Energía. Esta palabra sirve para explicarlo casi todo en el universo alternativo y paranormal: la enfermedad, la precognición, la comunicación con los muertos… En las últimas semanas, durante la grabación de la serie Escépticos, dirigida por Jose A. Pérez, me he enterado de que por mi cuerpo fluyen energías de las que no tenía noticia. No una; varias. Sólo hay un problema: esas energías las detectan únicamente quienes dicen que existen. Ninguno de mis interlocutores ha demostrado que realmente hace lo que dice ni yo he notado nada especial cuando me han dado masajes y pinchado para favorecer el desatascamiento de esos supuestos flujos energéticos.
Este preámbulo viene a cuento de una historia digna de las series británicas de humor Sí, ministro y Sí, primer ministro. «La detección casi simultánea de varios casos de cáncer entre funcionarios del departamento vasco de Industria, ubicado en la quinta planta del edificio Lakua I, ha llevado a un grupo de empleados a contratar los servicios de un zahorí», contaba ayer María José Carrero en El Correo. Después de explorar las instalaciones péndulo en mano para captar presuntas emisiones electromagnéticas malignas, el experto «aconsejó llevar a cabo una serie de cambios en la disposición de las mesas para evitar consecuencias nocivas para la salud». Y así se hizo, a pesar de que, como escribe mi compañera, el servicio médico de Lakua y el Instituto Vasco de Seguridad y Salud Laborales (Osalan) descartan que las emisiones electromagnéticas estén en el origen los casos de cáncer.
Resulta inquietante que en el Departamento de Industria -que también lo es de Innovación- se dé pábulo al zahorismo, también llamado radiestesia o geobiología. ¿Qué será lo próximo? ¿Colocar los muebles según los principios del feng shui? ¿Organizar cursillos de reiki? ¿Pedir la inclusión de la homeopatía en la Sanidad pública vasca? Los zahorís, radiestesistas o geobiólogos detectan energías que nadie más capta y atribuyen a los móviles y la Wi-Fi efectos que la ciencia niega. Que quede claro: no hay ninguna prueba de que las ondas de telefonía y las redes inalámbricas causen cáncer.
«Podemos admitir y aplaudir a un científico bendecido con un título cuando dice que «todo es energía», y nos llevamos las manos a la cabeza cuando escuchamos que hay quien sabe cómo está actuando esa energía sobre la salud de algunas personas. Y simplemente, porque, todavía, no lo podemos medir de una manera contrastable y sometida a las exigencias del sistema», ha escrito Óscar Terol. Se confunde. Quien debe probar que algo existe es quien dice que existe y, hasta el momento, los zahorís nunca han demostrado sus poderes: no son capaces de detectar, bajo control científico, ni agua ni flujos energéticos extraños con sus varillas y péndulos. ¿Qué pasa si digo que hay una energía chiripitifláutica que mantiene unido el Universo o que sentarse en una silla de plástico provoca cáncer? ¿Es que no se me pediría que lo demostrara? Pues eso es lo que exijo a los zahorís, radiestesistas o geobiólogos; hasta que no lo hagan, les daré el mismo crédito que a cualquier otro chamán, digan lo que digan en el Departamento de Industria del Gobierno vasco.
Nota publicada en Magonia el 26 de mayo de 2011.