
Yo creo que con la ficción no hay que ponerse purista cuando no pretende ir más allá -cuando dicen falsamente que se basa en hechos reales, es otra cosa- y, por eso, películas como La guerra de las galaxias hay que verlas como lo que son: un magnífico entretenimiento creado en una época en la que algunos éramos mucho más jóvenes y otros ni siquiera eran, un tiempo en el que todavía nos parecía posible un Universo plagado de extraterrestres viajeros y en el que, a quienes vimos la cinta con ojos adolescentes, no nos chirriaba que casi todos los alienígenas fueran bípedos, respiraran oxígeno y hablaran sin problemas español (inglés), por mucha lenguas que dijera dominar el sabiondo de C-3PO. Hoy hace 30 años que empezó aquella aventura en una galaxia muy, muy lejana, lo que es una magnífica excusa para coger este fin de semana el DVD, apagar las luces del salón, y disfrutar con las correrías de los héroes y estremecerse con la agobiante respiración de ese villano inimitable que es Darth Vader, secundado por Grand Moff Tarkin (Peter Cushing), y contrapesado por Obi-Wan Kenobi (Alec Guinness). Ante la ficción, hay que suspender el sentido crítico: merece la pena.