Poco puede la razón frente a quien no quiere razonar. Por eso, una comunidad de vecinos de Bilbao podría acabar renunciando a sus legítimos derechos ante el acoso de sus conciudadanos, el silencio de los medios de comunicación y la pasividad de las autoridades. «Muchos vecinos ya no aguantan más», me comentaba hace unos días una de las víctimas. Esta persona, un viejo amigo cuya identidad no voy a revelar por razones obvias y a quien llamaré Ander, me escribió, a raíz de ‘Ondas de histeria’, para hacerme partícipe del infierno en que viven él y su familia desde hace unos meses por la presión a que les someten los fanáticos que se oponen a las antenas de telefonía.
«No tienes por qué saberlo, pero estoy sufriendo en primera persona por el tema de las antenas. En mi comunidad, hemos aprobado colocar una de Vodafone y nos están linchando. Hemos sufrido hasta llamadas de teléfono amenazadoras. Todos los viernes tenemos concentración ante el portal y lo peor de todo es que posiblemente ganen la partida porque se han metido dentro de la comunidad de vecinos y han logrado acojonar a varios para que cambien su voto y rompamos el contrato con Vodafone», me explicaba en un mensaje de correo electrónico. En cuanto pude, llamé a Ander por teléfono para tres cosas: expresarle mi apoyo, ofrecerme a contar su historia aquí y ponerme a su disposición para lo que necesitara. Cuando alguien está dando la cara en la calle por la racionalidad, es de recibo que quienes apostamos por ella le respaldemos activamente.
La historia es inquietante. En noviembre del año pasado, la comunidad de vecinos del número 5 de la calle Campa Ibaizabal, en el barrio bilbaíno de La Peña, decidió aceptar una propuesta de Vodafone para colocar una antena de telefonía móvil en su tejado. El acuerdo se tomó por unanimidad en una reunión en la que participaron doce de los veintiún propietarios. Los problemas empezaron después, cuando los vecinos de un portal próximo comenzaron a movilizarse contra el acuerdo, que ni les iba ni les venía y era totalmente legal. «Entonces, aparecieron panfletos en la parada de autobús diciendo que con la antena nos íbamos a financiar la instalación de ascensor». Era sólo el principio. Luego vinieron los insultos en la calle, las amenazas telefónicas y las pintadas en el portal. Ahora, frente al inmueble de las víctimas, se celebra todos los viernes una manifestación en la que participa un centenar de personas.
«En la última reunión de la comunidad, algunos vecinos dijeron que no soportan más la presión, que no aguantan más», reconoce mi amigo. La situación es tan desesperada que es muy posible que los propietarios del número 5 de Campa Ibaizabal acaben cediendo ante el hostigamiento de quienes dicen que las antenas de telefonía provocan todo tipo de males, aunque no pueden mostrar ninguna prueba que lo confirme. «¿No sé qué puede hacerse con esta gente? Estamos luchando contra la irracionalidad y contra el miedo», lamenta Ander. A mi amigo -que ha tenido a bien mandarme las fotos que ilustran esta anotación- no le ha servido de nada repetir una y otra vez que todos los estudios científicos hechos hasta ahora han descartado cualquier relación entre antenas y cáncer o cualquier otra patología. No hay discrepancias entre los científicos y así lo reflejan organizaciones de prestigio.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), por ejemplo, considera que, «teniendo en cuenta los muy bajos niveles de exposición y los resultados de investigaciones reunidos hasta el momento, no hay ninguna prueba científica de que las débiles señales de radiofrecuencia procedentes de las estaciones de base y de las redes inalámbricas tengan efectos adversos en la salud». La Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) dice en un informe sobre Campos electromagnéticos y cáncer, avalado por la Organización de Consumidores y usuarios (OCU) y el Colegio Oficial de Ingenieros de Telecomunicación, que «tanto los teléfonos [móviles] como las estaciones base son de baja potencia, y no producen riesgos para la salud siempre que la población se mantenga alejada del contacto directo con estas antenas. La potencia generada no es nociva siempre y cuando no estemos a menos de 1 ó 2 metros de la estación base». La guía de la AECC añade que es seguro vivir en un edificio con una antena de telefonía y en los que lo rodean, y que nadie ha probado una posible relación entre ese tipo de instalaciones y el cáncer.
Manifiestos y políticos
Da igual cuántos vecinos firmen el correspondiente manifiesto contra la todavía no instalada antena de La Peña o de cualquier otro sitio. Ni aunque toda la población mundial se pusiera de acuerdo, se derogaría la Ley de la Gravedad. Las cosas no funcionan así. Por eso, los dirigentes locales harían bien en reaccionar contra campañas de acoso y derribo como la que sufre esa comunidad de vecinos de Bilbao, que parece una caza de brujas al estilo de Salem, donde, por cierto, no hubo ninguna bruja porque éstas no existen. Lamentablemente, el único político que hasta el momento sé que se ha pronunciado -encontré su reacción gracias a Google tras recibir el mensaje de Ander- lo ha hecho erróneamente.
Txema Oleaga, candidato socialista a la Aldaldía de Bilbao, colgó el 5 de mayo en su blog un vídeo en el que se pone de parte de los acosadores y asume cosas tan tremebundas como que la instalación de la antena supone «un riesgo claro y cierto» para la salud de los vecinos. Me temo que el concejal del PSE-EE no conoce toda la historia, no ha consultado con expertos de los de verdad -no geobiólogos ni otros charlatanes, sino físicos y biólogos de la Universidad del País Vasco (UPV), por ejemplo-, ni ha visto las pintadas dejadas por los pobres vecinos en el portal de los malos de la película. Lo lógico sería que nuestros responsables políticos actuaran según las pruebas y no a partir de quejas infundadas -por muchas firmas que las respalden-, y que, en este caso, apoyaran a los ciudadanos víctimas del irracional acoso, y no al revés. Porque las antenas de telefonía no afectan a la salud humana -a no ser que nos caiga una encima, claro- y hay numerosos informes científicos que lo avalan, aunque muchos de los vecinos de mi amigo prefieran cerrar los ojos a la evidencia y repetir mantras del estilo de Las antenas matan.
«Esta gente -dice Ander en referencia a los líderes de la movilización ciudadana- está jugando con la población. Desgraciadamente, casi todos tenemos a 100 ó 150 metros de nuestra casa a un enfermo de cáncer. Tarde o temprano, habrá uno aquí -si no lo hay ya-, pero eso no significa nada». Lo que está pasando en La Peña es consecuencia del miedo alimentado por el periodismo irresponsable, el mismo que tiende a ignorar el resultado del estudio sobre la vinculación entre cáncer y ondas electromagnéticas hecho a raíz de la detección de un aparentemente inusitado número de tumores entre los escolares de un colegio de Valladolid cerca del cual había un bosque de antenas de telefonía.
El Informe final de la comisión de investigación de la agregación de tumores infantiles en alumnos del Colegio Público García Quintana de Valladolid y el posterior Informe sobre la agregación de tumores infantiles en alumnos del Colegio Público García Quintana de Valladolid, en relación con un nuevo caso de cáncer hematológico diagnosticado en un alumno de dicho centro son concluyentes. El primero, de 23 de mayo de 2002, establece que los datos «no apoyan la hipótesis de una relación causal entre las antenas instaladas en el edificio de la c/ López Gómez 5 y la aparición del cluster de tumores infantiles», y añade que «cabe recordar que dicha hipótesis no ha sido apoyada suficientemente por los datos de la literatura científica disponible, sin perjuicio de lo que en el futuro puedan aportar nuevos estudios sobre la materia». El segundo, de 2 de diciembre de 2003, ratifica en todos sus términos el anterior. El grupo de sabios estaba formado por oncólogos, pediatras, hematólogos, biólogos moleculares, expertos en protección radiológica, médicos expertos en salud pública y epidemiólogos de la Universidad Autónoma de Madrid, el Centro Nacional de Sanidad Ambiental, el Hospital Clínico de Salamanca, el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT), la Consejería de Sanidad de Madrid, el Centro de Salud de Villarramiel (Palencia), la Universidad de Valencia, el Instituto de Salud Carlos III, la Consejería de Sanidad y Bienestar Social de Castilla y León, el Instituto de Biología Molecular y Celular del Cáncer de Salamanca y la Clínica Universitaria de Navarra.
Ondas de redes Wi-Fi en Campa Ibaizabal
A punto de publicar esta anotación, Ander me informa de algo curioso. Como ya saben, la histeria de las ondas abarca ya también las redes Wi-Fi, a las que dedicó hace días un sensacionalista documental la BBC. Pues, bien, uno de los vecinos del número 5 de Campa Ibaizabal tiene una fonera, un punto de acceso inalámbrico a Internet de Fon. (Pueden comprobarlo ustedes mismos en los mapas de cobertura de la compañía de Martin Varsavsky, que es cómo he obtenido la imagen de las tres foneras.) El equipo emisor de ondas de radio pertenece a uno de los dos propietarios que ahora se oponen a la antena de telefonía móvil, aunque no votaron en la reunión de noviembre pasado, y el router «está a un metro escaso de la gente que pasa por la acera», según me cuenta mi amigo.
Curioso porque, por coherencia, alguien que cree en la nocividad de las antenas de telefonía tendría también que creer en la de las conexiones Wi-Fi. Pero no. Resulta que en este caso no es así y que en la zona hay tres conexiones inalámbricas a través de Fon -y seguro que algunas más de otras empresas- que inundan las calles de ondas electromagnéticas contra las que los residentes no se han manifestado. No es cuestión de que los vecinos ahora también quieran desconectar al barrio de Internet, así que que quede claro: al igual que las antenas, las conexiones Wi-Fi tampoco son perjudiciales para la salud. Ambos extremos están confirmados por la OMS.
Ojalá me confunda, pero me temo que nada de lo explicado aquí va a importar en el caso de La Peña, donde parece que la gente ya ha tomado su decisión: las antenas de telefonía matan, digan lo que digan los científicos. Da la impresión de que estamos a las puertas de un nuevo triunfo de la irracionalidad. ¡Qué pena!
Nota publicada en Magonia el 6 de junio de 2007.