Obsesionados con Marte

Cómo suponen los hombres de ciencia a los habitantes de Marte: según Percival Lowell (1), Richard A. Gregory (2), Robert Ball (3 y 4) y Emanuel Swedenborg (5). Revista ‘Alrededor del Mundo’ (1906) / Biblioteca Nacional de España
Cómo suponen los hombres de ciencia a los habitantes de Marte: según Percival Lowell (1), Richard A. Gregory (2), Robert Ball (3 y 4) y Emanuel Swedenborg (5). Revista ‘Alrededor del Mundo’ (1906) / Biblioteca Nacional de España

«¿Logrará Marconi escuchar a Marte?», se preguntaba el diario californiano The Morning Press el domingo 30 de julio de 1922. Hace 99 años, la incógnita no era si había o no vida en el planeta rojo, sino cuándo entraríamos en contacto. La idea generalizada, compartida por destacados científicos, era que el mundo vecino acogía una avanzada civilización. «Los hombres en Marte son altos porque la fuerza de la gravedad es menor. Son rubios porque la luz del día es menos intensa. Tienen extremidades menos poderosas. Tienen algunas de las características de nuestro tipo escandinavo, aunque muy probablemente tengan cráneos más grandes», especulaba el zoólogo Edmond Perrier, exdirector del Museo Nacional de Historia Natural francés. Dotados de una inteligencia sobrehumana, sospechaba que sus grandes ojos azules, narices y orejas no los harían atractivos para nosotros.

Durante el siglo XIX, los astrónomos llenaron el disco marciano de accidentes geográficos, unos reales y otros no tanto. El primer mapamundi lo publicaron los alemanes Johann Mädler y Wilhelm Beer en 1837, y en las décadas siguientes otros estudiosos distinguieron manchas oscuras y claras que identificaron con mares y continentes, respectivamente. Unas líneas, que a algunos les parecían rectas y a otros no, unían las regiones oscuras. El astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli las bautizó como canali tras observarlas durante la oposición de 1877. Cada dos años, el Sol, la Tierra y Marte están en línea recta por ese orden, y la distancia entre los dos planetas puede reducirse a sólo 59 millones de kilómetros, frente a los 400 millones del máximo. Las llamadas oposiciones marcianas se aprovechan ahora para mandar misiones robóticas, como las tres que parten este verano. Para Schiaparelli, los canali no eran obra de seres inteligentes, sino producto de «la evolución del planeta, igual que en la Tierra el canal de la Mancha o el de Mozambique».

Una red planetaria de canales

Fue un millonario estadounidense aficionado a la astronomía, Percival Lowell, quien convirtió los inocentes canali en una demostración del ingenio marciano. Creía que eran artificiales, un desesperado intento de nuestros vecinos en la lucha contra la desertización de su mundo, una red planetaria de canales para transportar agua desde los casquetes polares hasta las latitudes medias. Lowell financió en 1894 la construcción de un observatorio astronómico en Flagstaff (Arizona) con el único fin de estudiar el planeta rojo y defendió en tres libros de éxito -el primero, Marte, se publicó en 1895- la idea de una civilización marciana agonizante. «Imaginaba el planeta habitado por una raza muy antigua y más sabia, quizás muy diferente de la nuestra. Creía que los cambios estacionales de las zonas oscuras se debían al desarrollo y marchitamiento de la vegetación. Creía que Marte era muy parecido a la Tierra. Total, creía demasiadas cosas», sentencia Carl Sagan en Cosmos (1980).

Transmutados en unos seres repugnantes, los sedientos marcianos de Lowell protagonizaron la primera invasión extraterrestre en La guerra de los mundos, de H.G. Wells, publicada en forma de serial en Pearson’s Magazine en 1897 y como libro un año después. «Espíritus que son a los nuestros lo que nuestros espíritus son a los de las bestias de alma perecedera; inteligencias vastas, frías e implacables», fracasaron en su intento de conquistar la Tierra, pero ya se habían adueñado de nuestras mentes. Su existencia era un hecho. En 1891, el premio Guzman, dotado con 100.000 francos de oro para quien se comunicara con otro mundo, excluía expresamente Marte por resultar demasiado fácil y, ocho años después, el genio serbio Nikola Tesla anunciaba que había captado señales de otro mundo en su laboratorio de Colorado Springs. Hoy se piensa que pudo ser una emisión de su principal rival, Guglielmo Marconi, e incluso una natural procedente de Júpiter.

Recorte de prensa que se pregunta si Marconi conseguirá comunicar con los marcianos.
Recorte de prensa que se pregunta si Marconi conseguirá comunicar con los marcianos.

Hasta 1930, se sucedieron los intentos más o menos serios de hablar con los marcianos, sobre cuya apariencia elucubraba en 1906 la revista española Alrededor del Mundo, que advertía de que «todos (los científicos) convienen en que deben disfrutar de un intelecto muy superior al nuestro». La mejor prueba de esa superioridad eran los canales. Mientras en la Tierra nos había llevado años abrir los 80 kilómetros del de Panamá, ellos los hacían como quien tira líneas en un mapa. «Los marcianos han construido dos inmensos canales en dos años», informaba a toda página The New York Times en agosto de 1911. «Cada uno tiene miles de millas de longitud y unas veinte de ancho. En comparación, el cañón del Colorado es algo secundario», afirmaba la divulgadora científica Mary Proctor, que admiraba a los autores de tan «hercúlea tarea».

Telegramas a Marte

Tesla urgía al mundo en 1919 a entrar en contacto con «una raza inmensamente superior a la nuestra» para, antes de que se extinguiera, conocer «los secretos que deben haber descubierto en su lucha contra los elementos despiadados». Ese mismo año, Marconi creyó haber recibido un mensaje marciano, pero al final concluyó que probablemente se trataba de una emisión de otro experimentador de la radio. Y en 1924 el astrónomo David Todd, de la Universidad de Amherst, pidió a Washington que los militares guardaran silencio radiofónico en algunos momentos del 23 y el 24 de agosto para, en coincidencia con la máxima cercanía del planeta, intentar captar mensajes de nuestros vecinos. Los militares colaboraron en la operación de escucha, pero no se oyó nada. Tampoco recibieron respuesta en 1926 y 1928 sendos telegramas que mandó a su novia marciana, con la que decía comunicarse telepáticamente, el abogado británico Hugh Mansfield Robinson, de cuyas andanzas informaron The New York Times, La Vanguardia y El Pueblo Vasco, entre otros periódicos.

Hugh Mansfield Robinson, de pie con auriculares, intentando captar un mensaje de Marte en octubre de 1928. Abajo a la izquierda agachado, el ingeniero Archibald Low, uno de los pioneros de la televisión.
Hugh Mansfield Robinson, de pie con auriculares, intentando captar un mensaje de Marte en octubre de 1928. Abajo a la izquierda agachado, el ingeniero Archibald Low, uno de los pioneros de la televisión.

Al mismo tiempo, los libros de las aventuras de John Carter y las primeras revistas de ciencia ficción hacían soñar a los estadounidenses. «Recuerdo haber leído de niño, fascinado y emocionado, las novelas marcianas de Edgar Rice Burroughs. Viajé con John Carter, caballero aventurero de Virginia, hasta Barsoom, el nombre que daban a Marte sus habitantes. Seguí a manadas de bestias de carga con ocho patas, los thoat. Y conseguí la mano de la bella Dejah Thoris, princesa de Helium», rememoraba en 1980 el astrofísico Carl Sagan. Revistas como Amazing Stories, Argosy y Science Wonder Stories llenaron sus portadas de princesas, diablesas, tarzanes y monstruos marcianos de todo tipo y, en medio de esa invasión, Orson Welles y el Mercury Theatre recrearon La guerra de los mundos para la CBS el 30 de octubre de 1938.

La sesión de radioteatro, con el formato de un concierto interrumpido por los partes que informaban de un devastador ataque marciano, fue un éxito. A pesar de los repetidos avisos de que era una ficción, hubo quienes creyeron estar viviendo una invasión extraterrestre, pero el pánico no fue generalizado. Los sociólogos calculan hoy que los radioyentes «engañados» se redujeron a unas decenas de miles de Nueva Jersey y Nueva York, y que la extensión del terror fue magnificada interesadamente por la Prensa para presentar a la naciente radio, una temible competidora, como una amenaza para el público.

Nueve años después, se vieron los primeros platillos volantes y, en 1951, Robert Wise los convirtió en naves de otros mundos en Ultimátum a la Tierra, película protagonizada por un extraterrestre, Klaatu, que viene a advertirnos del peligro de las armas nucleares. A partir de ese momento, muchos ufólogos y supuestos contactados con extraterrestres defendieron que los platillos volantes procedían de Marte. Pero, cuando en 1965 la Mariner 4 sobrevoló el planeta, allí no había nada. Ni bases alienígenas, ni ciudades, ni vegetación, ni los canales del Marte de Percival Lowell. El real era un mundo frío y seco, desértico, muerto.

————

Cuando la ‘Mars Global Surveyor’ borró la esfinge de Cydonia

La cara de Marte fotografiada por la 'Viking 1' en 1976 y por la 'Mars Global Surveyor' en 2001. Fotos: NASA.
La cara de Marte fotografiada por la ‘Viking 1’ en 1976 y por la ‘Mars Global Surveyor’ en 2001. Fotos: NASA.

El orbitador de la Viking 1 sacó el 25 de julio de 1976 una foto de la región de Cydonia que durante más de dos décadas fue objeto de especulaciones en el mundillo paranormal y conspiranoico. Parecía verse en ella una gigantesca escultura de un rostro humano mirando al espacio, y algunos autores, como el estadounidense Richard Hoagland, acusaron a la NASA de ocultar la existencia de una civilización marciana.

Robert Bauval y Graham Hancock, herederos intelectuales de Erich von Däniken -quien atribuye a extraterrestres las grandes obras de culturas no europeas-, propusieron en 1998 que las formaciones de Cydonia, donde ellos veían también unas pirámides, eran el equivalente marciano a las edificaciones de la meseta de Guiza (Egipto). «Cuanto más detenidamente se examina, más evidente resulta que realmente podría tratarse de un conjunto de enormes monumentos en ruinas sobre la superficie de Marte», escribieron.

La sonda Mars Global Surveyor de la NASA fotografió la región en 1998, y allí no había ni esfinge ni pirámides. Al igual que había hecho la Mariner 4 en 1965 con los canales, las imágenes de la MGS y las de la Mars Reconnaissance Orbiter en 2007 borraron la cara y las pirámides de Marte. Como los planetólogos habían dicho desde el principio, se trataba de pareidolias, un fenómeno psicológico que hace que nuestro cerebro detecte patrones donde no los hay y, por ejemplo, veamos una cara en la corteza de un árbol o a la Virgen en una tostada quemada. La Guiza marciana sólo existía en la mente de quienes querían verla.

Reportaje publicado en Magonia el 17 de febrero de 2021.


Publicado

en

, , ,

por