Los moáis se deshacen. Las famosas estatuas de la isla de Pascua están sufriendo los efectos del viento, la lluvia, los turistas y las malas restauraciones. Se enfrentan a un futuro más que incierto. Grandes grietas se abren con rapidez en las cabezas de piedra, que podrían desaparecer en pocos años. Por eso, la Unesco ha concedido a una firma alemana, Denkmalpflege Maar, un contrato de 11 millones de euros para que recubra los moáis con productos químicos que frenen su deterioro.
Las estatuas de Pascua -isla chilena situada en mitad del Pacífico Sur- se esculpieron entre hace 400 y 1.000 años, y fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad en 1995. Talladas en piedra volcánica en una cantera del Rano Raraku -uno de los volcanes de la isla-, son una demostración palpable del ingenio de los antiguos habitantes de un lugar del cual el explorador noruego Thor Heyerdahl escribió, en su libro Aku-Aku: el secreto de la isla de Pascua (1957), que es «el sitio habitado más solitario del mundo. La tierra firme más próxima que pueden ver sus habitantes está en el firmamento y consiste en la Luna y los planetas».
Desde que Heyerdahl estuvo en Pascua, han visitado la isla miles de turistas, muchos atraídos por las mistificaciones de autores para quienes los antiguos pascuenses no disponían de la tecnología necesaria para tallar, transportar y levantar unas figuras que pueden pesar hasta 82 toneladas. Son los mismos que afirman que prácticamente cualquier monumento levantado en la antigüedad fuera de Europa fue erigido con ayuda alienígena. Así, el famoso Erich von Däniken mantiene que los moáis se esculpieron con avanzada maquinaria extraterrestre.
Una «gran tarea»
La toba volcánica no es, sin embargo, tan dura como la pintan. Los pascuenses la trabajaron con picos de piedra, encontrados a miles en la cantera del Rano Raraku. Heyerdahl, quien vio a lugareños tallar así parte de una estatua, calculó que una docena de trabajadores podía completar una figura en un año. La fragilidad de los moáis es tal que hoy muchos están agrietados, expuestos. La empresa fundada por el alemán Stefan Maar va a desarrollar un barniz que impida que la humedad penetre en sus entrañas y los parta. «Algo hay que hacer», ha declarado Maar, quien se enfrenta a una «gran tarea» que pondrá en práctica en 2005.
De los 887 moáis que han sobrevivido hasta nuestros días, menos de un tercio se encuentra en su emplazamiento definitivo: sobre un altar, ahu, o clavado en tierra. El tamaño medio de las estatuas -que comprenden tronco y cabeza- es de 4 metros y el peso, de 13 toneladas. El método de transporte y erección se conoce desde hace siglos y se ha probado sobre el terreno varias veces. Los pascuenses trasladaron las estatuas en trineos de madera, de los que tiraban con cuerdas, y las levantaron mediante un sistema de palancas, piedras y sogas.
Durante la estancia de Heyerdahl en la isla en los años 50, doce hombres izaron con esos útiles un moái de 30 toneladas en dieciocho días. Hoy, no hay árboles en Pascua. Pero existían cuando fue descubierta por el holandés Jacob Roggeveen en 1722 y los científicos saben, gracias a análisis de polen, que hubo grandes bosques en épocas anteriores. Los moáis, como las pirámides de Egipto y las pistas de Nazca, son una muestra del ingenio humano.
Nota publicada en Magonia el 15 de noviembre de 2003.