Una estrella guió a los Reyes Magos hasta Belén, según el evangelio de Mateo. Dos milenios después de la redacción del único texto bíblico que habla de la visita a Jesús de «unos magos de Oriente», sigue abierto el debate sobre la naturaleza de aquella señal celeste. ¿Qué fue la estrella de Belén? Hay tres posibles explicaciones: un fenómeno astronómico, un recurso del autor para engrandecer la figura del recién nacido y un milagro.
El texto de Mateo fue escrito entre los años 70 y 80. No precisa cuántos fueron los magos ni da sus nombres. Que eran tres, reyes, y se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar -monarcas de los persas, los indios y los árabes, respectivamente- se dice, por primera vez, en el Evangelio armenio de la Infancia, un apócrifo tardío datado no después del siglo V.
Mateo cuenta que la estrella sirvió de guía a los magos durante su viaje y que se detuvo «encima de donde estaba el niño». Quienes buscan una base científica al pasaje bíblico parten de que el autor pudo embellecer un fenómeno astronómico. Johannes Kepler fue el primero en asumir ese supuesto. Hace cuatro siglos, relacionó la estrella de Belén con una triple conjunción -acercamiento aparente en el cielo- de Júpiter y Saturno. Para ello, el sabio alemán hubo de recalcular la fecha del nacimiento de Jesús.
Un problema de fechas
¿Cuándo nació Jesús? Es la primera incógnita a la que se enfrentan los científicos atraídos por el enigma de la estrella. En el siglo VI, Dionisio el Exiguo fechó la natividad en el año 753 desde la fundación de Roma; pero el monje astrónomo olvidó el año cero y los cuatro que César Augusto gobernó bajo el nombre de Octavio. Esos errores implican que Jesús nació, como mínimo, cinco años antes del primero de la llamada era cristiana. Además, el día en el que se celebra su natalicio, el 25 de diciembre, tiene su razón de ser en el apropiamiento por parte de los cristianos de una festividad pagana, la del solsticio de invierno, a mediados del siglo IV.
Lucas -el otro evangelista que habla de la natividad- dice que, «por entonces, salió un decreto del emperador Augusto, mandando hacer un censo del mundo entero» (Lucas 2, 1-2). Ese decreto fue el que, según la Biblia, obligó a María y José a viajar a Belén y data de 8 antes de Cristo (aC). Por Mateo, sabemos que gobernaba Herodes I el Grande cuando Jesús nació y, gracias al historiador romano Flavio Josefo, que este rey murió poco después de un eclipse lunar visible en Jericó en la noche del 12 al 13 de marzo de 4 aC. Así pues, hay que situar la natividad entre 8 y 4 aC, y buscar la estrella de los magos en el cielo de esos años.
Kepler constató la repentina aparición de una estrella entre Júpiter y Saturno durante una de las tres conjunciones de esos dos planetas que se registraron en 1604. Calculó que hubo otro triple acercamiento de los dos planetas en Piscis durante 7-6 aC y dedujo que la consecuencia lógica era que se hubiera dado la subsiguiente nova: la estrella de Belén. La nova de Kepler nunca pasó, sin embargo, de ser una presunción, a diferencia de las conjunciones planetarias.
El cielo de Belén
El triple encuentro celeste de Júpiter y Saturno en 7 aC -en mayo, septiembre y diciembre- es la explicación astronómica que parece «más coherente» a Javier Armentia. Eso sí, siempre que se quiera buscar en el cielo un reflejo de la narración evangélica, algo que el director del Planetario de Pamplona no considera imprescindible. «Hay que tener en cuenta que estamos ante un texto mítico, no histórico. En aquella época, el nacimiento y la muerte de un personaje solían vincularse a fenómenos astronómicos», argumenta. Julio César es un buen ejemplo: según las leyendas romanas, una estrella apareció cuando nació y, a su muerte, se vio un cometa.
El quinquenio en el que se enmarca el nacimiento de Jesús ofrece varios candidatos a guía de los magos. «Se puede encontrar un fenómeno celeste llamativo para cualquier año de la historia de la Humanidad que queramos», apunta Armentia. A la conjunción de Júpiter y Saturno de 7aC, se sumó Marte un año después, y astrónomos chinos constataron en 5 aC el paso de dos cometas y la explosión de una supernova, que se traduce en una fuente temporal de luz extremadamente brillante. «Si hubo algo real tras la estrella de Belén, pudo ser cualquiera de esos fenómenos», dice el astrofísico.
Ninguno de los posibles candidatos es el cometa Halley. Su aparición más próxima al nacimiento de Jesús ocurrió en 12-11 aC. Visible en 1301 -pasa cerca de la Tierra cada 77 años-, Giotto se inspiró en él para dar forma a la estrella de Belén de su Adoración de los magos, pintada tres años después. La identificación pictórica del famoso cometa como guía de los magos ha perdurado popularmente hasta nuestros días: la estrella que corona belenes y árboles de Navidad suele presentar la cola propia de un cometa.
La tradición judía
«La estrella es un símbolo del Mesías», afirma Rafael Aguirre, catedrático de Nuevo Testamento de la Universidad de Deusto. Para este teólogo, no hace falta recurrir a explicaciones astronómicas para un texto «muy bello», pero «lleno de inverosimilitudes históricas: habla de una estrella que se para encima de la casa y Herodes es tan bobo que no se le ocurre mandar a nadie que siga a los magos». La estrella de Belén es, para él, una invención piadosa del evangelista.
Aguirre ve todo el episodio de la adoración de los magos como «una actualización de interpretaciones mesiánicas del Antiguo Testamento» y, en concreto, de la intriga de Balak narrada en el libro de los Números. Después de que Moisés libera a los israelitas de los egipcios, Balak, rey de Moab, pide al vidente Balaám que maldiga a los judíos, pueblo al que teme. Balaám pronostica, sin embargo, el futuro esplendor de Israel de la mano de un caudillo y habla de una estrella como símbolo de ese líder.
«Mateo hace una composición a partir de esa tradición judía», señala Aguirre, quien destaca que, al igual que Balak ordena a Balaán que maldiga al pueblo de Israel, Herodes pide a los magos que le digan dónde está Jesús. «El Mesías ha nacido, ha aparecido una estrella y han interpretado los signos los paganos, no los judíos, que tienen la Biblia, pero no los ven». Herodes, como Balak, quiere destruir Israel y los magos, como Balaám, son paganos que interpretan correctamente los designios divinos. «Estamos ante un texto judío, teológico y hecho por creyentes en el que se intenta justificar el universalismo, la apertura de las comunidades cristianas primitivas a los paganos».
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La visita de los Magos
Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. En esto, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
-¿Dónde está ese rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a rendirle homenaje.
Al enterarse, el rey Herodes se sobresaltó, y con él Jerusalén entera; convocó a todos los sumos sacerdotes y letrados del pueblo, y les pidió información sobre dónde tenía que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron:
-En Belén de Judea, así lo escribió el profeta:
Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será pastor de mi pueblo, Israel. (Miqueas 5,1-3)
Entonces, Herodes llamó en secreto a los magos, para que le precisaran cuándo había aparecido la estreIla; luego los mandó a Belén encargándoles:
-Averiguad exactamente qué hay de ese niño y, cuando lo encontréis, avisadme para ir yo también a rendirle homenaje.
Con este encargo del rey, se pusieron en camino; de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta pararse encima de donde estaba el niño. Ver la estrella les dio muchísima alegría.
Al entrar en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas le rindieron homenaje; luego abrieron sus cofres y como regalos le ofrecieron oro, incienso y mirra.
Avisados en sueños de que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.
Mateo 2, 1-12.
Reportaje publicado en el diario El Correo el 5 de enero de 2003 y en Magonia el 2 de enero de 2004.