¿Se acuerdan de la decisión de la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), un organismo dependiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), de incluir las radiaciones del teléfono móvil «como posiblemente cancerígenas para humanos»? Se anunció el 31 de mayo y dio lugar a titulares periodísticos del estilo de «Usar el móvil podría ser mortal», «Los teléfonos móviles pueden provocar cáncer», y «La OMS reconoce una posible relación entre los móviles y algunos tipos de cáncer».
Al día siguiente, escribí que no tenía ningún miedo a que el móvil me provoque un cáncer, aunque la OMS dijera lo contrario, y argumenté por qué. Mis razones eran las siguientes: los autores del informe reconocían que no hay pruebas concluyentes de que exista una relación causa-efecto entre ondas de telefonía y cáncer, y que los trabajos que respaldan esa idea son de insuficiente calidad científica.
Además de que miles de estudios y las propias bases de la física apuntan en sentido contrario, no explicaban el mecanismo biológico por el cual las emisiones de un móvil podrían, según ellos, provocar mutaciones en el ADN. No fui el único ni el más original al decir esto. Otros aficionados a la divulgación y científicos se expresaron en el mismo sentido. Y, entre los expertos nacionales, el secretario general de Sanidad, José Martínez; la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC); el presidente de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), Emilio Alba, y el presidente de la Fundación Instituto Valenciano de Oncología (IVO), Antonio Llombart, coincidieron en que lo que decían los autores del informe de la IARC, 30 científicos de 14 países, no estaba demostrado.
Los expertos de la IARC adelantaban en la nota de prensa que iban a publicar un resumen del informe en el número del 1 de julio The Lancet Oncology, y hoy la revista nos ha facilitado a los periodistas acceso a ese material a primera hora de la mañana. ¿Han leído ustedes algo por ahí? ¿No? ¿Ni en los medios que pusieron el grito en el cielo hace menos de un mes? Pues, les voy a contar lo que dice: nada nuevo. Las pruebas siguen sin existir en las poco más de dos páginas del artículo, titulado «Carciogenicity of radiofrequency electromagnetic fields» (Carcinogenicidad de los campos electromagnéticos generados por radiofrecuencias). Como supongo que muchos de ustedes no tienen acceso al original, pueden ver aquí la síntesis que ha hecho la revista en la nota de prensa que ha enviado a los medios.
Más resultados inciertos
Lo único nuevo del texto de The Lancet Oncology es que hace referencia a un análisis combinado de estudios realizados en Suecia que habría detectado, en los usuarios de móvil durante más de un año, un aumento del riesgo de sufrir glioma -un tipo maligno de cáncer cerebral- del 30% respecto a quienes no lo utilizan. El artículo en cuestión, titulado «Risk of brain tumors in relation to estimated RF dose from mobile phones: results from five Interphone countries» (El riesgo de tumores cerebrales en relación con la dosis de campos de radiofrecuencia de los móviles: resultados de cinco países participantes en el estudio Interphone), se publicó el 9 de junio en la revista Occupational and Environmental Medicine, y sus autores afirman que los «resultados sugieren que podría haber un aumento del riesgo de glioma en el área del cerebro más expuesta para los grandes usuarios del móvil a largo plazo». Pero, acto seguido, añaden: «Estos resultados son inciertos (a la luz de las incertidumbres asociadas con la localización del tumor, la dosis de radiofrecuencia calculada y tamaño de la muestra) y deben ser replicados antes de que se puedan tomar como una prueba de relación causa-efecto». Así que no hay nada demostrado.
Una cadena es tan fuerte como el más débil de sus eslabones. Y el resumen del informe de la IARC publicado en The Lancet Oncology demuestra que la inclusión de la telefonía móvil como carcinógeno en la misma categoría que el café sigue estando basada en pruebas tan extraordinariamente débiles como las conclusiones del estudio de Occupational and Environmental Medicine, mientras que la evidencia en contra de esa tesis resulta apabullante. La pregunta sin respuesta sigue siendo: ¿qué narices ha llevado a unos científicos serios, como estos expertos de la OMS, al alarmismo en un tema tan sensible como el de la telefonía móvil y el cáncer?
Por cierto, si les aterroriza ese supuesto aumento del 30% en la incidencia del glioma entre quienes llevan usando el móvil más de un año respecto a quienes no lo utilizan -dicho así suena como si mañana el mundo entero fuera a padecer una epidemia de gliomas-, léanse la verdad sobre «las matemáticas del alarmante anuncio de la OMS sobre los móviles», en el blog del biólogo y divulgador Carlos Chordá. Y, como ya dije hace tres semanas, tengan, de todos modos, cuidado con el móvil: no hablen con él mientras conducen; eso sí puede ser peligroso. Y, cuando beban un café, recuerden que, si fuera cierto lo que afirman los expertos de la IARC, estarían exponiéndose a algo tan cancerígeno como las radiaciones de un móvil.
Nota publicada en Magonia el 22 de junio de 2011.