
Pueden estar tranquilos los tres astronautas que despegarán mañana desde el cosmódromo de Baikonur (Kazajstán) hacia la Estación Espacial Internacional (ISS). Un sacerdote ortodoxo ruso les ha bendecido a ellos y al cohete que les pondrá en órbita, así que ¿para qué más medidas ni protocolos de seguridad? A golpe de hisopo y crucifijo en ristre, el clérigo ha garantizado con su bendición que el vuelo, a bordo de la Soyuz TMA-18, de Tracy Caldwell Dyson, Mikhail Korniyenko y Alexandr Skvortsov, nuevos tripulantes del complejo orbital, no van a sufrir ningún contratiempo. ¿O no? Evidentemente, no. La bendición de naves espaciales en Rusia -lo mismo que la de barcos y aviones por estos lares- es un anacronismo que pretende vincular el funcionamiento de las máquinas más modernas a los caprichos de seres sobrenaturales. Me enrabieta que la Torre de Lanzamiento número 1 de Baikonur, desde la que despegaron el Sputnik, Laika y Yuri Gagarin, sea escenario de un ritual supersticioso como éste cada vez que una nave rusa viaja al espacio.
Nota publicada en Magonia el 1 de abril de 2010.