La RAE se traga el timo de la grafología en el IV centenario de Cervantes

Portada de 'Autógrafos de Miguel de Cervantes Saavedra', un facsímil de Círculo Científico, y un manuscrito del autor.
Portada de ‘Autógrafos de Miguel de Cervantes Saavedra’, un facsímil de Círculo Científico, y un manuscrito del autor.

La grafología ha entrado por la puerta grande en la celebración del IV Centenario de la muerte de Cervantes gracias al libro Autógrafos de Miguel de Cervantes Saavedra, un facsímil de Círculo Científico del que sólo se han editado 1.616 ejemplares a 616 euros cada uno. La obra, cuya publicación está apoyada por la Marca España, reúne doce manuscritos no literarios del autor de El Quijote entre los 34 y 56 años, e incluye un prólogo de Darío Villanueva, director de la Real Academia Española (RAE) y textos de los filólogos José Manuel Lucía y Juan Gil, la paleógrafa Elisa Ruiz García y la grafóloga Sandra María Cerro, que habla de la personalidad según su caligrafía.

Dice esta última en su web que, al analizar la letra de Cervantes, ha descubierto a un hombre «impetuoso, pasional y apasionado, extremadamente inteligente y con una gran capacidad de resurgir entre sus propias cenizas. Creativo y con golpes de ingenio sorprendentes, era un hombre dinámico, puro nervio en acción, un caballero andante entusiasta y optimista, que no perdía de vista sus sueños. A día de hoy, sería un emprendedor nato, a quien seguramente, como le sucedió entonces, el éxito recompensaría su incesante esfuerzo por trabajar, avanzar, crecer y, sobre todo, confiar».

Cervantes «era un nervio vivo, un hombre dinámico, activo y poco amante de la rutina», contaba la grafóloga en el acto de presentación del libro en la RAE el 28 de enero. «Al comienzo de los textos no deja entrever emociones, pero a partir de la quinta línea se deja llevar por la pasión. Tenía gran capacidad de resiliencia, era rápido de ideas y el singular uso de las letras bajas, como la g, revela su pulsión sexual», aseguraba. «Tiene una tendencia a inclinar las letras hacia la derecha. Eso implica sociabilidad y afectividad. La pasión le salía a borbotones», explicaba el pasado sábado en Antena 3 Noticias, cuando supe de esta historia. Añade Cerro en su web que ella ha desnudado, a través de la caligrafía, «su personalidad, sus emociones y sus pasiones, de las que él mismo no deja atisbo alguno en el relato de su herencia manuscrita». Esto último le da carta blanca para decir lo que le venga en gana, que siempre que case con lo que se sabe o se intuye del personaje parecerá que tiene razón y se fundamenta en datos objetivos, cuando no es así.

Arte adivinatoria

Los practicantes de la grafología dicen que pueden deducir la personalidad de alguien a partir de cómo escribe. Algunos de ellos van más allá y sostienen que, si modificamos la letra, modificamos la personalidad.  Lo llaman grafoterapia. ¿Se imaginan lo barato y socialmente beneficioso que sería que bastara con enseñar a escribir como es debido a los delincuentes para que se convirtieran en ciudadanos modelo? La grafología se utiliza, a veces, en el sector de la selección de personal para evaluar la idoneidad del candidato. La propia Cerro explicaba el domingo en El País que un test grafológico «permite analizar la personalidad integral de la persona, no sólo su carácter o temperamento, sino también sus emociones, actitud ante la vida y hasta su estado anímico en el momento de escribir», y añadía que ayuda a descartar a candidatos cuya letra revele «falta de integridad personal o un perfil inestable y deshonesto».

Ningún medio ni crítico literario ha salido al paso de lo vergonzoso que resulta que la RAE y la Marca España avalen la grafología como si se tratara de una disciplina cientítfica cuando es pura y llanamente pseudociencia. Charlatanería. Y da igual que la practique un psicólogo que el brujo de la esquina. «La grafología es simplemente un rama del grupo de prácticas pseudocientíficas conocido como lectura de caracteres«, explican los psicólogos Scott O. Lilienfield, Steven Jay Lynn, John Ruscio y Barry Beyerstein en su muy recomendable libro 50 grandes mitos de la psicología popular (2010). Ese tipo de prácticas pseudocientíficas incluye la quiromancia, la frenología, la morfopsicología, la dactilopsicología, la lectura de la uñas y otras técnicas supuestamente adivinatorias. Teniendo en cuenta que la grafología es brujería, si me descartaran en un proceso de selección de personal por mi caligrafía, denunciaría al grafólogo, a la empresa de reclutamiento y a la firma que la hubiera contratado. Porque privar a alguien de un puesto de trabajo por su letra es como hacerlo por el color de piel.

En todas las pruebas científicamente controladas, los grafólogos han dejado claro que son incapaces de deducir la personalidad y el rendimiento laboral de alguien a partir de su escritura. Aciertan como usted o yo si les presentan un manuscrito y les dicen: «Es un texto de Cervantes. ¿Qué ve en él?». Entonces, dicen lo que diría cualquiera del personaje y, si se les da tiempo, se documentan para adaptar su veredicto grafológico a lo que ya se conoce e intuye por otras vías. Sin embargo, cuando se enfrentan a una letra sin pistas sobre su autoría, las cosas cambian y no dan una, como otros adivinos en circunstancia similares. «Buena parte de la inmerecida reputación positivas de la grafología se basa en la confusión de los grafólogos con los examinadores de documentos cuestionados (EDC). Un EDC [o perito calígrafo] es un investigador científicamente preparado para hacer un peritaje, del que se sirven luego historiadores, coleccionistas o tribunales, acerca de sus orígenes y la autenticidad de un documento escrito. Los EDC determinan la probabilidad de que un individuo determinado haya escrito el documento en cuestión; no hacen ningún juicio acerca de la personalidad», explican Lilienfield, Lynn, Ruscio y Beyerstein. Confundir a un perito calígrafo con un grafólogo es el equivalente a llamar astrólogo a un astrónomo.

La propia RAE define la grafología como «arte que pretende averiguar, por las particularidades de la letra, cualidades psicológicas de quien la escribe». No dice ciencia, sino arte y añade que pretende; a la definición sólo le falta el adjetivo advinatoria detrás de arte para ser perfecta. Es triste que la RAE haya caído en las redes de la grafología y que esta pseudociencia contamine una obra que recoge los doce únicos textos autógrafos conocidos del autor de El Quijote. Y penoso que en algunos medios se dé publicidad al engendro sin el menor atisbo de crítica y se hablen de él como algo de lo que tenemos que estar orgullosos.

Información publicada en Magonia el 26 de abril de 2016.


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