La noche que llegaron los marcianos

Ilustración del artista brasileño Henrque Alvim Corrêa, para la edición belga de 1906 de la obra de Wells.
Ilustración del artista brasileño Henrique Alvim Corrêa, para la edición belga de 1906 de la obra de Wells.

Un hombre desenroscaba lentamente la tapa de un tarro dentro de un inodoro en los estudios de radio de la CBS en Nueva York a las 20.15 horas del domingo 30 de octubre de 1938. Otro captaba el sonido con un micrófono. «Señoras y señores: ¡es asombroso! ¡El extremo de la cosa ha empezado a moverse! ¡La parte superior está girando como un tornillo! ¡El objeto parece estar hueco!», contaba el reportero Carl Phillips desde Grovers Mill (Nueva Jersey), donde poco antes había aterrizado un ingenio extraterrestre. Pegadas a sus receptores de radio, miles de personas escuchaban cómo se abría la nave. «¡Dios mío, algo acaba de salir reptando de la sombra! ¡Es como una serpiente gris! Ahora aparece otra, y otra…», informaba el reportero entre gritos de terror de la multitud. Había empezado la invasión.

Quien quiera meterse en la piel de los millones de personas que vivieron en directo, hace setenta años, la invasión marciana urdida por Orson Welles y el Mercury Theatre podrá hacerlo esta noche en Radio 3. A partir de las 21 horas, un grupo de profesionales de las principales cadenas recreará, en los estudios de Radio Nacional de España en Prado del Rey, un montaje que no acababa de convencer a un Welles de 23 años en los días previos a su emisión. Creía que los oyentes de sus dramatizaciones radiofónicas dominicales iban a encontrar aburrida una «historia tan improbable». Se confundió. Por eso, los extraterrestres volverán a atacar la Tierra hoy y sólo los microbios nos salvarán de seguir los pasos de los dinosaurios.

La guerra de los mundos de Welles trasladó al Estados Unidos de 1938 un ataque extraterrestre situado en la Inglaterra victoriana por Herbert George Wells, uno de los padres de la ciencia ficción. Decidir el lugar del desembarco fue sencillo. Howard Koch -que años después fue guionista de Casablanca– cogió el martes anterior un mapa de Nueva Jersey, cerró los ojos y marcó un punto con un lápiz. Los problemas llegaron cuando hubo que dar forma a la historia como una sucesión de boletines informativos y conexiones telefónicas que interrumpían un concierto de una big band. Fueron seis días de pesadilla, en los que no paraban de reescribirse escenas y cundió el desánimo en el equipo. «Estos marcianos son un sinsentido. ¡Es todo demasiado estúpido! ¡Vamos a quedar como idiotas, absolutamente idiotas!», sentenció en un momento determinado la secretaria del grupo.

Terror en las calles

Todo cambió a partir de las 20 horas del domingo, cuando Orson Welles se puso ante el micrófono y dijo: «Hoy sabemos que en los primeros años del siglo XX nuestro mundo estaba siendo observado por unos seres más inteligentes que el hombre y, sin embargo, igual de letales». Durante la siguiente hora, un concierto de Ramón Raquello y su orquesta fue interrumpido por conexiones en directo con periodistas, militares, científicos y hasta el secretario de Estado, apesadumbrado por la imposibilidad de detener al invasor. Los marcianos desintegraban con su rayo de la muerte a todo aquél que se cruzaba en su camino. «Una llamarada ha brotado del espejo y se dirige a los hombres que avanzan. ¡Los ha alcanzado! ¡Dios mío, los ha fulminado!», había contado el reportero Carl Phillips antes de morir en el frente de batalla.

'La invasion desde Marte', de Hadley Cantril.
‘La invasion desde Marte’, de Hadley Cantril.

De nada sirvieron a muchos oyentes los anuncios que antes, durante y después del relato advirtieron de que se trataba de una dramatización. «Radioyentes aterrorizados toman una obra de teatro bélica como algo real», decía al día siguiente el titular principal de la primera página de The New York Times. Ni Welles ni su equipo habían intentado engañar a nadie. Sólo habían hecho una recreación realista de una obra de ciencia ficción. Eso salvó a la CBS de una sanción por parte de la Comisión Federal de Comunicaciones. Dos años después, el psicólogo Hadley Cantril, de la Universidad de Princeton, publicaba un trabajo en el que calculaba que 1,2 millones de personas habían vivido la invasión como real. Él y su equipo habían recogido testimonios sobrecogedores: «Me asomé por la ventana y vi una luz verdosa que creí que procedía del monstruo»; «Saqué la cabeza por la ventana. Creí sentir olor a gas y oleadas de calor»; «Estaba seguro de que mucha gente rezaba mientras esperaba la muerte». Y así se convirtió La guerra de los mundos de Orson Welles en un ejemplo del pánico generalizado, aunque no fue para tanto.

Sociólogos que han examinado en los últimos años el trabajo de Cantril consideran sus cifras muy exageradas. La guerra de los mundos no aterrorizó a más de un millón de oyentes, aunque sí a decenas de miles. Un estudio metodológicamente cuestionable y la reacción entusiasta de los medios crearon el mito de la gente huyendo en masa de los marcianos y colapsando los servicios de urgencias y las comisarías, algo que no ocurrió. Aún así, Welles y el Mercury Theatre demostraron, nueve años antes de la aparición de los primeros platillos volantes, que no hacía falta que los extraterrestres existieran para que mucha gente los viera aquel otoño en que la amenaza nazi crecía en Europa y parecía que EE UU empezaba a salir del túnel de la Gran Depresión.

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Alarma de ataque con asteroides

La CBS volvió a sembrar la alarma 56 años después de la recreación radiofónica de La guerra de los mundos con un programa que simulaba una apocalíptica lluvia de asteroides, a consecuencia de un fallido primer contacto con visitantes extraterrestres. Without warning (Sin previo aviso) se emitió a las 21 horas del 30 de octubre de 1994, también domingo, como el día en que los marcianos invadieron la Tierra.
Estaba presentado por Sander Vanocur -una de las estrellas del periodismo televisivo estadounidense-, quien se interpretaba a sí mismo. Simulaba ser un especial informativo que interrumpía la programación habitual para dar cuenta de choques de grandes meteoritos en Wyoming (EE UU), Francia y China. Poco después, aviones estadounidenses destruían una nave extraterrestre que se dirigía al Polo Norte y los visitantes -¡que habían enviado las tres rocas contra la Tierra a modo de saludo!- declaraban la guerra a la Humanidad y lanzaban una lluvia de cientos de asteroides contra nuestro planeta. Dos horas más tarde, el fin del mundo llegaba con la pantalla fundiéndose en negro.

Manta volante marciana de la película de Byron Haskin de 1953.
Manta volante marciana de la película de Byron Haskin de 1953.

Without warning fue un éxito. Dos días después, se hablaba del telefilme en todo el mundo. «Broma de la CBS provoca el pánico», tituló este periódico una información el 1 de noviembre. Y es que, a pesar de las advertencias que intercaló la emisora -en las cuales se decía que se trataba de una representación realista de una ficción» y que nada de lo que se veía en pantalla estaba sucediendo «en realidad»-, miles de personas bloquearon las centralitas de sus estaciones afiliadas en ciudades como Los Ángeles y Las Vegas. Además, en otros medios de comunicación algunos periodistas creyeron en un principio que se estaba transmitiendo en directo el Juicio Final.

En septiembre de 1996, Telecinco insertó en su programación un anuncio de la película Independence day que también simulaba ser un especial informativo. En este caso, una locutora informaba de la aparición de gigantescas naves extraterrestres sobre varias grandes ciudades de EE UU, relato que apoyaba con espectaculares imágenes del filme. Muchos españoles pasaron por alto la sobreimpresión de la palabra telepromoción y llamaron a periódicos, emisoras de radio y televisión para preguntar si la invasión era real. Como en los tiempos de Orson Welles.

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Para disfrutar de la invasión

El primer ataque de otros mundos

Con uno de esos inicios memorables -«… a través de los abismos del espacio, espíritus que son a los nuestros lo que nuestros espíritus son a los de las bestias de alma perecedera; inteligencias vastas, frías e implacables, contemplaban esta tierra con ojos envidiosos y trazaban con lentitud y seguridad sus planes de conquista»-, la novela de H.G. Wells es una de las obras maestras de la ciencia ficción.

Un estudio sobre la psicología del pánico

Esta investigación del psicólogo Hadley Cantril, de la Universidad de Princeton, está detrás de la extendida creencia de que Orson Welles aterrorizó a Estados Unidos. Publicado originalmente en 1940, La invasión desde Marte llegó a España en 1942 de la mano de Revista de Occidente y fue recuperado por Abada Editores en 2005, con motivo del estreno de la versión protagonizada por Tom Cruise.

Portada del disco de la ópera Rock de Jeff Wayne basada en 'La guerra de los mundos'.
Portada del disco de la ópera Rock de Jeff Wayne basada en ‘La guerra de los mundos’.

Las mantas volantes atacan Estados Unidos

Dirigida por Byron Haskin y producida por George Pal, La guerra de los mundos se convirtió en 1953 en la primera gran producción cinematográfica de ciencia ficción. La acción se sitúa en California después de la Segunda Guerra Mundial y las máquinas marcianas son una especie de mantas volantes. A pesar de su antigüedad, es muy superior a la película de Steven Spielberg.

Un ataque extraterrestre a ritmo de ópera rock

La versión a ritmo de ópera rock de Jeff Wayne siguió en 1978 el original de H.G. Wells y contó con Richard Burton como narrador. Fue un gran éxito de crítica y público allí donde salió a la venta. Existen dos versiones en español, sólo disponibles en el mercado de segunda mano, la mejor de ellas una en la cual la narración corre a cargo de Teófilo Martínez.

El patrón de la invasión alienígena

La invasión es un clásico de la ciencia ficción, como el viaje en el tiempo, la nave generacional y el escenario postapocalíptico. El periodista argentino Carlos Scolari hace en No pasarán (Páginas de Espuma, 2005) un recorrido por la historia de los ataques extraterrestres. «Todas las invasiones alienígenas conducen a H.G. Wells», advierte.

Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 30 de octubre de 2008.


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