Arthur C. Clarke y lo paranormal

«Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia», dice la llamada tercera ley de Clarke, máxima a la cual, desde que la formuló el autor de 2001, una odisea espacial, han recurrido los vendedores de misterios para justificar las más disparatadas ideas. Eso, unido a su serie de televisión Arthur C. Clarke’s mysterious world -que acaba de salir a la venta en formato DVD en Reino Unido- y a la fascinación por lo paranormal del escritor que han destacado algunos obituarios, puede llevar a pensar que creía en la realidad de los ovnis, la parapsicologia, los monstruos… Su escepticismo no se limitaba a la posible existencia de una civilización marciana actual, defendida por algunos charlatanes. Nada más lejos de la realidad.

«Siempre ha habido un elemento místico en mis escritos, pero tengo que decir que no creo en lo sobrenatural o lo paranormal», decía Arthur C. Clarke en junio de 2000 en una entrevista al periodista de la BBC Alastair Lawson. Un año antes, en un nuevo prólogo a su novela El fin de la infancia (1954), advertía a sus lectores: «Me sentiría desolado si este libro contribuyera todavía más a la seducción de lo crédulo, ahora cínicamente explotada por los medios. Las librerias, los quioscos y las ondas están todas contaminadas con idioteces pudrementes sobre ovnis, poderes psíquicos, energías piramidales, canalizaciones…».

Portada del libro 'Arthur C. Clarke's mysterious world'.
‘Arthur C. Clarke’s mysterious world’ (1980), de Simon Welfare y John Fairley.

Hay enigmas de diversos tipos y él los clasificó en Arthur C. Clarke’s mysterious world (1980), el libro que escribieron Simon Welfare y John Fairley a partir de la serie de televisión. La serie cuenta con breves epílogos del padre de HAL 9000 -como el que ilustra estas líneas, correspondiente al capítulo dedicado al monstruo de lago Ness-, rodados en Sri Lanka y menos tajantes que los del libro, una obra bonita y bien ilustrada, aunque muchas de las presuntas pruebas que incluye sobre la existencia de monstruos y enigmas se hayan desvanecido en los años pasados. Una demostración más de la capacidad profética de Clarke, como verán.

El divulgador científico hace en su introducción una ilustrativa clasificación de los misterios, que recuerda la que Joseph Allen Hynek hace de los avistamientos de ovnis en 1971 en The ufo experience. El ufólogo estadounidense divide las observaciones de ovnis en lejanas y cercanas, siendo estas últimas las que tienen lugar a menos de 150 metros. Dentro de las primeras, distingue las luces nocturnas, los discos diurnos y los objetos detectados por radar, mientras que divide las segundas en encuentros cercanos del primer tipo -el objeto no interactúa ni con el testigo ni con el entorno-, del segundo tipo -deja pruebas en forma de huellas, quemaduras…- y del tercer tipo -se hacen visibles los tripulantes-, que son los que dan título a la famosa película de Steven Spielberg. Clarke no se complica tanto la vida, pero su taxonomía, al igual que la de Hynek, es muy reveladora de las creencias de su autor.

«Un misterio del primer tipo (M1K, por sus siglas en inglés) es algo que una vez fue totalmente desconcertante, pero ahora entendemos completamente. Virtualmente, todos los fenómenos naturales entran dentro de esta categoría». El ejemplo que pone Clarke es el del arco ris, creación de la divinidad en tiempos antiguos -en el Génesis es la señal de Dios en el cielo que garantiza que no habrá más diluvios- cuya naturaleza no tiene ningún misterio desde el siglo XVIII. Los misterios del segundo tipo (M2K) son aquéllos «que todavía son misterios, aunque en algunos casos tenemos una idea bastante aproximada de las respuestas. Generalmente, el problema es que hay demasiadas respuestas; podríamos sentirnos satisfechos con una cualquiera, pero las otras parecen igualmente válidas». Su ejemplo preferido son las observaciones de ovnis. «Los misterios del tercer tipo (M3K) son los más raros y se puede decir muy poco de ellos; algunos escepticos sostienen que no existen. Son fenómenos -o hechos- para los cuales parece no haber explicación racional». Ejemplos de este tipo de enigmas serían, a su juicio, la combustión espontánea y los postergeist.

Clarke creía no sólo posible que los M3K no existan, sino también que no existan tampoco los M2K. «Si son reales los M3K rápidamente pasarán a ser M2K y eventualmente M1K». Esa degradación mistérica la ha sufrido, recuerda, la radiactividad desde su descubrimiento en el siglo XIX. «El hecho de que este proceso no se haya dado en el caso de los fenómenos paranormales es uno de los más sólidos argumentos contra su existencia real. Después de más de cien años de esfuerzos, los defensores de lo paranormal todavía son incapaces de convencer a la mayoría de sus pares científicos de que ahí hay algo. Por el contrario, la corriente parece estar volviéndose contra ellos con las crecientes revelaciones de fraude y técnicas increíblemente chapuceras en lo que parecían resultados firmemente establecidos». Por último, el autor de Cita con Rama (1973) advierte de que existen también los misterios del tipo cero (M0K), enigmas que nunca han existido como el del triángulo de las Bermudas, la Atlántida y la energía de las pirámides, por citar sólo tres.

Arthur C. Clarke, en uno de los platos de '2001', en los años 60. Foto: ITU Pictures.
Arthur C. Clarke, en uno de los platos de ‘2001’ en 1965. Foto: ITU Pictures.

El texto de Clarke, escrito en 1980, acaba con el deseo de que el libro y la serie de televisión en la que se basa «ayuden a aquellos interesados en la verdad a distinguir entre misterios reales y fraudulentos. La auténtica sabiduría reside en mantener un delicado equilibrio entre escepticismo y credulidad. El Universo es un lugar tan extraño y maravilloso que la realidad siempre superará a la maginación más desbordada; siempre habrá cosas inexplicadas y, quizás, inexplicables». Es lógico y no ha de interpretarse como una coartada a la charlatanería, sino a la imaginación que requiere la práctica científica.

Ya lo decía Richard Feynman, hay que tener la mente abierta, pero no tanto como para que a uno se le caiga el cerebro al suelo. Ser muy aperturista lleva a confundir ficcion y realidad. «Después de treinta años de investigación, he aprendido que los enigmas no deben ser desvelados. Sólo así podemos seguir soñando», sostiene por su parte Juan José Benítez. Por eso él persigue extraterrestres por los campos de España y cree que el hombre convivió con los dinosaurios, como en Los Picapiedra. Es lo que tienen las «idioteces pudrementes».

Welfare, Simon; y Fairley, John [1980]: Arthur C. Clarke’s mysterious world. Prologado por Arthur C. Clarke. Collins. Londres. 217 páginas.

Reportaje publicado en Magonia el 23 de marzo de 2008.


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