El milagro de Guadalupe

Veinte millones de personas entran cada año en la basílica de Santa María de Guadalupe, el santuario más visitado de la cristiandad. La imagen de la Virgen que se venera allí es uno de los ejes de la mexicanidad, y su culto, un ejemplo de fusión de religiosidad y nacionalismo. «No se puede entender México sin Guadalupe», dice el rector del templo, monseñor Diego Monroy Ponce. La guadalupana es la devoción americana por excelencia. Su origen fue un milagro protagonizado en el primer tercio del siglo XVI por el indio Juan Diego, quien se convirtió en el primer santo indígena en julio de 2002, cuando Juan Pablo II lo elevó a los altares.

Ilustración: Iker Ayestarán.
Ilustración: Iker Ayestarán.

La historia de Juan Diego se recoge por primera vez en un libro en español y otro en náhuatl publicados casi simultáneamente: Imagen de la Virgen María (1648), del presbítero criollo Miguel Sánchez, y Huey tlamahuicoltica (1649), del sacerdote -también criollo- Luis Lasso de la Vega. Los hechos se remontan a 1531, diez años después de que Hernán Cortés conquista Tenochtitlán, la capital azteca que se levantaba donde ahora está México. Juan Diego, un indio convertido al cristianismo, pasea por el cerro del Tepeyac cuando se le aparece la Virgen y, en la mejor tradición mariana, le pide que le consagre un templo en el lugar. El vidente acude a fray Juan de Zumárraga, obispo de Nueva España, quien no le cree y le reclama pruebas. Después de varias apariciones, la Virgen pide a Juan Diego que recoja rosas en su manta y, cuando la despliega ante el obispo, caen las flores al suelo y aparece en la tela la imagen de la Madre de Dios.

Imagen prodigiosa

El lienzo de la guadalupana es una manta -o tilma, o ayate- de algodón y cáñamo. Tiene 1,7 metros de alto y 1 metro de ancho, y puede considerarse la sábana santa del Nuevo Mundo, ya que, de acuerdo con la tradición, la imagen se imprimió milagrosamente. La Virgen se ve rodeada de un halo, con las manos unidas frente al pecho por las palmas, cubierta por un manto azul de estrellas, con los pies sobre la Luna y un ángel sosteniendo ésta. Son motivos típicos de la iconografía mariana y, ante la incongruencia de que la Virgen se pliegue en sus apariciones a los cánones artísticos, quienes creen que hubo una imagen inicial inexplicable optan por considerar esos elementos añadidos posteriores. La realidad, sin embargo, es que la imagen actual se corresponde con la de las primeras copias -que datan de principios del XVII- y, como mucho, ha sido retocada en algunas zonas para frenar su deterioro.

Los partidarios de la explicación milagrosa añaden que, si se amplían lo suficiente, los ojos de la Virgen de Guadalupe proporcionan las pruebas de su sobrenaturalidad. En 1929, el fotógrafo mexicano Alfonso Marcué dijo ver un busto humano en uno de ellos; en 1962, el físico nuclear Charles Wahlig aseguraba que las figuras eran dos; y, desde 1979, el informático José Aste-Tonsmann ha identificado en el ojo derecho catorce personajes -incluidos el obispo Zumárraga y Juan Diego-, muchos de los cuales están también en el otro ojo. ¿Un milagro? No. Lo realmente milagroso sería que alguien a la busca de figuras no encontrara nada en una mancha de pintura ampliada miles de veces.

Ni el testigo principal creyó en su tiempo en el milagro de Guadalupe. «Ya no quiere el Redentor del mundo que se hagan milagros, porque no son menester», escribió en 1547 fray Juan de Zumárraga, quien tampoco menciona en ninguno de sus escritos el episodio de las rosas. Por si eso fuera poco, en 1556, fray Francisco de Bustamante, provincial de los franciscanos, lamenta que algunos estén animando a los nativos a adorar «una imagen pintada ayer por un indio llamado Marcos» y que se diga que la tela hace milagros.

Un santo a medida

Los historiadores consideran en la actualidad que todo el episodio del Tepeyac y la tilma es una leyenda. «Es una ficción pía. De los más de cuarenta documentos que se dice que apoyan la existencia de Juan Diego, ninguno soporta una crítica histórica seria», sentencia el sacerdote y paleógrafo Stafford Poole. Para el padre Manuel Olimón, profesor de la Universidad Pontificia de México y autor de La búsqueda de Juan Diego (2002), estamos ante «un cuento, como el de Cenicienta». El objetivo sería sustituir entre los indígenas el culto a la diosa azteca Tonantzin, adorada en cerro del Tepeyac, por el de la Virgen María. De ahí que fray Bernardino de Sahagún se refiriera en 1570 a la devoción guadalupana como una «invención satánica para paliar la idolatría».

Juan Diego sería el mediador ideal entre la nueva divinidad foránea y los indígenas. «Moisés baja del Sinaí con las Tablas de la Ley; Juan Diego, del Tepeyac con las flores», apunta el historiador David Brading, ex director del Centro de Estudios Latinoamericanos de Cambridge. «En vías de canonización, se encuentra más un mito y un símbolo que un ser de carne y hueso», advertía el padre Olimón antes de que Karol Wojtyla santificara al vidente hace cinco años. El abad emérito de la basílica mexicana, Guillermo Schulenburg, el arcipreste del templo, Carlos Warnholtz, y el bibliotecario, Esteban Martínez de la Serna, vieron recompensada su preocupación por la falta de rigor histórico que implicaba canonizar a un «legendario indio» con una dimisión forzada, una expulsión y una depresión, respectivamente.

Los conservadores que han examinado la imagen de la Virgen de Guadalupe tienen claro que es una obra humana. Y los historiadores, que se trató de un encargo de fray Alonso de Montúfar, sucesor de Zumárraga durante cuyo mandato se levantó el templo mariano del Tepeyac. El pintor habría sido el indio Marcos Cipac de Aquino, el Marcos que cita fray Francisco de Bustamante en su sermón ante el virrey Luis de Velasco del 8 de septiembre de 1556. En la ficción y en la realidad, un indígena habría estado en el origen del más venerado símbolo mexicano.

El libro

La búsqueda de Juan Diego (2002): el padre Manuel Olimón revisa desde la crítica histórica lo que hay de cierto y de falso en el personaje del vidente y las apariciones del Tepeyac.

Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 23 de agosto de 2008.


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