
Me acordé de la historia al leer un comentario sobre el último episodio del culebrón de las caras de Bélmez en Bajo el volcán, la bitácora escéptica de Gerardo García-Trío, y seguir el enlace de rigor hasta la web donde De la Fuente denunciaba cómo Más Allá se apropió de algunas de sus grabaciones, las copió, las reprodujo y se las regaló a sus lectores como gancho promocional. La víctima del pirateo indicaba, además, que en el disco «se dan informaciones incorrectas en cuanto a dos de las grabaciones obtenidas, muy probablemente, con el único fin de hacer más impactante», y que, a pesar de que escribió a Sierra el 21 de junio de 2001, no recibió respuesta del periodista hasta el pasado 2 de octubre. Y la respuesta se las trae. Después de admitir el «grave error» de haber reproducido las psicofonías sin permiso, Sierra argumentaba como atenuante que «aquel CD no se vendió ni reportó dinero alguno (de hecho ese punto constaba bien visible en el CD). Se trataba de un obsequio promocional de la revista y, en cierto modo, de un homenaje a las labores radiofónicas de Miguel Blanco, presentador del CD».

Esperaba otro tipo de respuesta de este divulgador de lo paranormal. Lo que sucede con quienes se apropian del trabajo intelectual ajeno es que, cuando les pillan, ni siquiera tienen la mínima dignidad. Hace cuatro años, cuando se descubrió que su novela Sabor a hiel incluía páginas enteras de dos obras de Danielle Steel y Ángeles Mastretta, la periodista Ana Rosa Quintana dijo al principio que todo se había debido a un error informático por el que los párrafos en cuestión habían aparecido mágicamente en mitad de su novela y acabó culpando de los hechos a un colaborador que le había ayudado a escribirla. ¡Pobrecilla, había tenido que recurrir a un negro!
Juan José Benítez elevó el listón de la desfachatez hasta la estratosfera en 1987, después de publicarse en España las pruebas que demostraban que en su saga Caballo de Troya había fusilado páginas enteras del Libro de Urantia, supuestamente revelado por seres extraterrestres y publicado por primera vez en 1955 por la Fundación Urantia. Fernando Lara, entonces consejero delegado de Editorial Planeta, admitió en Interviu que el novelista navarro se había ‘inspirado’ en la obra estadounidense. «Sabíamos que estaba copiando, pero no si lo estaba haciendo con tres párrafos o con ocho páginas seguidas. Es que debe aclararse que Urantia no ha sido un bestseller en Estados Unidos, sino que ha tenido una circulación restringida, y es un libro comercialmente infumable», decía. «La naturaleza de tales textos -argumentaba, por su parte, Benítez-, de origen extra-humano, me autoriza a beber o inspirarme en ellos, de la misma forma que podría hacerlo (y otros muchos lo han hecho) con cualquier libro sagrado o de inspiración divina. Legal y moralmente, el asunto del copyright es, cuando menos, discutible».
Sierra podía haber respondido a De la Fuente algo parecido: «Mire, en todo caso quien tendría que reclamar los derechos de autor son los dueños de las voces que se escuchan en sus grabaciones». Más que nada por seguir la estela de su maestro. Sin embargo, ha optado por admitir la metedura de pata. Eso sí, tres años después y haciendo todo lo posible para que pase desapercibida. Además, con esa condescendencia que tienden a mostrar algunos cuando les acorralan, dice: «Particularmente, considero la transcomunicación instrumental como uno de los campos más serios de investigación en el campo de lo paranormal, y quienes trabajan en él merecen mis mayores respetos». La transcomunicación instrumental es el nombre con el que desde hace unos años se intenta disfrazar el disparate de las psicofonías y las psicoimágenes, de las voces y las imágenes atribuidas al Más Allá y grabadas en cintas magnetofónicas y de vídeo. Y una de las autoridades en este campo es Pedro Amorós, presidente de la Sociedad Española de Investigaciones Parapsicológicas (SEIP) y personaje al que dentro del mundo paranormal se achaca la creación de las últimas caras de Bélmez.
El domingo pasado, escribí a De la Fuente para informarle de cómo Más Allá había reconocido por fin el pirateo y pedirle que me ampliara la historia. Dos días después, la denuncia de la actitud de Sierra desapareció de la web de la víctima y, en su lugar, hay ahora una nota de agradecimiento al periodista esotérico. Magonia cuenta, sin embargo, en su archivo con una copia del escrito original que estuvo colgado de la web hasta hace unos días, incluidos los mensajes de correo electrónico que se cruzaron Sierra y De la Fuente, y éste publicó en Internet. Más que nada, por si ahora alguien intenta maquillar la historia.