La ‘planetización’ ecologista del Nobel

Al Gore, en una escena del documental 'Una verdad incómoda', de Davis Guggenheim.
Al Gore, en una escena del documental ‘Una verdad incómoda’, de Davis Guggenheim.

Todavía no me he recuperado del Nobel de la Paz a Al Gore. No es que me parezca un disparate. Ya merecieron el mismo galardón Henry Kissinger y Yasser Arafat, entre otros adalides de la paz, así que dárselo al ex vicepresidente de Bill Clinton tampoco resulta especialmente escandaloso. Lo que me lo parece es equiparar los logros de Gore con el trabajo que los científicos del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) llevan haciendo desde 1988.

Me da igual, a estas alturas, cuál sea el objetivo final de Gore: si está preparando un futuro asalto a la Casa Blanca, quiere convertirse en el multimillonario apóstol de un credo ecologista global o es realmente sincero. Darle el Nobel es tan desproporcionado como premiar con el Oscar a Una verdad incómoda (2006), aunque esto último lo interpreté en su día como un sopapo de Hollywood a George W. Bush. Lo del premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional a Gore es simplemente de risa, como lo fue el de Deportes a Fernando Alonso en 2005, por citar otro ejemplo reciente de planetización de los galardones cantábricos. Pero el Nobel….

Sí, ya sé que también lo ganó en 1962 James Watson y ahora anda por ahí diciendo estupideces sobre la menor inteligencia de los negros. Pero es que Watson fue el codescubridor, junto a Francis Crick, de la estructura de doble hélice del ADN, un logro incuestionable. Que ahora desvaríe es otra historia. Watson afirma, en contra de todas las pruebas, que los negros son menos inteligentes que los blancos. En puridad, tendría que haber dicho que cree que los negros negros son menos inteligentes que los negros desteñidos, que es lo que somos los occidentales después de 40.000 años fuera de África, donde, por cierto, unos antepasados nuestros negros -¡vaya!- fabricaron las primeras herramientas hace unos dos millones de años

«Algunas cosas pueden ser cuestionables, como la relación entre cambio climático y ciclones tropicales, que está en debate en la comunidad científica; pero, en general, Una verdad incómoda responde a los hechos. La mayor parte de lo que dice está basado en información del IPCC. Es un documental muy bueno y, al menos en Estados Unidos, ha servido para que mucha gente empiece a hablar del calentamiento global», me explicaba el climatólogo Eugene Cordero días antes de que la Academia Sueca premiara a Gore. ¿Basta eso para ganar el Nobel? En mi opinión, no.

También me parece fuera de lugar que el Ministerio de Medio Ambiente vaya a gastar 580.000 euros en adquirir 30.000 copias de Una verdad incómoda para los colegios públicos españoles. No entiendo por qué no se invierte ese dinero en la realización de un documental propio sobre el asunto en vez de en engrosar las arcas de la Paramount, major a la que supongo que estará encantada de la poca confianza de nuestro Gobierno en nuestros científicos y la mucha en el mediático Gore. ¡Menos mal que estamos en el Año de la Ciencia!

Nota publicada en Magonia el 18 de octubre de 2007.


Publicado

en

, ,

por