
Ernst, una especie de bestia negra para los homeópatas, puso en marcha en 1993 la cátedra de Medicina Complementaria de la Universidad de Exeter, convirtiéndose en el primer catedrático de esa disciplina en el mundo. Empezó su carrera profesional en Alemania en un hospital homeopático. «Había visto que los pacientes mejoraban con la homeopatía a pesar de que, como científico, sabía que aquello no podía funcionar. Los dos principios básicos de la homeopatía dicen que lo similar cura lo similar y que, cuanto más diluida está una sustancia, más potente es. No tienen sentido», me contaba hace un año. Al someter esa práctica al método científico, comprobó que su éxito se basa en el efecto placebo. «La homeopatía funciona porque sus practicantes son muy empáticos, dedican tiempo a los pacientes, les intentan entender… Es como una minipsicoterapia».
El escéptico alemán es muy activo en Internet y las redes sociales, y eso le ha convertido en el blanco de continuos ataques por la industria homeopática. Así, Lewis recuerda como Fritzsche llegó a sugerir, en un artículo publicado en una revista de los médicos homeópatas alemanes, que Ernst carece de las credenciales que dice tener. Que seis laboratorios homeopáticos alemanes hayan pagado decenas de miles de euros a un periodista sin escrúpulos para injuriar a un crítico hacia esa pseudomedicina no debería sorprender a nadie. Actitudes como la de Ernst, basadas en la ciencia y el espíritu crítico, ponen en peligro el negocio multimillonario de la venta de azúcar y agua a precio de oro. Claro que las malvadas son las farmacéuticas convencionales, no las bondadosas comercializadoras de remedios inútiles que nunca han demostrado curar nada y que destinan dinero a montar campañas injuriosas contra quienes denuncian ese fraude.