informe, y Ernst lo describió como basura. Semanas más tarde, el secretario personal del heredero escribió a la universidad, acusándole de haber filtrado el documento. «Lo que siguió fue el periodo más desagradable de mi vida profesional». La investigación interna, con incontables interrogatorios y el escrutinio de todo su correo electrónico y físico, le minó. «Tuve que contratar un caro asesoramiento legal, mi calidad de vida saltó por la ventana y hasta mi salud se deterioro». Al final, tras 13 meses, Ernst fue declarado inocente, pero en los años que siguieron su departamento sufrió un brutal recorte de fondos que derivó en su desmantelamiento en 2011. Y él perdió el trabajo. El médico lo tiene claro: todo fue una maniobra del príncipe de Gales para quitarle del medio.
La autoridad de la cuna
Entre la exoneración y se despedida forzada de la Universidad de Exeter, el científico no se calló la boca cuando en marzo de 2010 se supo que Duchy Originals, una empresa de Carlos de Inglaterra, vendía productos como la tintura desintoxicante de alcachofa y diente de león, que dice que elimina toxinas del cuerpo, al módico precio de 10 libras por 50 mililitros (200 libras el litro). “Carlos está explotando a la gente en tiempos difíciles”, dijo entonces Ernst, y añadió que la firma del príncipe debería denominarse Dodgy Originals (Originales no fiables) porque, “bajo el estandarte de la atención médica holística e integral, promueve un arreglo rápido y un curanderismo descarado”.
Cuando en octubre de 2005 se publicó el informe Smallwood, Richard Horton, director de la revista científica The Lancet, advirtió en una carta a The Guardian de que contenía «disparates peligrosos». Decía:
El resumen [del informe] incluye lo siguiente: «La mejor prueba de la homeopatía, en términos de beneficios para la salud y reducción de costos, está asociada con su uso como una alternativa a la medicina convencional en relación con una serie de enfermedades de todos los días, especialmente el asma».
Cerca de 1.400 personas mueren de asma cada año en Reino Unido. Es una enfermedad que amenaza la vida y que puede controlarse mediante el uso de medicamentos. La idea de que la homeopatía puede sustituir al tratamiento convencional, como el informe del príncipe sugiere, es absolutamente errónea. No existe una sola prueba fehaciente para apoyar esta afirmación increíblemente incorrecta. Se perderán vidas si se sigue esta práctica, al parecer respaldada por el presidente de Consejo Médico General.
En el capítulo de A scientist in Wonderland dedicado a su choque con Carlos de Inglaterra, Ernst lamenta que el heredero nunca haya querido debatir sus estrafalarias ideas con expertos: «En la mejor tradición de los viejos dogmáticos, el príncipe Carlos esquiva estudiadamente cualquier cosa que pueda exponer o amenazar sus erróneos puntos de vista». Como él, hay otros científicos que han dejado claro que el hijo de Isabel II juega con la ventaja de cuna a la hora de promocionar sus peligrosas ideas. Así, recuerda el excatedrático de Exeter, cuando en 2004 el príncipe elogió en una conferencia una dieta que, según él, curaba el cáncer, el cirujano oncológico Michael Baum, experto en el tratamiento del cáncer de mama, replicó en el British Medical Journal con una carta abierta a Carlos de Inglaterra en la que, entre otras cosas, decía: «El poder de mi autoridad viene del conocimiento atesorado durante 40 años de estudio y 25 de investigación sobre el cáncer… Su poder y autoridad se deben a un accidente de nacimiento». Al parecer, eso es suficiente, incluso en una democracia como la británica, para silenciar a científicos que le contradicen e incomodan.
Ernst, Edzard [2015]: A scientist in Wonderland. A memoir of searching for truth and finding trouble. Imprint Academic. Exeter. 173 páginas.
Carlos de Inglaterra, el príncipe curandero

El heredero británico fue calificado de ignorante en agosto pasado por destacados miembros de la comunidad científica tras vincular los transgénicos con el cambio climático; decir que, si no se pone coto a los primeros, vamos hacia un desastre medioambiental; y eludir la necesidad de una nueva revolución verde que garantice la alimentación a una Humanidad creciente. «No ha dicho más que tonterías. Como muchos ricos no tiene ni idea de las privaciones en otras partes del mundo», criticó Johnjoe McFadden, genetista de la Universidad de Surrey para quien el príncipe «quiere conservar su visión de un idilio rural diciéndoles a los pobres que deben comer pasteles orgánicos mientras él llena de vino (bioetanol) el depósito de su coche deportivo».