La gran idea de Darwin

Muestras de la fauna de las Galápagos. Foto: Museo de Historia Natural de Londres.
Muestras de la fauna de las Galápagos. Foto: Museo de Historia Natural de Londres.

Dos pajarillos disecados panza arriba dan la bienvenida al visitante de la muestra con que el Museo de Historia Natural de Londres conmemora el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin (1809-1882). Son sinsontes. Los recogió el naturalista inglés en las Galápagos en septiembre de 1835: uno, en la isla de San Cristóbal; otro, a unos 100 kilómetros, en la de Floreana. Sus diferencias de una isla a otra le hicieron cuestionarse la estabilidad de las especies y, años después, formular la teoría de la evolución mediante la selección natural en El origen de las especies (1859). «Lo fantástico de estos dos pájaros es que la gente puede ver por sí misma las diferencias cruciales que Darwin descubrió», dice Jo Cooper, especialista en aves de la institución.

La exhibición Darwin: Big Idea (Darwin: la gran idea), abierta hasta el 19 de abril en Londres y que después viajará a Cleveland (EE UU), es la más grande jamás montada sobre el científico que nos destronó como reyes de la Creación. Reúne artefactos y especímenes muchos de los cuales nunca se habían expuesto, como los sinsontes, comunes en las Galápagos cuando las exploró Darwin, pero ahora en peligro de extinción. Se exponen fotografías y cartas que muestran tanto al científico como al joven enamorado, fósiles y ejemplares disecados capturados por el naturalista, su pistola y su pico de geólogo, una recreación de su estudio de Down House, ejemplares de las palomas que crió, pequeños cuadernos de notas, una página manuscrita de El origen de las especies

Los dos sinsontes capturados por Darwin en las Galápagos en septiembre de 1835. Foto: Museo de Historia Natural de Londres.
Los dos sinsontes capturados por Darwin en las Galápagos en septiembre de 1835. Foto: Museo de Historia Natural de Londres.

No sólo uno ve a veces lo mismo que Darwin durante su viaje del Beagle –las diferencias entre los picos de los pinzones, por ejemplo–, sino que también se da cuenta de la gran capacidad de observación y meticulosidad del científico que revolucionó nuestro modo de ver el mundo. Cuando emprendió su travesía, la opinión dominante era que la Tierra tenía unos pocos miles de años y que todos los seres habían sido creados tal cual, que no habían cambiado con el tiempo. No en vano, a mediados del siglo XVII, el clérigo anglicano James Ussher, primado de Irlanda, había calculado, a partir de la Biblia, que Dios había creado el mundo a las 21 horas del domingo 23 de octubre de 4004 antes de Cristo (aC). Darwin destruyó esa piadosa visión de nuestros orígenes, algo que nunca le han perdonado los sectores religiosos más integristas.

De la certeza a la duda

El joven que embarcó en el Beagle en 1831 iba para clérigo. A su regreso cinco años después, era otro hombre. Durante su periplo, había arraigado en él la semilla de la duda, que le llevó a concluir que la del Antiguo Testamento es una «versión manifiestamente falsa de la historia del mundo» y que «todo cuanto existe en la naturaleza es resultado de leyes fijas», según dejó escrito en fragmentos de su Autobiografía (1887) censurados por su viuda y uno de sus hijos. La exposición londinense empieza con el viaje trascendental, sigue con su trabajo y vida familiar ya en casa, y concluye explicando cómo su gran idea, que todos los seres vivos hemos evolucionado a partir de ancestros comunes, es uno de los pilares de la ciencia y está en la base de la biología y la medicina.

Recreación del estudio del naturalista en Down House, donde ecribió 'El origen de las especies'. Foto: Museo de Historia Natural de Londres.
Recreación del estudio del naturalista en Down House, donde ecribió ‘El origen de las especies’. Foto: Museo de Historia Natural de Londres.

«Se trata de una extraordinaria colección de reliquias y especímenes que nos acerca al gran hombre y su familia. Podemos sentirnos como si exploráramos las Galápagos nosotros mismos», indica Alex Gaffikin, del Museo de Historia Natural londinense. Vivos están Charlie, una iguana verde sudamericana, y una rana cornuda argentina, a las cuales acompañan reproducciones de iguanas terrestres y marinas de las Galápagos, de ñandús o avestruces americanas, de perezosos y de armadillos gigantes, así como un trozo de madera fósil recogido por Darwin y el cráneo de un Toxodon plantensis, un gran mamífero extinguido hace cerca de 10.000 años, por el cual el naturalista pagó 18 peniques a un granjero uruguayo.

El científico desarrolló la teoría de la evolución mediante selección natural en su hogar de Down House, en Kent, rodeado de sus hijos -tuvo diez, dos de los cuales murieron en la infancia- y mientras continuaba experimentando con animales y plantas. Un montaje en vídeo a gran escala permite al visitante pasear junto a Darwin por los alrededores de la casa, recrear unas caminatas en las que maduró la idea que ya estaba presente, años antes, en el primer árbol de la vida conocido. El boceto, dibujado hacia 1837 en un cuadernillo, apunta a que unas especies proceden de otras al igual que los individuos en un árbol genealógico. El parentesco entre todos los seres vivos es patente en los esqueletos de mamíferos, reptiles y aves expuestos en una gran urna, cerca de donde las manos de una ballena y de un murciélago dejan claro que las apariencias engañan, que, aunque somos especiales, no somos nada más que otro producto de «leyes fijas». Y nada menos.

Reportaje publicado en el suplemento Territorios del diario El Correo y en Magonia el 28 de marzo de 2009.


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