Alan Rogers, antropólogo de la Universidad de Utah (Estados Unidos), llevaba dos décadas enseñando la evolución en clase cuando en 2006 decidió combatir abiertamente el antievolucionismo tras conocer un sondeo de opinión según el cual la mitad de los estadounidenses no cree que el ser humano sea producto de la evolución. «Después de leer esa encuesta, se me ocurrió que no tenía mucho sentido enseñar a los estudiantes acerca de las complejidades de la evolución si, en principio, no creen que ésta existe. Por lo tanto, decidí que, a partir de ahora, mis clases de introducción iban a incluir una o dos semanas sobre las pruebas de la evolución y empecé a buscar un libro texto». No encontró ninguno que le satisficiera -eran demasiado largos y farragosos-, así que decidió escribirlo. Se titula The evidence for evolution (Las pruebas de la evolución) y lo acaba de publicar la University Chicago Press.
En su obra, de sólo 128 páginas y concebida como un libro de lectura fácil, Rogers contrarresta los argumentos de los antievolucionistas con pruebas científicas que no se conocían en tiempos de Charles Darwin. El naturalista inglés, recuerda el antropólogo, no sabía nada de genética, la deriva continental ni la edad de la Tierra, no había visto a ninguna especie cambiar ante sus ojos ni no conocía ningún fósil de transición y casi ninguno humano. «Las pruebas podrían haber ido en otro sentido. Podrían haber refutado la teoría de Darwin. En vez de eso, tenemos 150 años de pruebas que apoyan su teoría. Mi libro cuenta la historia de esos descubrimientos». Su activismo es de agradecer en un país donde el 60% de los profesores de biología de Secundaria evita apoyar la evolución en clase.
Hasta la encuesta de 2006 que le llevó a escribir The evidence for evolution, Rogers no dedicaba en clase mucho tiempo a presentar a sus alumnos las pruebas de la evolución porque consideraba que no tenía sentido, al haberse resuelto esa cuestión hace más de un siglo y el interés de los científicos centrarse siempre en lo desconocido y recientemente descubierto. Por eso, indica, las clases y los libros de texto suelen centrarse en los mecanismos de la evolución que todavía son objeto de estudio y no prestan atención a lo que consideran demostrado más allá de toda duda. Un error que no se da sólo en este área del conocimiento y que, en ocasiones, lleva a los científicos a no plantar cara a la pseudociencia al dar por sabidas cosas que en realidad no lo son para el público en general.
Rogers cree que su libro será de gran valor para quienes no creen en la evolución -yo lo dudo- y para los propios evolucionistas, que deben estar preparados para ofrecer pruebas en los debates con los primeros. «En ciencia, tienes que ser capaz de cambiar de opinión cuando te enfrentas con las pruebas. Aprender esto es muy importante no sólo para los científicos, sino para todo el mundo. Nos hace mejores ciudadanos», sostiene el antropólogo estadounidense, quien espera que The evidence for evolution anime a sus lectores a pensar críticamente. «Alan Rogers encara la controversia política sobre la teoría de la evolución -no hay ninguna controversia científica- con el mejor espíritu científico: las pruebas y la lógica. Para cualquier persona con una mente abierta, curiosidad sobre el mundo natural y un deseo de que las controversias se resuelvan basándose en las pruebas y no en la retórica, este libro es una contribución valiosa y una lectura fascinante», ha dicho el psicólogo y divulgador científico Steven Pinker.
Información publicada en Magonia el 8 de junio de 2011.