Catástrofe en Siberia

Ilustración: Iker Ayestarán.
Ilustración: Iker Ayestarán.

Los extraterrestres sufrieron su primer accidente en la Tierra en un paraje deshabitado de Siberia Central el 30 de junio de 1908. Conocido como el evento de Tunguska porque ocurrió cerca del río de ese nombre, se achacó en principio al choque de un asteroide o un cometa. El ingeniero soviético Alexander Kazantsev propuso, sin embargo, en 1946 que había sido la explosión del reactor nuclear de una nave de otro mundo la que había arrasado 2.150 kilómetros cuadrados de bosque, tumbado 80 millones de árboles, provocado un terremoto de grado 5 en la escala de Richter y hecho las noches siguientes tan brillantes que podía leerse el periódico en las calles de Londres sin iluminación artificial.

«Sin duda alguna, los exploradores murieron durante el viaje a causa de los rayos cósmicos, por un choque con algún meteorito o por algún otro motivo. El que vino a la Tierra era un navío espacial sin piloto, semejante en todo a un meteoro. Por eso es que llegó a la atmósfera sin reducir velocidad. Debido a la fricción la nave se recalentó, tal como ocurre con los meteoros; se fundió su cubierta metálica y el combustible atómico estalló en el aire. Así, los visitantes espaciales murieron el mismo día en que su cohete debió haber aterrizado», escribió Kazantsev hace más de sesenta años.

Ecos de Hiroshima

La atribución del desastre de Siberia a una nave alienígena en 1946, un año antes de la visión de los primeros platillos volantes, no fue casual. Como recuerda el ingeniero espacial James Oberg en su libro Ufos & outer space mysteries(1982), Kazantsev había visitado las ruinas de Hiroshima tras la bomba atómica y le había impresionado su parecido con los efectos de la explosión de Tunguska: si en la ciudad japonesa se mantuvieron en pie algunos árboles cerca del centro de la detonación, en el epicentro de la explosión siberiana, señalado por millones de troncos tumbados radialmente, habían quedado en pie algunos, pelados como postes de telégrafos.

Un astrónomo soviético, Felix Zigel, fue con el tiempo el principal defensor de la teoría de la nave interplanetaria. Y un físico, Alexei Zolotov, dirigió varias expediciones a Tunguska, tras las cuales anunció la detección de rastros anormales de radiactividad. «Nosotros nos adheriríamos preferiblemente a la opinión de quienes sospechan el estallido de un horno propulsor instalado en alguna nave exótica», escribió Erich von Däniken en Recuerdos del futuro (1968). La idea de la nave alienígena ha sido abrazada después por Jacques Bergier, Andreas Faber-Kaiser, Juan José Benítez y muchos otros. Recientemente, en su libro El enigma de Tunguska (2006), el autor esotérico argentino Antonio Las Heras ha ido más allá: lo que explotó en Siberia no fue una nave, sino una bomba lanzada por extraterrestres que han elegido la Tierra como campo de pruebas nucleares con fines científicos.

Sea por mala memoria, por hablar de oídas o por otra razón, los partidarios de la teoría de Kazantsev suelen olvidarse de que no la propuso en una revista científica, ni siquiera en un libro de divulgación. El autor soviético era escritor de ciencia ficción y la idea del Roswell siberiano es el eje argumental de su cuento ‘Un visitante del espacio’, publicado en 1946. Däniken y compañía tampoco recuerdan que la nave accidentada proviene de Marte y estalla cuando está aprovisionándose de agua en el lago Baikal para transportarla al sediento planeta rojo; ni que los canales que hace poco más de cien años creyó ver Percival Lowell -y que al final resultaron ser una ilusión óptica- son en el relato «una vasta obra de irrigación»; ni que los marcianos gozan de un «sistema social perfecto» basado en «una economía planificada a escala total del planeta», consecuencia, sin duda, de una oportuna revolución socialista.

Otra dimensión

Los seguidores de la idea de la nave estrellada en Siberia citan todavía a Kazantsev como una autoridad de la ciencia soviética, como alguien que se adelantó a su tiempo. Sin embargo, cuando después de publicar su cuento expuso su idea ante la comunidad científica de la URSS, nadie le tomó en serio. Kazantsev se convirtió con los años en un defensor de las visitas extraterrestres en la Antigüedad: veía, por ejemplo, un astronauta en la losa de la tumba del rey maya Pakal, en Palenque (México). Y acabó renegando del origen marciano del objeto de Tunguska: «Ahora pienso que (los ovnis) vienen de otras dimensiones, incluido el que cayó en Tunguska», declaró a la revista Más Allá en 2002, poco antes de su muerte. Añadía que «existen hasta once dimensiones y tres mundos paralelos», y que de uno de los últimos vienen los Bigfoots y los Yetis «a buscar alimentos que allí les faltan». ¿Las pruebas? Las mismas que en el caso de la nave espacial.

Las Heras sostiene en su libro que «la ciencia oficial rusa» ha acabado confirmando que «solamente una explosión atómica debida a presencias inteligentes extraterrestres puede servir como explicación para esta catástrofe». La realidad, no obstante, es que el consenso científico no va por ese camino, y ni siquiera Zigel y Zolotov son investigadores que merezcan crédito alguno: el primero es el padre de la ufología soviética; el segundo ha anunciado el hallazgo de radiactividad en Tunguska tantas veces como las que ha acabado retractándose.

La explosión de Siberia es un enigma no porque hubiera alienígenas de por medio -que no los hubo-, sino porque cien años después se ignora todavía qué la provocó, si un asteroide o un cometa. Los últimos cálculos apuntan a que el culpable fue un objeto de unos 20 metros de diámetro que estalló a entre 5 y 10 kilómetros de altura. La energía liberada fue equiparable a la de 400 bombas como la de Hiroshima y la onda de choque arrasó una superficie de bosque equivalente a Guipúzcoa. Por fortuna, el objeto de Tunguska cayó en una región deshabitada. Puede que la próxima vez no sea así.

El libro

Alguien vino del futuro (1962): los dos cuentos de ciencia ficción -‘Un visitante del espacio’ y ‘El marciano’- en los cuales se basa la creencia de que en Tunguska se estrelló en 1908 una nave de otro mundo.

Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 5 de agosto de 2008.