La prueba de la Resurrección

Ilustración: Iker Ayestarán.
Ilustración: Iker Ayestarán.

La reliquia más estudiada volverá a exhibirse dentro de dos años, pero no es previsible que se someta a nuevos exámenes científicos en mucho tiempo. Y es que la última vez que el Vaticano autorizó un análisis de la sábana santa, lienzo que supuestamente envolvió el cuerpo de Jesús, los resultados distaron de ser satisfactorios para la Iglesia. Hace veinte años, tres laboratorios de Estados Unidos, Reino Unido y Suiza concluyeron que la tela de lino había sido confeccionada entre mediados del siglo XIII y finales del XIV, así que difícilmente podía ser el sudario de Jesús. El 13 de octubre de 1988, el cardenal Anastasio Ballestrero anunció el resultado del análisis del carbono 14 -que luego se publicó en la revista Nature-, pero la polémica sigue abierta por parte de quienes defienden que es más que una obra de arte.

En la tela -de 4,32 metros de largo y 1,10 de ancho- se ven las improntas frontal y dorsal del cuerpo de un hombre barbado que parece presentar las heridas que, según los Evangelios, sufrió Jesús durante su martirio. Conocida desde hace más de seis siglos, fue presentada a finales de los años 70 como la prueba del principal dogma católico. «Científicos y técnicos de la NASA -después de tres años de estudio- han aportado datos suficientes como para deducir que Cristo resucitó», escribió Juan José Benítez en la revista Mundo Desconocido en 1978. Era un notición: la misma agencia espacial que había puesto al hombre en la Luna avalaba una de las verdades fundamentales del cristianismo.

La verdadera historia

La sábana santa apareció a mediados del siglo XIV en la localidad francesa de Lirey. Se exhibía en una colegiata fundada por un caballero, Geoffroy de Charny, que supuestamente había donado la reliquia al templo, aunque lo más probable es que fuera una donación de su viuda. Era un objeto sagrado más en una Europa rebosante de ellos desde que el Segundo Concilio de Nicea decretó, en 787, que no podía consagrarse un templo sin reliquias. Tres décadas después de la aparición de la tela, Pierre d’Arcis, obispo de Troyes, alerta a Clemente VII, papa de Avignon, del origen fraudulento del sudario. D’Arcis escribe en 1389 al antipapa una carta en la que le explica que su antecesor, el obispo Henri de Poitiers, había descubierto quién había pintado la sábana, además de cómo los canónigos de Lirey simulaban milagros de lo que presentaban como la mortaja de Cristo.

Una bula de Clemente VII autoriza en enero de 1390 la exhibición de la tela con, entre otras condiciones, la de que se advierta de que «la figura o representación no es el verdadero Sudario de Nuestro Señor, sino que se trata de una pintura o un cuadro de la Sábana Santa». A mediados del siglo XV, Marguerite de Charny, nieta de Geoffroy de Charny, vuelve a hacer circular el rumor de que el lienzo envolvió el cuerpo de Jesús. La jugada le acabará saliendo bien. Arruinada, dona la sábana a los Saboya, quienes se lo agradecen regalándole dos castillos y solucionándole la vida.

Los Saboya rodean la tela de un halo milagroso -la llevan en sus viajes a modo de protección contra los ataques de bandidos- y la acaban depositando en la catedral de San Juan Bautista de Turín en 1578. Allí es donde el abogado Secondo Pía la fotografía en 1898: dirá que se trata de un negativo fotográfico. Pía fue incapaz de darse cuenta de que las manchas de sangre de la imagen son rojas -¿desde cuándo lo son en un negativo?- y la barba del personaje negra, lo que implicaría que el cuerpo original era de un anciano de barba blanca. La idea del negativo ganó, sin embargo, adeptos durante el siglo XX y se convirtió, para muchos, en una verdad científica cuando un ordenador utilizado en la exploración espacial determinó que la imagen es tridimensional.

Auténticos milagros

Los exámenes de la sábana santa hechos por la NASA en los años 70 sólo tienen un problema: nunca se realizaron. En contra de lo que se sostiene en la mayoría de los libros dedicados al sudario, éste jamás ha merecido la mínima atención por parte de la agencia espacial estadounidense. Quienes la estudiaron hace treinta años fueron miembros de la Hermandad del Santo Sudario, un grupo de creyentes entre los que había dos que habían trabajado para la NASA y que emplearon equipo informático de la agencia en su estudio. Partían del presupuesto de que la imagen se había imprimido durante la Resurrección y tenía que ser tridimensional. Lógicamente, ésa fue la conclusión a la que llegaron. Pasaron por alto, entre otras cosas, que las manchas de sangre son de pintura, según determinó el microanalista forense Walter McCrone antes de que le expulsaran del equipo. Y optaron por una explicación milagrosa nunca confirmada por la ciencia.

McCrone, científico de prestigio mundial, auguró en 1980 que, si se realizaba, la prueba del carbono 14 -que permite conocer la edad de restos orgánicos de menos de 60.000 años- dataría la tela «el 14 de agosto de 1356, diez años más o menos». Cuando ocho años después se hizo el análisis, se fechó «entre 1260 y 1390 (±10 años), con una fiabilidad del 95%». Era lo previsible. La estética de la imagen se corresponde con la iconografía de la época y, además, no hay ninguna prueba de que la tela existiera antes de su aparición en Lirey. Que es de manufactura humana no sólo lo admitieron en su época obispos y altos mandatarios de la Iglesia, sino que también resulta evidente: los genitales están convenientemente tapados por las manos -imposible en un cadáver estirado-; la melena no cae hacia la nuca como en cualquiera tumbado, sino que flota mágicamente; las piernas están estiradas en la imagen frontal, pero se ve la planta del pie izquierdo en la dorsal…

Las críticas y los trabajos de los sindonólogos -como se autodenominan los expertos en la reliquia- nunca han superado el filtro de la ciencia, a pesar de que el sudario hace auténticos milagros. Poco después de la publicación de los resultados del carbono 14, Celestino Cano, presidente del Centro Español de Sindonología, destacó en 1989 que el físico Willard Libby, que ganó el Nobel en 1960 por la invención de ese método de datación, decía que la prueba no se había hecho bien en el caso de tela de Turín. Libby llevaba muerto nueve años: la sábana santa lo había resucitado.

El libro

Inquest on the shroud of Turin (1987): el libro de Joe Nickell sigue siendo, veinte años después, el mejor sobre este enigma.

Reportaje publicado en el diario El Correo y en Magonia el 27 de agosto de 2008.


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