Extraterrestres de serie B

El extraterrestre de la película de la autopsia de Ray Santilli, en el quirófano.
El extraterrestre de la película de la autopsia de Ray Santilli, en el quirófano.

El rumor comenzó a circular en el mundillo ufológico en enero de 1995. Steven Spielberg, preparaba una película sobre el incidente de Roswell, a partir de «unas presuntas grabaciones reales» de las autopsias a los tripulantes del platillo volante que se estampó contra la Tierra en el desierto de Nuevo México en 1947 [Canto, 1995]. La fuente original del rumor fue Carl Nagaitis, miembro de la Asociación Británica para la Investigación Ovni (BUFORA) y autor, junto a Philip Mantle, del libro Ufo abductions, without consent. Aunque la productora de Spielberg desmintió inmediatamente la existencia del proyecto, el inventor de la patraña consiguió su objetivo: llamar la atención del sector más desquiciado de la comunidad ufológica internacional, que todavía no se había recuperado del mazazo recibido tras revelar el Tribunal General de Cuentas de Estados Unidos que los restos hallados hace casi medio siglo en Roswell se correspondían en realidad con los de un globo del proyecto Mogul, un programa secreto para «la detección de la onda expansiva generada por explosiones nucleares soviéticas» [Weaver, 1994]. Ya estaba todo preparado para dar el golpe de gracia.

El escenario elegido fue un auditorio del Museo de Londres, donde el 5 de mayo un centenar de personas asistió a la proyección de una cinta de 20 minutos, en la que se veía cómo supuestos médicos practicaban una necropsia a un cadáver alienígena en lo que parecía ser un quirófano. El productor de televisión Ray Santilli envolvió el cebo con el halo de misterio adecuado, incluidos los preceptivos registros para evitar fotografías piratas. El público estaba compuesto por periodistas, potenciales compradores del filme y ufólogos. Y la mayoría cayó en el engaño, pero no Kent Jeffrey, del grupo creyente Iniciativa Internacional por Roswell (IRI), que tras ver la filmación no tenía ninguna duda acerca del carácter fraudulento de la película [Jeffrey, 1995]. Aún así, el productor de televisión siguió adelante con su estrategia y quince días después repitióla maniobra en San Marino, en un congreso ufológico al que acudieron los autores más sensacionalistas del viejo continente. En esta ocasión, los expertos pudieron ver 6 minutos del examen médico del cuerpo de un extraterrestre en el interior de una tienda de campaña.

Santilli, de 39 años y propietario de la empresa Merlin Communications Ltd, aseguraba que había tenido conocimiento de la existencia del filme dos años antes, cuando viajó a EE UU para hacerse con material con el que producir un vídeo sobre Elvis Presley. Durante su periplo americano, el productor conoció a un anciano de 82 años, un tal Jack Barnett, que había sido cámara de la Fuerza Aérea y decía disponer de 91 minutos de película que demostraban que seres de otros planetas visitan la Tierra y el Gobierno estadounidense ha estado ocultando la verdad a la opinión pública durante casi medio siglo. El filme, rodado en 16 milímetros, estaba repartido en 13 rollos de 7 minutos de duración y contenía imágenes de la recuperación del platillo volante en el lugar de los hechos, del examen médico realizado a un tripulante en una tienda de campaña, de las autopsias practicadas a los extraterrestres en Fort Worth y de una visita del presidente Harry Truman a la base militar donde se custodiaban los restos de los alienígenas.

Según la primera versión de los hechos facilitada por Santilli, el cámara había sido en su día lo suficientemente astuto como para sacar una copia del material, burlar los controles de seguridad militares y mantener el filme a buen recaudo durante casi cinco decenios. Tras pagar al ex militar el equivalente a unos 108.000 euros, Santilli se hizo con los rollos de película con la condición de no revelar el nombre del vendedor. Aunque no había ninguna prueba de que la filmación fuera auténtica y el productor de televisión ofrecía información con cuentagotas, los ufólogos se tragaron el anzuelo y varias cadenas de televisión se mostraron interesadas por hacerse con el documental que Santilli iba a realizar con fragmentos de la cinta original. El productor, que había fijado el estreno mundial de su montaje para el 27 de agosto, recibió al parecer una espectacular oferta de la televisión israelí, que estaba dispuesta a pagar hasta 5,8 millones de euros por la exclusiva de la película. Al final, se vendieron los derechos de emisión en cada país a una televisión distinta con lo que Santilli se aseguró pingües beneficios, ya que sólo en Estados Unidos la cadena Fox engrosó las arcas de Merlin Communications Ltd en cerca de 1,2 millones de euros.

El culebrón del verano

Portada del número de 'Año Cero' de agosto de 1995.
Portada del número de ‘Año Cero’ de agosto de 1995.

El misterio llegó en junio a los quioscos españoles de la mano de Josep Guijarrro y Manuel Carballal, que informaban en la revista Más Allá del «descubrimiento por parte de la BBC de una vieja película -propiedad de un cámara militar que tenía 82 años- que, al parecer, recoge las imágenes no sólo de un ovni estrellado, sino tambien de los cuerpos de tres o cuatro seres alienígenas» [Guijarro, 1995a] y decían que «la prestigiosa casa de fotografía Kodak» había confirmado que la película había sido fabricada en los años 40 [Carballal, 1995], extremos ambos que han resultado ser falsos. Ni la BBC tuvo nada que ver en todo el asunto de la película de Roswell ni Kodak certificó en ningún momento la antigüedad del filme. El culebrón ufológico del verano había comenzado, y Más Allá y Año Cero se enfrascaron en su particular carrera por facilitar la información más impactante a sus lectores.

Guijarro optó desde un principio por poner en duda la autenticidad de la filmación mientras Javier Sierra, el especialista en platillos volantes de Año Cero, se lanzaba a una delirante carrera hacia el absurdo, dejándose seducir por Philip Mantle, miembro de la BUFORA que ha apoyado a Santilli en todo momento. Así, al tiempo que Guijarro se preguntaba en Más Allá si la película era un montaje fraudulento y llegaba a la conclusión después de cuatro meses -más vale tarde que nunca- de que «las imágenes del extraterrestre de Roswell son un montaje fraudulento», Sierra galopaba alomos de la irracionalidad más desenfrenada y proclamaba a los cuatro vientos: «¡No son humanos!», «¡Estaban vivos!», «Jaque a la ciencia», «Roswell, un Watergate cósmico»… Y Año Cero se llevó el gato al agua.

A principios de agosto, los españoles pudieron ver las primeras fotografías procedentes de la película de Santilli. Un alienígena cabezón y sin pelo ocupaba la portada de Año Cero, cuyo director, Enrique de Vicente, dedicaba el editorial a justificar que su revista se apropiara indebidamente de unas imágenes propiedad de Merlin Communications Ltd. «Si estas películas son auténticas, como aseguran quienes las han puesto en circulación, se trataría de la noticia del siglo y la humanidad tiene el derecho a conocerla sin ningún tipo de restricciones. Si es cierta la historia que estos cuentan, el propietario legal de las mismas sería el Gobierno de Estados Unidos, que difícilmente se atreverá a reclamar sus derechos y reconocer asíla verdad que oculta al mundo desde hace medio siglo. Si no fuera así, se trataría de un fraude y la venta de dichas imágenes como auténticas sería igualmente fraudulenta. Es por ello -concluía De Vicente- que, ante la falta de respuesta a nuestras tentativas de negociación por parte de quienes, sin aportar prueba alguna, aseguran haberlas comprado al cameraman que las filmó, nos unimos a la iniciativa del CISU italiano, decidiendo publicar las imágenes y planteando así un claro desafío que pretende contribuir a desvelar la verdad» [Vicente, 1995]. A incrementar las ventas de la revista a costa de la verdad y de la credulidad del público, diría yo.

Enrique de Vicente y Javier Sierra consiguieron con la publicación de las primeras fotografías de la autopsia que diversos medios de comunicación se hicieran eco de la existencia de la enigmática película y otorgaran a las opiniones del ufólogo de Año Cero una inmerecida relevancia. El extraterrestre cabezón de Santilli apareció en las portadas de Cambio 16 y Tiempo, que recogían declaraciones de Sierra, quien se mostraba en estas revistas más cauto que en su publicación. Así, al mismo tiempo que en las revistas de información general advertía en repetidas ocasiones sobre la posibilidad de que todo fuera un engaño, en Año Cero aseguraba estar convencido de que Roswell había sido el escenario de «la caída y posterior recuperación de una nave extraterrestre» [Sierra, 1995a], y llamaba la atención sobre el hecho de que el invento del transistor podía estar basado en tecnología alienígena. Entre los periódicos, Diario 16 dedicó un amplio reportaje al tema; pero fue Abc el que puso el dedo en la llaga al denunciar el «timo del marciano de Internet» [Grado, 1995] antes del estreno mundial del documental televisivo. «Ray Santilli, un oscuro productor cinematográfico inglés, puede hacerse de oro», anunciaba el rotativo madrileño, mediante la venta de la película de Roswell a través de Internet. La autopista de la información, donde se han sucedido los rumores y debates, fue el primer lugar en el que el productor televisivo puso en venta la filmación de Roswell.

Una autopsia de cine

Sierra había acudido en mayo al congreso ufológico de San Marino, donde asistió a la proyección de una escena del filme que se localizaba en una tienda de campaña, en cuyo interior dos hombres practicaban la autopsia a un alienígena. El hecho de que los dos supuestos médicos no usaran ni guantes ni mascarillas y de que la estancia estuviese mal iluminada sólo había suscitado ligeros recelos en el joven ufólogo, que consideraba que la película resultaba impresionante. «Las imágenes, ciertamente, sobrecogen. Tumbada sobre una camilla y encerrada en una hermética sala de operaciones, una pequeña entidad de difusos rasgos humanos es examinada atentamente por dos cirujanos enfundados en sendos trajes aislantes», decía Sierra, refiriéndose a la escena que millones de españoles tuvieron oportunidad de ver en televisión el 3 de septiembre [Sierra, 1995a]. Cualquiera que haya presenciado los pocos minutos de la película original incluidos en el documental Los alienígenas de Roswell, emitido por Antena 3 TV, considerará alarmante lo impresionable que es el ufólogo alicantino.

Javier Sierra defendió en 1995 en la revista 'Año Cero' la autenticidad de la película de la autopsia, que, según él, suponía un reto para los científicos.
Javier Sierra defendió en 1995 en la revista ‘Año Cero’ la autenticidad de la película de la autopsia, que, según él, suponía un reto para los científicos.

El extraterrestre mide alrededor de metro y medio, carece de órganos genitales externos, tiene la piel grisácea, el cráneo desproporcionadamente grande, el vientre hinchado, seis dedos en cada extremidad… Se corresponde, en definitiva, con la imagen de los alienígenas que tiene el lector de News of the World y da la impresión de ser una figura de cartón-piedra. La autopsia parece revelar, además, que el alienígena carece de estructura ósea, tubo digestivo y dientes, y que un velo negro cubría cada uno de sus grandes ojos. «A primera vista -afirmaba Antonio Ribera, el patriarca de la ufología española-, diría que corresponde a un niño de unos 13 ó 14 años, más bien grueso y sin ninguna de las características que exhibiría una auténtica Entidad Biológica Extraterrestre (EBE)» [Ribera, 1995]. ¿Cuáles son las características de un auténtico alienígena, el color verde de la piel, las antenas y la nariz en forma de trompetilla? Ésa es la imagen que la gente tenía de los extraterrestres en los años 40, mientras que la de la película de Roswell es la de los hombrecillos grises que han popularizado la literatura ufológica y el cine.

Javier Sierra no dudaba en julio en reconocer la existencia de indicios de fraude en toda la historia; pero se ha resistido hasta el final, como buen mercader de lo oculto, a denunciar abiertamente el engaño. Sabía que el fragmento de autopsia que había visto en San Marino contenía numerosas incongruencias: la escena está escasamente iluminada «con un candil de petróleo»; el cadáver permanece tendido en una camilla y no sobre una mesa especial; el cámara rueda a una distancia excesiva como para captar los detalles de una autopsia y los médicos no llevan ni máscaras ni guantes. Y también estaba enterado de que la USAF no tiene constancia en su archivos de haber contado entre su personal de la base de Roswell en 1947 con un tal Jack Barnett, de que sólo Santilli conoce al misterioso cámara, de que la codificación Acceso Restringido de alguna de las secuencias no forma parte del código militar norteamericano y de que Chris Cary, la mano derecha del productor, trabaja «para una compañía especializada en efectos especiales y en la elaboración de escenarios y figuras de látex para películas de ciencia ficción» [Sierra, 1995a]. Todos estos detalles pasaban desapercibidos para el ufólogo oficial de Año Cero, para quien lo más destacable era que Barnett situase el incidente de Roswell en junio de 1947, no en julio, y que no se diera a conocer abiertamente como medida de autoprotección ante los pérfidos militares.

«Lo sorprendente del asunto -dice Sierra- es que, de ser auténtica la filmación y el testimonio de Barnett, los investigadores del caso Roswell han estado equivocados por completo al respecto de cómo y cuándo tuvieron lugar los hechos» [Sierra, 1995a]. Y tiene razón. Los ufólogos ni siquiera han acertado en los últimos cuatro decenios a la hora de fijar la fecha en la que ocurrió el misterioso suceso. Los especialistas como Sierra, que se presenta ante los medios de comunicación como el único investigador español que ha estado en Roswell, sitúan desde siempre el incidente de Nuevo México a principios de julio de 1947, dos semanas después de la observación de Kenneth Arnold, a pesar de que el principal testigo, William Brazel indicó en su día al Roswell Daily Record que había encontrado los restos el 14 de junio [Klass, 1993].

Errores de película

La película de Roswell no resiste el mínimo análisis. Para empezar, resulta incongruente que los médicos que examinan el cadáver alienígena en la tienda de campaña no lleven ningún tipo de protección y trabajen bajo la débil luz de un candil, y que los forenses que practican las necropsias en Fort Worth porten un traje de protección totalmente inadecuado, cuyo único objetivo parece ser ocultar la identidad de los actores. Además, es propio de auténticos ignorantes pensar que, de haberse realizado, las primeras autopsias a seres de otros planetas se iban a practicar en tan lamentables condiciones, con sólo dos patólogos y un cámara de cine para grabar de un documento histórico. Una escena tan rocambolesca pertenece al universo del más ingenuo cine de ciencia ficción.

La revista 'Más Allá' denunció en 1995 la falsedad de la película de la autopsia de Roswell..
La revista ‘Más Allá’ denunció en 1995 la falsedad de la película de la autopsia de Roswell.

Los expertos que han visto la película no tienen ninguna duda: se trata de un burdo montaje. Joachim Koch, ufólogo de IRI y médico desde hace casi treinta años en un hospital berlinés, advierte de que los trajes anticontaminación de los patólogos de Fort Worth no pueden tener como objeto proteger a los técnicos de ningún tipo de radiación porque los doctores de la tienda de campaña no llevan ropa especial, lo que hace suponer que en el lugar del pretendido accidente no se habían detectado indicios de radiactividad. Por si fuera poco, al no disponer de equipos de respiración autónomos, los médicos no sólo sufren el hedor procedente del cuerpo en descomposición, sino que pueden ser víctimas de virus o bacterias de origen desconocido. «Luego es probable que el extraño equipo que visten los doctores tenga sólo el propósito de encubrir sus identidades» [Koch, 1995].

El antropólogo forense José Manuel Reverte, que hasta 1997 había realizado más de 1.200 autopsias en diecisiete años, también consideraba que la vestimenta de los patólogos es inapropiada y añade que la actitud de los dos forenses es la propia de alguien que finge practicar una autopsia. «La impresión general que da la película cuando la ves por primera vez es que pertenece realmente a una autopsia, pero cuando vas a los detalles técnicos te das cuenta de algunos errores», indica el especialista [Sierra, 1995c]. Los patólogos se sienten sorprendidos, por ejemplo, del escaso flujo de sangre que sale por las incisiones. La falta de orden en la autopsia, la desproporcionada masa muscular del ser, la inexistencia de orificios para la evacuación de excrementos y un cerebro sin circunvoluciones son algunos de los indicios que llevan al doctor Reverte a sentenciar que «la filmación es un fantástico trucaje» y que el ser que permanece sobre la mesa es «algo creado manualmente».

Y eso por no hablar de las condiciones de trabajo o de la duración de la intervención. Como indica Joachim Koch, «la realización de una autopsia a un extraterrestre habría sido un hecho extroardinario. Se habría practicado en una gran habitación o auditorio para que la presenciaran numerosos patólogos. Se habría realizado muy cuidadosa y metódicamente, prolongándose, quizá, durante varias semanas. Se habría filmado cuidadosamente y se habrían sacado multitud de diapositivas y fotografías» [Koch, 1995]. Sin embargo, la película de Santilli es una chapuza con numerosos saltos de imagen y pérdidas de enfoque, un filme que, como dijo Antonio Albert en El País, «parece un corto de Álex de la Iglesia con la asesoría del departamento de efectos especiales de la señorita Pepis (la espuma de poliuretano canta que da gusto)» [Albert, 1995]. Toda la autopsia dura alrededor de dos horas, según ha reconocido Chris Cary, el socio de Santilli; resulta excesivamente breve para lo extraordinario de la situación.

Los técnicos en efectos especiales que han visto escenas de la película también han sido contundentes. A partir de los movimientos de cámara, Cliff Wallace, de Creature Effects, estima que el filme se rodó en vídeo y no con un pesado equipo de 16 milímetros. Wallace y sus socios están convencidos de que la filmación no corresponde a una autopsia auténtica y que lo que hay sobre la mesa de operaciones es un muñeco, cuya estructura no es la de un ser humano tumbado, sino la de uno erguido. De la misma opinión es Trey Stokes, de The Truly Dangerous Company, que ha trabajado en películas como The Abyss, The Blob, Robocop II, Gremlins II y Batman Returns, entre otras. «El muñeco es demasiado tieso para ser creíble», advierte. El especialista llama la atención sobre el hecho de que los patólogosdel filme no mueven el cuello de la criatura a la hora de examinar la cabeza, lo que se corresponde con el hecho de que para los técnicos en efectos especiales es una ardua tarea reproducir verosímilmente el cuello humano y sus movimientos. Stokes destaca, además, que los doctores no cambian de posición al cadáver en ningún momento y que la disposición de la musculatura no es la propia de un cuerpo tendido.

Un cámara llamado Jack Barnett

Gran parte de los ufólogos concede el mismo crédito a las afirmaciones de primera mano que a las de cuarta, quinta o sexta. La mayoría de los testimonios referentes a platillos volantes estrellados procede de fuentes indirectas o de individuos cuya existencia no ha podido ser comprobada. Éste último es el caso de Jack Barnett, el cámara militar al que Santilli dice que compróla película de Roswell en 1993. Nadie, aparte del productor de televisión, ha tenido acceso al técnico que grabó las imágenes de las autopsias. Además de las reuniones con Santilli, sólo hay constancia de una conversación telefónica entre el ufólogo Philip Mantle y un hombre que se identificó como Barnett. Santilli ha impedido en todo momento que nadie más conozca al ex oficial de la USAF, que, según él, se oculta en el anonimato por miedo a las represalias de su Gobierno, por el juramento de fidelidad hecho a su país y para defraudar a Hacienda. Que Barnett opte por el anonimato para protegerse es poco menos que estúpido. Si la historia del platillo volante estrellado en Roswell fuera cierta -que no lo es-, la mejor manera de evitar represalias personales sería darse a conocer abiertamente, ya que el Ejército tendrá registrado el nombre de quien rodólas conflictivas imágenes y, a no ser que se proteja saliendo a la luz pública, puede darle su merecido en cualquier momento. Escudarse en el juramento a la patria después de haber traicionado a su país vendiendo material secreto a un productor de televisión extranjero es totalmente contradictorio y recurrir al temor al fisco no tiene el menor sentido.

Todo parece indicar que el cámara sólo existe en la imaginación de Ray Santilli. Aún así, Javier Sierra concede a las declaraciones atribuidas al ex militar en septiembre un gran valor, a pesar de que resultan ridículas y contradicen la primera versión del productor televisivo. Barnett afirma que ingresó en el Ejército en 1942 y se licenció diez años después. Tras haber grabado bastantes películas de pruebas nucleares, en junio de 1947 le llamaron urgentemente para que fuera a Roswell. Cuando llegó al lugar del accidente, pudo ver «un gran disco, un platillo volante caído sobre su parte posterior, que todavía emitía calor a su alrededor» [Barnett, 1995]. El cámara afirma que se sintió sobrecogido por «los gritos de los monstruos que estaban tumbados en el vehículo» y sostenían cajas «que apretaban con ambos brazos contra el pecho. Sólo estaban allí sollozando, sosteniendo esas cajas». Para completar la ridícula escena, los militares la emprendieron a culatazos con uno de los alienígenas para quitarle la dichosa caja. «Tres de las criaturas -recuerda el supuesto cámara- fueron arrastradas fuera [de la nave] y atadas con cuerdas y cinta adhesiva. La última ya estaba muerta».

Barnett permaneció varias semanas en la base de Wright-Patterson, en Ohio, hasta que un día le pidieron que se trasladara a Fort Worth, en Dallas, para «filmar una autopsia». Ataviado con un traje de protección, «como los doctores», porque se había descubierto que las criaturas podían resultar peligrosas, comenzó a filmar, pero al cabo de un rato se desprendió del traje porque con él era muy difícil cargar con la cámara y enfocar. Con posterioridad, realizó las grabaciones de otras dos autopsias. Curiosamente, nadie había mencionado el episodio sobre los trajes anticontaminación y los problemas para filmar las necropsias hasta que las críticas arreciaron y la credibilidad de la película fue puesta en duda.

Lo mismo sucede con el origen del filme. Si ya era difícil de creer que el cámara hubiese sacado una copia de las filmaciones y burlado estrictos controles de seguridad, tal como mantuvo en un principio Santilli, más lo es tragarse la versión corregida facilitada por el tal Jack Barnett. «Después de filmar -dice-, tenía varios centenares de rollos. Separé aquéllos con problemas que requerían una atención especial en el revelado (que haría después). La primera hornada fue enviada a Washington y yo procesé el resto unos días más tarde. Una vez que los rollos restantes habían sido procesados, contacté con Washington para mandarles la colección de la última hornada. Increíblemente, ellos nunca vinieron a recogerlos ni arreglaron su transporte. Les llamé muchas veces, pero lo deje. He tenido las filmaciones desde entonces» [Barnett, 1995]. Resulta increíble que haya alguien capaz de creer que el Gobierno de Estados Unidos o de otro país va a olvidarse así como así de la existencia de un documento gráfico tan valioso.

El negocio de Roswell

"Portada de 'Año Cero' en la que se presenta la 'Exclusiva mundial' falsa de la entrevista con el cámara que nunca existió.
«Portada de ‘Año Cero’ en la que se presenta la ‘Exclusiva mundial’ falsa de la entrevista con el cámara que nunca existió.

Visto lo visto, cabe preguntarse cómo es posible que ufólogos como Sierra duden todavía si se encuentran «frente a un documento real que recoge la autopsia de una entidad ajena a la Tierra o ante un elaboradísimo fraude» [Sierra, 1995c]. Hay razones evidentes para dudar de la honradez de individuos como Carl Nagaitis, Philip Mantle, Chris Cary y Ray Santilli, cuya participación en el engaño es más que evidente. Nagaitis fue el encargado de lanzar a los cuatro vientos el falso rumor de que Spielberg andaba detrás de unas grabaciones realizadas en Roswell en 1947; Mantle se ha dedicado a salir en defensa del filme allídonde ha hecho falta y, junto a Nagaitis, organizó una proyección pública del mismo en agosto en el marco del VIII Congreso Internacional de Ufología, y, por último, Cary y Santilli han creado durante meses el clima de expectación adecuado para rentabilizar al máximo el misterio y aprovecharse de la publicidad gratuita de las revistas esotéricas. Todo el montaje, desde un principio, estaba encaminado a ingresar cifras millonarias mediante la distribución televisiva y videográfica de las pretendidas imágenes de Roswell.

Santilli y su socio se forraron con la venta a cadenas de televisión y particulares de las imágenes de las supuestas autopsias a extraterrestres. A las cifras millonarias pagadas por las televisiones de medio mundo, hay que sumar que, el día después del estreno mundial del documental de Channel 4 Los alienígenas de Roswell, se vendieron en Gran Bretaña entre los fanáticos de los platillos volantes más de 23.000 copias de la película original al módico precio de 6.500 pesetas (39 euros). Es decir, la productora de Santilli, que sacó 150.000 copias del filme al mercado el 29 de agosto, se embolsó cerca de 150 millones de pesetas (900.000 euros) nada más levantar la persiana. Poco importa que en la carátula de la cinta la productora haya incluido la siguiente advertencia: «Aunque se ha verificado que la película se fabricó en 1947, no podemos asegurar que los contenidos daten de 1947. Aunque nuestros informes médicos sugieren que la criatura no es humana, esto no puede ser verificado. Aunque hemos sido informados de que la filmación corresponde al incidente de Roswell, esto tampoco ha sido verificado».

Nada había sido verificado después de medio año de rumores. Más bien al contrario. Médicos forenses y especialistas en efectos especiales habían aportado los suficientes argumentos como para concluir que la tosca y mal iluminada película de Barnett es un fraude. Respecto a la pretendida visita del presidente Truman al lugar donde se depositaron los restos de la nave especial y los alienígenas, sólo puede decirse que está comprobado documentalmente que el mandatario estadounidense no viajó a Nuevo México por aquellas fechas. A pesar de todo, Santilli supo como nadie hacer su agosto a costa de los pocos escrúpulos de buena parte de la comunidad ufológica internacional. El productor británico ganó millones de euros con la venta de la imagenes de las supuestas autopsias a los miembros de la tripulación del platillo volante que, según la mitología ovni, se estrelló en Estados Unidos en junio de 1947. Y lo hizo con el apoyo de los más desquiciados ufólogos, a quienes tomó el pelo y dejó en ridículo.

Por la boca muere el pez

El fraude de la película de Roswell sirvió para despojar definitivamente de la máscara de seriedad a Javier Sierra, al que algunos consideraban hasta entonces el niño prodigio de la ufología española. El joven alicantino se ha revelado como lo que realmente es, un fabricante de misterios al que la verdad importa un bledo. Sierra, cuyo único libro hasta entonces llevaba el delirante título de Técnicas de contacto extraterrestre, fue uno de los máximos responsables del lamentable espectáculo que el cirujano psíquico Stephen Turoff ofreció en julio de 1993 ante las cámaras de Otra Dimensión, el programa esotérico de Tele 5 que dirigía Félix Gracia. El espacio, en el que se convirtió en espectáculo el dolor humano -el de una niña paralítica cerebral y sus padres-, sirvió para dar publicidad al mercachifle inglés, que dice que opera sin anestesia poseído por el espíritu de un médico alemán. En palabras del periodista Andrés Aberasturi, el programa superó las más altas cotas de telebasura. Aún así, Sierra salió indemne de la quema.

Más difícil lo va a tener a la hora de justificar su ambigua actitud en el asunto de la promoción del filme de Ray Santilli. No en vano, el ufólogo alicantino ha caído en lo mismo que criticaba hace cuatro años en las páginas de Más Allá. Sierra es el mismo platillólogo que en 1991 alertaba a la comunidad ufológica española sobre la amenaza de las noticias basura que, procedentes de periódicos sensacionalistas norteamericanos, se introducen en medio de respetadas informaciones sobre objetos volantes no identificados [Sierra, 1991]. Lo triste es que, en cuanto se ha topado con una historia sorprendente que llevarse a la boca, Sierra ha anestesiado su escasa capacidad crítica y se ha dedicado a rentabilizar el misterio. Sólo así se entiende que en 1991 criticara a quienes daban crédito a las noticias sobre extraterrestres capturados por la CIA o que mantenían reuniones con el presidente George Bush y años después dijera, por ejemplo, que «el análisis de la filmación de la autopsia practicada a unos supuestos extraterrestres está arrojando nuevos e inquietantes resultados. Según los forenses que han examinado las imágenes, la entidad estaba viva al menos dos horas antes de ser diseccionada» [Sierra, 1995b]. Javier Sierra se mostró en el caso de la filmación de Santilli casi tan poco hábil como a la hora de estimar la importancia de algunos supuestos testigos del incidente de Roswell.

Los pocos testigos oculares de los restos del supuesto platillo volante coincidían en 1947 en describirlos como pedazos de madera de balsa y algo parecido a papel de aluminio. El paso del tiempo y la fama alcanzada por el caso han propiciado la aparición de numerosos nuevos testigos que, como dice el ufólogo valenciano Vicente-Juan Ballester Olmos, «simplemente mienten descaradamente». Estos espabilados, que son los que aportan los testimonios claves en documentales como el emitido por Antena 3 TV, crearon una sociedad para explotar el candor de los fanáticos de los platillos volantes, que han convertido Roswell en punto de peregrinación y llenan los moteles de la localidad. Walter Haut, oficial de relaciones públicas de la base militar de Roswell en 1947, y Glenn Dennis, el dueño de la funeraria local, intentaron adquirir los terrenos donde, según la leyenda, cayó la nave espacial. Ante la negativa del propietario del rancho, los avispados lugareños solucionaron el problema ¡cambiando su descripción de los hechos y situando el incidente en una parcela de terreno que pueden comprar!

En su día, ni William Brazel, el ranchero que encontró los restos del presunto platillo volante, ni Jesse Marcel, oficial de inteligencia de la base de Roswell, hicieron mención alguna a la existencia de cadáveres de cualquier tipo. Los alienígenas entraron en la leyenda de Roswell años después, cuando el caso se convirtió en la gallina de los huevos de oro para ufólogos y vecinos del pueblo. Así, Glenn Dennis asegura actualmente que poco después del incidente le llamaron desde la base militar preguntando «qué contenían los productos para embalsamar, cuál era su composición, qué efectos tendrían sobre la sangre, sobre los tejidos y sobre el contenido del estómago, y hasta qué punto no los alterarían». El dueño de la funeraria sostiene, además, que una enfermera le dijo al día siguiente del siniestro que había participado en el examen de los cuerpos de tres alienígenas en la base de Roswell. Obviamente, no hay ninguna razón para creer en el testimonio de Dennis, un individuo que, como Walter Haut, ya ha demostrado que es capaz de decir cualquier cosa por dinero.

Pero, hablando de noticias basura, Sierra rizó el rizo al hacerse eco de las manifestaciones de su colega Stanton T. Friedman, un físico y ufólogo famoso por creerse todo tipo de historias disparatadas [Sierra, 1995d]. Friedman sostiene que el secretismo gubernamental en torno a Roswell tiene su origen en la importancia de la tecnología alienígena. Así, el ufólogo norteamericano se atreve a apuntar que la invención del transistor fue posible a partir del estudio del platillo volante estrellado en Roswell. La prueba es que «el nacimiento oficial del transistor se produce el 23 de diciembre de 1947, seis meses después del incidente de Nuevo México». La memez de Friedman, para quien en medio año hay tiempo suficiente para entender la tecnología alienígena, adaptarla a las necesidades terrestres y probarla satisfactoriamente, no haizo que sonara la alarma en la cabeza de Sierra, sino al contrario. El ufólogo alicantino, en su delirio, advertía de que los inventores del transistor «tuvieron conexiones políticas y con los servicios de inteligencia al más alto nivel» -¿podía ser de otra forma en plena Guerra Fría?- y apuntaba a uno de ellos, William B. Shockley, como «el científico idóneo para recibir piezas de Roswell para su eventual manufacturación».

Javier Sierra, hoy novelista, publicó en 1995 un libro defendiendo la veracidad del caso de Roswell.
Javier Sierra, hoy novelista, publicó en 1995 un libro defendiendo la veracidad del caso de Roswell.

La disparatada idea de atribuir el nacimiento del transistor a tecnología alienígena no tiene nada que envidiar a las portadas de News of the World, en las que es habitual ver al presidente de Estados Unidos pasear por el campo charlando con un extraterrestre. El mismo ufólogo que en 1991 criticaba en Más Allá la abundancia de noticias sobre ovnis «basadas en fuentes inexistentes o descaradamente falsas» [Sierra, 1991] se dedicaba años más tarde a hacer publicidad de una película cuyo autor se ocultaba en el anonimato, a dar más credibilidad a un productor televisivo con intereses económicos en el asunto que a patólogos que no tienen nada que ganar, y a propalar las sandeces de un investigador ovni que ve conspiraciones y extraterrestres por todos lados. Éste era el auténtico niño prodigio de la ufología española.

Conspiraciones imaginarias

«¿Hay detrás de la operación que nos ocupa un intento de desprestigiar el incidente de Roswell con la táctica de provocar primero la creencia de que había en el interior de la nave extraterrestres, algunos incluso vivos, y luego desvelar la verdad para desánimo de quienes aceptaron la historia inventada como auténtica, consiguiendo así que luego nadie acepte tampoco que, en efecto, se recuperaron los restos de una nave extraterrestre?» [Guijarro, 1995b]. La respuesta a la pregunta de Josep Guijarro es la tabla de salvación a la que se agarraron los ufólogos después de la tomadura de pelo de Ray Santilli. En los últimos años, investigadores ovni de todo el mundo han quedado totalmente desacreditados tras haber dado como ciertos documentos elaborados por desaprensivos, en los que, por ejemplo, se afirmaba que el Gobierno de Estados Unidos firmó hace años un peculiar acuerdo de intercambio con los extraterrestres: los visitantes se comprometían a facilitar avanzada tecnología y la Casa Blanca, a permitir que los alienígenas experimenten con seres humanos sin restricciones de ningún tipo.

La mayoría de los ufólogos cree cualquier historia, por absurda que sea, hasta que no se demuestre lo contrario. Y, por eso, queda en evidencia cuando salen a la luz las contradicciones, tergiversaciones y manipulaciones realizadas generalmente por el investigador que ha levantado la liebre. Entonces, la comunidad ufológica se une como una piña y vuelve sus ojos hacia los servicios de inteligencia. Es una manera como otra cualquiera de quitarse el muerto de encima. El investigador ovni que por candidez o por falta de escrúpulos ha dado crédito al dislate de turno se ve eximido de toda culpa y convertido en víctima de una maquiavélica operación gubernamental, cuyo único objetivo es desacreditar a los ufólogos. A fin de cuentas, es más fácil de vender entre los creyentes que los diabólicos servicios de inteligencia operan en la sombra contra la comunidad ovni que reconocer que un estafador o un mercader de lo oculto ha sido capaz de engañar impunemente a la flor y nata de la ufología.

Ray Santilli no llegó a tanto, pero puo en evidencia a individuos que gozaban hasta entonces de un inmerecido prestigio dentro del mundillo ufológico. En España, su principal víctima fue Javier Sierra, que, cuando se abra la caja de Pandora del escándalo, apuntará con toda seguridad a la existencia de una campaña orquestada por los servicios de inteligencia y, quizá, por los escépticos. Entonces, poco importará el redondo negocio hecho por Año Cero con los alienígenas de Roswell a costa de la ingenuidad de sus lectores. Porque lo que está claro es que, hasta el momento en que decida convertirse en el centro de la conspiración, Javier Sierra seguirá traficando con unos extraterrestres de serie B.

Referencias

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Reportaje publicado en La Alternativa Racional en 1995 y en Magonia el 13 de mayo de 2006.