El laboratorio de radiocarbono de la Universidad de Arizona ha fechado el pergamino del manuscrito Voynich entre 1404 y 1438, y el Instituto McCrone de Investigación, de Chicago, ha determinado que el texto y las ilustraciones son de la misma época, según un despacho de la Agencia Alemana de Prensa (DPA). Los análisis se han realizado para la elaboración de un documental que estrenará el jueves la ORF, la televisión pública austriaca, y dejan las cosas como estaban. Porque, por mucho que la DPA titule la historia diciendo que científicos aseguran que «el misterioso manuscrito Voynich es genuino», ese genuino no significa que sea auténtico en el sentido del Diccionaro de la Real Academia Española, sino tan sólo que no se trata de una falsificación reciente y que dataría del siglo XV, como ya se creía a partir de la correspondencia en la cual es citado y de algunas lustraciones y adornos.
El manuscrito, descubierto en 1912 por el librero Wilfrid M. Voynich, forma parte de la colección de la Biblioteca Beinecke de Manuscritos y Libros Raros de la Universidad de Yale y puede consultarse a través de Internet. Está ilustrado, tiene 240 páginas -se calcula que originalmente tuvo entre 250 y 310-, mide 23 centímetros de ancho por 16 de ancho, y contiene unas 35.000 palabras escritas en un idioma desconocido, que se ha resistido a los expertos durante casi cien años. El libro está dividido en cinco secciones: una dedicada a las hierbas y plantas, otra a la astronomía, otra a la biología, otra a mapas y una especie de recetario. Aunque hay botánicos que creen haber identificado alguna de las especies vegetales, no hay constancia de la existencia de la mayoría. En una carta dirigida al jesuita y criptógrafo Athanaius Kircher en 1666, Jan Marek Marci, entonces propietario de manuscrito, cita a Rodolfo II de Bohemia como uno de los primeros dueños del volumen. Según Marci, el emperador había pagado por el libro 600 ducados, una cantidad de dinero considerable, porque creía que era obra de Roger Bacon (1214-1294).
La autoría de Bacon queda definitivamente descartada al fechar el carbono 14 el soporte más de cien años después de la muerte del filósofo. El análisis de la tinta echa por tierra, por su parte, la idea de que es una falsificación moderna. Pero ninguna de las dos pruebas demuestra que estemos ante una obra genuina, auténtica. Ni mucho menos. A finales de 2003, el lingüista y psicólogo Gordon Rugg concluyó que el manuscrito no es nada más que un fraude, simple jerigonza sin sentido, lo que explicaría por qué los criptólogos llevan casi un siglo intentando descodificarlo sin ningún éxito. El objetivo del creador habría sido sacarle dinero a algún rico caprichoso. Y, al final, acabó cayendo en el engaño el propio emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
Nota publicada en Magonia el 9 de diciembre de 2009.